martes, 20 de julio de 2010

LOS INROCKUPTIBLES VI: CUENTOS DE OCÉANOS TOPOGRÁFICOS


Durante la primera mitad de los años setenta, el panorama de la música rock estaba dominado básicamente por tres estilos que tuvieron una suerte diversa: el heavy metal, el glam rock y el rock sinfónico. El heavy metal, después de sufrir múltiples mutaciones, continúa vivo y coleando hoy en día, mientras que el glam rock suele revivir de sus cenizas de tanto en tanto. Sin embargo, el llamado rock sinfónico (o progresivo) fue muriendo poco a poco durante unos pocos años hasta desaparecer literalmente, convirtiéndose en un género denostado y maldito. Pero no cabe duda de que en su momento fue uno de los estilos dominantes del rock, y que dejó para la historia un puñado de obras cuya calidad está fuera de toda duda. Y Tales From Topographic Oceans es una de ellas.

Surgidos a finales de los sesenta, Yes fue un grupo que cabalgó en sus inicios entre el rock progresivo y la psicodelia hasta que su formación se estabilizó con la entrada del guitarrista Steve Howe y el teclista Rick Wakeman, que pasaron a ser, junto a la voz de Jon Anderson, elementos inconfundibles de su sonido. Un sonido que en álbums anteriores como Fragile o Close To The Edge ya estaba perfectamente definido: temas largos de intrincados desarrollos melódicos, ejecución instrumental milimétrica, letras que cabalgan entre el misticismo y la ciencia-ficción, y, sobre todo, ingentes cantidades de imaginación y fantasía. En este sentido, Tales From Topographic Oceans es la cumbre del sonido Yes. Se trata de una obra ambiciosa y exhaustiva, en la que el grupo se vacía completamente y descarga todas sus potencialidades.

Originalmente, el álbum era un doble vinilo en el que cada cara estaba ocupada por una única composición, rondando todas ellas los veinte minutos de duración y convirtiéndose en verdaderas suites que, a la manera de las composiciones clásicas, mantenían una compleja sucesión de pasajes musicales. Atmósferas cambiantes, ritmos complejos que huían del consabido compás clásico del rock, ambientaciones surrealistas y temáticas esotéricas se suceden sin interrupción hasta dejar al oyente conmocionado y extasiado ante tamaño despliegue de imaginación. Según cuenta Jon Anderson, líder y alma de Yes, las cuatro composiciones del disco están basadas en viejos libros del espiritualismo hindú, llamados vedas. Cada una de las suites tiene como eje argumental uno de esos libros y gira alrededor de cuatro conceptos bien definidos: la creación del universo, la importancia de la memoria histórica, el recuerdo de las civilizaciones del pasado, y el renacimiento continuado del ser humano. Sin duda son conceptos un tanto alejados de la temática clásica de los discos de rock, pero en manos de Yes se convierten en una maravilla, en una joya única e irrepetible que hoy sigue sonando tan sorprendente y vibrante como el día de su publicación, hace ya casi cuarenta años.

Así que, atención. Escuchar este álbum es entrar en un reino mágico, en un mundo paralelo repleto de fantasía musical, en una forma de comprender e interpretar la música que hoy en día, desgraciadamente, no tiene cabida en un panorama musical más pendiente de la imagen impactante y el estribillo de consumo rápido que en la genialidad de un trabajo irrepetible. A pesar de todo, y aunque parezca increíble, Yes siguen hoy vivos y coleando, publicando discos con cierta regularidad y realizando giras que de tanto en tanto les acercan por estas tierras. Y en cualquiera de esos conciertos, ten por seguro que las notas de sus canciones volverán a sonar y te transportarán hasta otra época que quizá no tuviste el privilegio de conocer.

martes, 13 de julio de 2010

RAMONES: RAYOS, TRUENOS Y CENTELLAS


Esta semana (el día 15) se cumplen 54 años del nacimiento de Marky Ramone (en realidad, Mark Bell), uno de los pocos supervivientes de la banda The Ramones, un grupo seminal dentro del nacimiento del punk-rock en los años setenta. Un grupo también cuya trayectoria se ha visto salpicada por la desgracia, pues tres de sus componentes originales han encontrado la muerte en los últimos diez años. Un grupo, a su vez, que merece ser recordado por muchas cosas, que pertenece por pleno derecho al breve pero intocable catálogo de bandas que en la pubertad te (me) ayudaron a abrir los ojos a la música pop. Así que, aviso: The Ramones me gustan, y mucho, y además fueron importantes para mí por varias razones.

Estamos en el primer lustro de la década de los setenta. En Nueva York, más concretamente en el barrio de Queens, tres tipos musicalmente analfabetos tratan de matar el tedio aporreando caóticamente sus instrumentos sin coherencia alguna pero con una rabia y unas ganas dignas de mejores cometidos. Pronto entran en contacto con Tommy Erdelyi (el único superviviente de la formación original), antiguo músico y asistente de grabaciones propietario junto a un amigo de una pequeña sala para ensayos y conciertos: el Performance Studio de Manhattan. Nacen así The Ramones, (Joey, Tommy, Dee Dee y Johnny). Ya está lista la formación definitiva de la banda, la que dará lugar a su larga leyenda, y la que como ninguna otra supo convertir la música de cuatro gamberros alienados e inconscientes en todo un estilo de vida y en una fuente de inspiración para docenas de bandas en todo el mundo.

Asentados y decididos a llevar adelante sus ambiciones musicales como sea, unos pocos meses de ensayos confieren a sus composiciones un estilo que ya en sus albores es inconfundible. Agitan en su coctelera unas cuantas reminiscencias de rock’n’roll clásico (Elvis, Chuck Berry, Beach Boys), unas gotas de nostalgia sixties (Rolling Stones, las producciones de Phil Spector) y varios ingredientes del rock más truculento de los últimos años (The Stooges, New York Dolls, Alice Cooper), y les insuflan una nueva vida merced a composiciones de dos minutos de duración con el tempo acelerado hasta límites casi inhumanos. La marca de la casa de su música es la recuperación pura y dura de la quintaesencia del rock: acordes esenciales, riffs pegajosos, energía a raudales y velocidad de vértigo, todo ellos puesto al servicio de unas canciones minimalistas en las que desaparecen por completo los solos de guitarra y hasta los breaks de batería y se convierten en descargas energéticas de alto voltaje. Con estos ingredientes, The Ramones, sin saberlo, se aprestan a conquistar el mundo y a convertirse en una de las influencias más importantes y longevas del rock americano de los últimos veinticinco años. Influencia que comienza con la publicación de su primer y nunca suficientemente bien ponderado disco.

The Ramones, quizá como ningún otro álbum suyo en estudio, ejemplifica su propuesta de manera diáfana. Muchos de los temas-himno del grupo aparecen aquí: píldoras anfetamínicas como Blitzkrieg Bop, Judy Is A Punk, Chainsaw o Havana Affair destacan por lo perennes que fueron en sus repertorios de toda la vida, a pesar de que el tono general del álbum es eufórico, excitante, refrescante y muy divertido. Los catorce latigazos del disco (trece navajazos propios más una cover del Let’s Dance de Jim Lee), incomprendidos en su momento (les llamaron de todo: retrógrados, simplistas, subnormales, paletos, etc.), se convirtieron con el advenimiento del punk rock en uno de los principales capítulos del Antiguo Testamento de ese género. Con una celeridad inusitada hoy en día, en otoño del mismo 1976 vuelven a encerrarse en un estudio y a principios del 77 (el año de la definitiva explosión punk) publican Leave Home, otra ráfaga de fuego cruzado y efervescencia troglodita que deja para la posteridad un sonido un tanto más “refinado”, y nuevas joyas inmortales en su repertorio como Pinhead, Commando o Gimme Gimme Shock Treatment, entre otras muchas descargas de violencia sónica de dos minutos de duración. Durante el mismo año van y editan su tercer álbum: Rocket To Russia, la tercera pata de su trilogía inicial y otra soberbia muestra de su facilidad para manejar riffs demoledores, ritmos imparables y estribillos inolvidables.

Tras la entrada de Marky Ramone en la batería sustituyendo a Tommy en 1978, la banda se decide a ofrecer al mundo su obra maestra: It's Alive. Es muy poco habitual asegurar que un disco en directo (tópico, recurrente y manido subterfugio en demasiadas ocasiones) se encuentra entre lo mejor de la discografía de un grupo. Pero es que It’s Alive puede ser considerado como la quintaesencia del rock en estado puro; sin duda uno de los mejores discos en directo de toda la historia del género. Grabado en la nochevieja de 1977 (es decir, con la formación original al completo) en el Rainbow Theatre de Londres, It’s Alive (1979) es una auténtica orgía de energía en estado puro que enlaza sin parar veintiocho (28) temas del repertorio ramoniano ejecutados con un furor sin límites. Vamos, la pesadilla más negra y sádica que tu equipo de música puede proporcionar a tus vecinos. Y en 1980, la banda ve realizado uno de sus sueños: el productor de su siguiente trabajo, End Of The Century, es nada menos que Phil Spector, otro de los ídolos de los neoyorquinos. Trabada la relación entre banda y mito durante el rodaje de Rock’n’roll High School, Spector accede a dejar su impronta en otro de los trabajos imprescindibles del grupo.

Pero con el cambio de década, la banda comenzó a hacer gala de una velocidad de crucero menos vertiginosa en su trayectoria. Tras siete años juntos, era muy difícil mantener la frescura y la rabia inicial, y todas las bandas, por muy aparentemente cuadriculada que sea su música, acaban intentando añadir nuevos elementos, buscando nuevas vías y sonidos y, en definitiva, cambios que retrasen el estancamiento en el que inevitablemente se cae. A partir de aquí, la carrera del grupo entra en una prolongada fase de altibajos prolongada hasta 1995, año de edición de Adiós Amigos, el punto y final a más de veinte años de guitarreo incesante. La publicación en 1999 de Hey Ho Let’s Go The Ramones Anthology es el inmejorable e indispensable legado que una banda de la importancia de The Ramones necesitaba y merecía.

Con todo, los Ramones han sido mucho más determinantes para la historia del rock de lo que muchos han querido reconocer. Pero para darse cuenta del verdadero valor de su carrera, nada mejor que la lista que la prestigiosa revista SPIN realizó para proclamar los grupos y solistas más influyentes de la historia del rock. Allí, junto a Beatles, Rolling Stones, Led Zeppelin o Jimi Hendrix, los Ramones figuraban en letras de oro para proclamar a los cuatro vientos la necesidad de que en el mundo todavía haya gente que aúlle, grite, baile y salte cuando oiga el estruendo formado por cuatro tipos malcarados que machacan sus instrumentos mientras ejecutan esa música que parecía que no iba a ser más que una moda pasajera de la juventud norteamericana de mediados de los años cincuenta: rock.

UN EPÍLOGO PERSONAL: Primavera de 1981: un colega me propone realizar juntos un par de comics para un fanzine que se llamaba La Julandrona. Como la temática deviene un tanto... digamos subversiva, mi colega argumenta la necesidad de adoptar seudónimos para firmar nuestra obra. El que yo elijo es Gabba Gabba Hey. Y no preguntes por qué.

viernes, 2 de julio de 2010

BRIAN JONES: EL GENIO MALOGRADO


Mañana día 3 de julio se cumplen 41 años (03/07/1969) de la muerte de Brian Jones, el guitarrista original, junto a Keith Richards, de los Rolling Stones. Lewis Brian Hopkins-Jones, conocido para la posteridad como Brian Jones, fue el Rolling Stone inicial que más caro pagó (con su propia vida) el huracán de fama, dinero y escándalos que envolvió a los Stones allá por los años sesenta. Nacido en febrero de 1942 en Cheltenham, Brian Jones fue un niño inteligente y sumamente precoz en todos los aspectos, incluído el sexual, ya que a sus múltiples conquistas femeninas durante la adolescencia cabe añadir que tuvo varios hijos ilegítimos, el primero de los cuales fue engendrado a la tierna edad de diesiete años. A la par que realizaba sus incansables correrías con el sexo opuesto, Brian aprovechaba para estudiar jazz con la guitarra mientras realiza diversos trabajos temporales hasta que forma su primer grupo musical, los Ramrods, antes de su traslado a Londres, tras el cual dedica un par de años (entre 1961 y 1962) a vagabundear por toda Europa.

De vuelta en Londres, Jones frecuenta un local llamado Ealing Club, propiedad de Alexis Korner, en donde se montan frecuentes jams en las que Brian Jones puede saborear las reminiscencias musicales de sus principales ídolos, los bluesmen Elmore James y Jimmy Reed. En una ocasión histórica conoce en dicho club a Mick Jagger y Keith Richards, tras lo cual el trío en cuestión decide crear el embrión de lo que llegará a ser la mejor banda de rock de la historia. Jones, dotado de una técnica guitarrística superior a la de Richards, aunque sin su don para la composición, enseña al resto de los miembros del grupo los secretos arcanos del blues y se convierte en el elemento más exótico y espectacular de la banda. A mediados de los sesenta, Brian Jones es la sensación de la escena pop londinense a la vez que deviene el líder espiritual y musical de los Stones. Multiinstrumentista eficaz e ingenioso, Jones es un melómano compulsivo al que le gusta recorrer los oscuros y misteriosos senderos de diversos tipos de folklores musicales, tales como el hindú y el magrebí. Muchas son las piezas de los Stones de aquellos años que ostentan claramente la marca exótica e inquieta del rubio guitarrista. En discos como Aftermath, Between the Buttons y, sobre todo, Their Satanic Majesties Request, Brian Jones hace gala de su heterodoxia y recubre las composiciones de Jagger y Richards de un caleidoscopio de sensaciones y perfumes exóticas, fácilmente visibles en temas emblemáticos como Paint it Black, Ruby Tuesday, Under my Thumb o 2000 light-years from home.

Además de su trabajo con los Rolling, Brian Jones colaboró tocando el saxo en el tema de los Beatles You Know my Name, Look Up the Number, y tomó parte en la composición de la banda sonora del film Asesinato y homicidio, protagonizada por su novia de entonces, Anita Pallenberg (que posteriormente le dejó por Keith Richards), en colaboración con Nicky Hopkins y Glyn Johns. Sin embargo, Jones ya estaba iniciando la pendiente de su vida personal. De carácter inseguro y neurótico, Brian había comenzado a consumir drogas de todo tipo en una cantidad que sobrepasaba de todo punto lo recomendable. A menudo se pasaba todo el día como en trance, sumido en un profundo retiro de la realidad que le hizo casi imposible mantener el mismo tren de vida que el resto de los miembros del grupo. Había discos que grabar, giras que realizar...Hacia 1968, mientras los Stones ruedan la película Rock´n´roll Circus, Brian Jones ya es casi una caricatura de sí mismo, gordo y con la mirada neblinosa perdida en insondables pensamientos. A principios de 1969, Brian se ve obligado a dejar la banda ante las presiones de Jagger y Richards, y el 2 de julio de ese mismo año aparece ahogado en su piscina tras una ingestión masiva de barbitúricos durante la fiesta que daba en su nueva mansión de Cochford Farm.

Acongojados, los Stones dedicaron a Jones el famoso concierto del Hyde Park a los pocos días de su muerte y publicaron en 1971, en su nuevo sello Rolling Stones Records, la única obra de Brian Jones en solitario, Brian Jones presents the Pipes of Pan at Joujouka, un álbum grabado en Tánger en 1966 junto a diversos músicos marroquíes y que daba cuenta de su amor por las músicas exóticas y los sonidos poco convencionales. Su mejor descripción se encuentra, sin lugar a dudas, en su propia lápida, inscrita el día de su muerte: "No me juzguéis demasiado duramente". No lo haremos.