jueves, 24 de septiembre de 2009

MASSIVE ATTACK: BAILANDO CON LA MENTE


Hay ciudades que tienen su propia música, su propio estilo o, como mínimo, su propio sonido. La historia de la música moderna está repleta de estas ciudades: New York, Liverpool, San Francisco, Seattle, Manchester, Dusseldorf... Una de las últimas ciudades en ser ascendida a la categoría de lugar en el que concurren en tiempo y espacio una hornada de músicos de similares inquietudes fue Bristol, la capital del condado inglés de Avon, una población de unos 400.000 habitantes situada en el margen derecho del Canal de Bristol, a unos 140 kilómetros al oeste de Londres. De las brumas del canal emergen en ocasiones los contornos de la ciudad galesa de Cardiff, emplazada al otro lado de una lengua de agua que se ensancha progresivamente hacia el sudoeste hasta desembocar en el Mar Céltico. Es en esta región crecieron en los 90 grupos y artistas como Soul II Soul, On-U Sound, Portishead o Tricky. Y, por supuesto, Massive Attack, responsables de algunos de los mejores álbumes salidos de las islas en la pàsada década década.

Entre 1983 y 1987 existió en las islas británicas un colectivo artístico-musical rupturista y multiétnico inspirado en la alternatividad más airada llamado Wild Bunch, al que pertenecieron personajes como Tricky o Nellee Hooper de los Soul II Soul. También formaron parte de Wild Bunch los tres protagonistas de nuestra historia: Grantley Marshall, Robert del Naja y Andrew Volwes, más conocidos por los sobrenombres de Daddy G, 3-D y Mushroom, respectivamente. Vamos, la formación orioginal de Massive Attack. En 1987 se disolvió Wild Bunch y los tres DJ´s mataron el tiempo a base de aparecer como estrellas invitadas en diversos raves y acompañando en grabaciones ajenas a artistas como Lisa Stansfield, Jesus Loves You, Nusrat Fateh Ali Khan o Neneh Cherry. Fueron precisamente Neneh Cherry y su productor Cameron McVey quienes sugirieron a Daddy G, 3-D y Mushroom que se decidieran a grabar de forma autónoma, y a tales efectos Massive Attack firmaron un contrato con Circa Records. Y así es como vió la luz en marzo de 1991 Blue Lines, el primer trabajo discográfico de Massive Attack, y reconocido ampliamente a través de la crítica de medio planeta como uno de los mejores álbumes de aquel año y una de las más hermosas muestras de las directrices que había de seguir la música de los años 90.

Para su segundo álbum la banda se rodeó de viejos conocidos y colegas. Su viejo compinche de los tiempos de Wild Bunch, Nellee Hooper, sería el encargado de producir el álbum; las sensuales y sugerentes voces de Nicolette y Tracey Thorn, la vocalista de Everything But The Girl, también están presentes; poniendo aquí y allá su particular grano de arena, también colaborarían en la confección de Protection gente como Horace Andy (que ya estuvo presente también en Blue Lines), Tim Simenon (Bomb The Bass), el pianista y arreglista Craig Armstrong, el guitarrista Chester Kamen y el ingeniero y mezclador Harry The Mad Professor. Entre todos ellos lograron superar la papeleta de facturar un digno sucesor de Blue Lines, a pesar de tener que competir en el tiempo con el lanzamiento del sublime Dummy de sus convecinos Portishead, y poner una piedra más en ese particular monumento al sonido en que se estaba convirtiendo en aquel tiempo la ciudad de Bristol.

Ya asentados, continuaron evolucionando con Mezzanine (1998), un disco muchos más oscuro y opresivo que llegó a ser verdadero objeto de culto para fans y críticos. Sin embargo, 100th Window (2003) no obrtuvo los mismos parabienes y fue rápidamente catalogado como la obra más modesta del grupo. Desde entonces poco más, alguna banda sonora (Danny The Dog) y un recopilatorio llamado Collected (2006) han sido escaso bagaje para uno de los grupos a los que más se le espera y de los que más se espera dentro de la panoplia de los míticos años 90 británicos. Pero para 2010 anuncian nuevo álbum, con el que se cerraría este dilatado compás de espera para saborear las aventuras sonoras de esta banda ya legendaria. Paciencia. Vale la pena si sirve para volver a disfrutar de la promesa apenas entrevista de muchas tardes y noches de escucha recompensada con la placentera sensación con que se reciben las caricias en los sentidos y en el alma.

jueves, 10 de septiembre de 2009

OTIS REDDING: AZUL SOBRE NEGRO


Repasando el calendario he visto que tal día como ayer, nueve de septiembre (pero de 1941) nació Otis Redding, uno de los genios de color de la música pop y soul de los años sesenta, trágicamente desaparecido cuando en 1967 se estrelló el avión en el que viajaba a dar uno de sus conciertos.

Otis Redding fue sin discusión una de las voces más sugerentes y emocionales que jamás dio la música negra. Influido en un principio por el estilo volcánico y alocado de Little Richard, Redding se convirtió a mediados de los sesenta en la más rutilante estrella del firmamento del soul sureño estadounidense. Precisamente, poco antes de su muerte acababa de arrasar en el Festival de Monterrey ante un público eminentemente rockero, y hacía escasas semanas que había grabado Sittin’ In The Dock Of The Bay, su tema más recordado y ejemplo de su manera de enfrentarse a las baladas: un torrente de fuerza y genio que se deshacía en delicadezas y suspiros cuando la ocasión lo requería.

Pero dos años antes de eso, el gran Otis publicó Otis Blue, sin duda un hito artístico y comercial del cantante de Georgia, con el cual logró su cumbre artística y también la del sello discográfico para el que grababa, Stax Volt. Unos años antes, Otis emigró de Georgia a Memphis y fichó por la pequeña discográfica que por entonces ni siquiera soñaba con hacer sombra a la todopoderosa Tamla Motown, el imperio discográfico de Berry Gordy radicado en Detroit.

En el sello Stax, Redding encontró un grupo de músicos de sesión liderados por Isaac Hayes y Booker T. Jones. La química entre todos ellos fluyó de una manera tan excepcional que muy pronto se habló del mítico “sonido Stax”. Ese sonido estaba basado en simples pero efectistas fondos de teclados, guitarras juguetonas y una sección de viento absolutamente demoledora que punteaba y respondía a los susurros o los alaridos del cantante. Sin arreglos de cuerda ni coros, parco en elementos pero de una efectividad emocional tremenda, el sonido Stax se fue definiendo hasta alcanzar su techo precisamente con Otis Blue.

Cima indiscutible de un estilo y una sensibilidad, Otis Blue es primeramente un instrumento comunicativo de primera magnitud, más allá de idiomas y contextos. En el disco podemos encontrar éxitos de todos los tiempos como Respect, popularizada años después por Aretha Franklin, o la tremenda balada I’ve Been Loving You Too Long, dos muestras inmortales del tremendo talento compositivo de Redding, a pesar de que sus conocimientos musicales se circunscribían a rudimentarias habilidades con la guitarra y el piano.

Pero no importaba. Otis tenía un talento intuitivo enorme, una sensibilidad artística a flor de piel con la que era capaz de enfrentarse a cualquier cosa, incluida una fantástica versión del Satisfaction de los Rolling Stones que hizo suya de tal manera que en Estados Unidos muchos creyeron que era él el verdadero autor de la legendaria canción. Otis Blue guarda un perfecto equilibrio entre tempos medios y rápidos, entre huracanes de sonido tórrido y encendido, y remansos llenos de arrullos y caricias. En resumen, es una catarsis emocional cuyo hilo conductor es una voz de trueno que conmociona por su camaleónica capacidad para pellizcar los resortes apropiados del alma humana.

viernes, 4 de septiembre de 2009

CUENTOS DEL CIELO DEL ROCK'N'ROLL (XII)


Rainbow Theather, Londres, 7 de marzo de 1977. Cual Ave Fénix mitológica, Iggy Pop está a punto de renacer de sus cenizas. Unas cenizas candentes aún, una calurosa escoria de material amontonado durante crisis y adicciones cuya cauteración ha sido dura y laboriosa. El momento actual, segundos antes de que Iggy Pop y su banda salgan a escena, es uno de esos instantes que permanecen imborrables en la memoria histórica del rock. Pues hoy uno de sus indómitos hijos resucita definitivamente, tomando posesión de su metálico cetro para descargar sobre sus entregados súbditos toda la electricidad que éstos necesitan.

Cantante y showman intratable, innegociable padrino del punk rock, bestia escénica por excelencia, Iggy Pop permanecía desde 1974, tras la disolución de su grupo The Stooges, en un limbo artístico víctima de sus intentos por desengancharse de la heroína que le llevaron a realizar diversas curas de desintoxicación. Estos casi tres años han sido un descenso a los infiernos en los que prácticamente su único apoyo ha sido la de su amigo, seguidor y valedor David Bowie. Ingresos en clínicas, tratamientos con metadona y seguimiento psiquiátrico consiguen por fin que Iggy Pop vuelva a ser un músico, un cantante, un artista ambicioso y excesivo cuya ausencia se ha notado excesivamente.

Cuando David Bowie terminó en 1976 su gira para promocionar su álbum Station To Station, Iggy reapareció en solitario con un disco llamado The Idiot, con Bowie como productor y co-autor del disco y una banda nueva, entre la que destacaba el propio David Bowie a los teclados. Casi sin solución de continuidad, se publicó un segundo disco, Lust For Life, y se formó una banda de apoyo para el directo compuesta por los hermanos Hunt y Tony Sales al bajo y la batería, Ricky Gardiner como guitarrista y el mismo Bowie a los teclados y coros.

Esa noche en el Rainbow Theather, Iggy Pop cantó, bailó, saltó y se movió como nunca lo había hecho sobre un escenario. Su cuerpo compacto y fibroso se contorsionó hasta el paroxismo, su recia y provocativa voz aulló de placer, y sus canciones, las nuevas y las viejas, sonaron poderosas, graníticas y amenazadoras. Precisamente, los temas más conocidos de su etapa con los Stooges, como TV Eye, Raw Power, Search And Destroy o I Wanna Be Your Dog, sonaron tan convincentes, tan enérgicas, tan desatadas y contundentes, que parecían compuestos el día anterior.

Fiero, terrorífico, interpretado con la desesperación del animal acorralado que el propio Iggy fue durante años, el concierto que estás a punto de escuchar deja sin respiración desde la primera nota, el primer grito, el primer aullido. Un aquelarre de rock en estado puro, una vivisección sin anestesia de la música más extrema ejecutada con urgencia, sin concesiones ni adornos superfluos. Sólo son cuatro músicos furibundos arropando a un auténtico animal del rock and roll y demostrando que esa música simple, sencilla, construida con cuatro acordes y mucha alma es capaz de cautivar el cuerpo y el espíritu como ninguna otra música lo ha hecho jamás.

Esa noche, la del 7 de marzo de 1977, el Ave Fénix conocida con el sobrenombre de Iggy Pop voló sobre el Rainbow Theather y materializó su sueño oscuro y desesperado. Esa noche, la del retorno del gran histrión, será para siempre recordada como La noche de la Iguana.