jueves, 26 de febrero de 2009

CUENTOS DEL CIELO DEL ROCK AND ROLL (VII)


Rainbow Theatre, Londres. Diciembre de 1972. La banda progresiva Yes está a punto de cerrar el maratoniano tour mediante el cual han recorrido los cinco continentes presentando su último álbum hasta la fecha, Close To The Edge. Se trata de una gira en la que el grupo ha presentado a su nuevo batería, Alan White, y que pretenden cerrar a lo grande con este concierto que va a ser filmado para su posterior comercialización en cine.

Cuando Yes afronta la larga y agónica gira por todo el mundo, la banda está en la cumbre de su creatividad. Desde la entrada del teclista Rick Wakeman, el prestigio y las ventas del grupo se han incrementado exponencialmente. Al poco de editarse Close To The Edge, crítica y fans coinciden en que Yes han desbancado de la primera posición del podio del rock progresivo a otros mastodontes como Genesis o Emerson, Lake & Palmer. Sus largos y complicados temas, que combinan a la perfección la fuerza del rock, el lirismo acústico y la solemnidad de la música contemporánea, tienen fascinados a medio planeta, que los aclama unánimemente como el mejor grupo de aquellos años.

La música épica, grandilocuente y compleja de Yes se beneficia de la tecnología de los estudios de grabación, en donde el grupo se encuentra como pez en el agua y puede hacer fermentar y crecer unas composiciones cuya estructura y ejecución requieren un virtuosismo que muchas veces parece difícil de reproducir sobre un escenario. El tour de presentación de Close To The Edge se ha erigido en una inmejorable ocasión de comprobar si las prestaciones que exigen sus temas pueden ser implementadas ante el público. El resultado no sólo es óptimo, si no simplemente, espectacular.

Arropados por un juego de luces heredero de la psicodelia, y con una interpretación de sus temas sencillamente magistral, Yes obtienen un sobresaliente en la puesta de largo de su último y ambicioso álbum. Hasta el punto de que en ocasiones cuesta determinar si están tocando en directo o si la versión de tal o cual canción es la misma que en el disco de estudio. Reproducen nota por nota composiciones de quince o veinte minutos de duración sin el más mínimo titubeo, sin fallo alguno, demostrando que su calidad como instrumentistas está totalmente fuera de duda.

La voz angelical y lírica de Jon Andersson, el eclecticismo de Steve Howe en las guitarras, la espectacular aportación de Rick Wakeman en los teclados, y la fuerza y ductilidad de la sección rítmica formada por Alan White y el bajista Chris Squire vencen y convencen. Son cinco virtuosos dominando a placer sus instrumentos y disfrutando de ello. Y haciendo disfrutar, además, a los miles de asistentes a sus conciertos, asistentes que, como los de esa noche en el Rainbow Theatre, van a pasar una velada inolvidable.

Ritmos cambiantes, solos delirantes, pasajes sonoros torrenciales o remansos de lírica plasticidad se turnan sin solución de continuidad en unas composiciones que en directo ganan en humanidad y cercanía sin perder un ápice de su complejidad. Todo ello ejecutado por una banda única e inimitable ante cuya demostración de poderío uno tan sólo puede decir: “Maldita sea, qué buenos que son”.

lunes, 23 de febrero de 2009

TEJERO POP


Toda persona que el 23 de febrero de 1981 tuviera más de catorce o quince años ha debido contestar en múltiples ocasiones a la siguiente pregunta: Y tú, ¿dónde estabas el 23-F? Pues bien, en el momento en que los golpistas liderados por el teniente coronel Antonio Tejero hacían acto de presencia en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, un servidor se encontraba comprando discos en compañía de un amigo. Aunque no puedo recordar exactamente cuáles fueron mis adquisiciones de aquel día, sí que con el paso de los años he podido constatar que la música ha estado ligada tanto a mi devenir vital como a los acontecimientos, tanto nacionales como internacionales, que se han producido durante mi vida adulta. Y creo que no es un fenómeno especialmente infrecuente. Son muchas las personas que automáticamente asocian una melodía o una canción determinada a determinados pasajes de su biografía o a los hechos, importantes o no, que se producen a su alrededor.


Ya hace unos pocos años que el recuerdo tanto del fallido golpe de estado se asocia al incipiente protagonismo adquirido en aquellos días por el pop y el rock español, magnificado e idealizado en ese dispar aluvión de grupos y estilos posteriormente sacro santificado con el apelativo genérico de “la movida”. ¿Os suena? Pues claro que sí. Ahora bien, en estos tiempos en que todo son fastos y oropeles para ensalzar aquellos años de supuesta efervescencia creativa y libertaria, muchas son las preguntas y las respuestas que se suceden alrededor de la manoseada movida, madrileña o no. Y son también muchos los mitos a derribar, pese al interés que iconos musicales y artísticos, gestores culturales y, sobre todo, sellos discográficos, muestran de manera tan altruista para homenajear aquellos años y aquellos lodos.


En primer lugar, se impone destruir el tópico según el cual la movida fue como una seta que emergió de la nada y que aunó esfuerzos y voluntades artísticas para constituirse en el fenómeno musical más importante de nuestra historia moderna. Mucho antes de la irrupción de los primeros grupos a los que posteriormente se adscribió, no se sabe muy bien cómo, a la movida, el pop y el rock español ya había vivido buenos aunque puntuales momentos gloriosos desde la ya lejana aparición de Los Brincos allá por 1965. Desde el rock urbano madrileño comandado por Burning o Leño, a la música progresiva catalana de grupos como Máquina! o Música Dispersa (del que emergería posteriormente Sisa), hasta el rock con raíces andaluzas de Smash, el pop español, aunque inquietantemente carente de medios y apoyo de la industria, se encontraba lejos de ser un territorio virgen que aguardaba con anhelo indisimulado la aparición de la movida.


Todos esos grupos y muchos más (Veneno, Ramoncín y WC, Paracelso, Ñu, Pau Riba, Miguel Ríos, Coz, Gualberto, Moris, y un larguísimo etcétera) se las vieron y se las tuvieron con los censores, la falta absoluta de una mínima infraestructura digna de ese nombre, el desdén de la intelligentsia rendida a los cantautores como Serrat, Llach o Raimon, y una época (la famosa transición) llena de dudas e incertidumbre y de ausencia de certezas. Y aún así, lograron escribir algunas de las mejores páginas de la música popular española del siglo XX, en ocasiones bastantes años antes de que Olvido Gara (sí, Alaska) tuviera su primera menstruación.


Mientras a nivel político se negociaba la Constitución española y los estatutos de autonomía de Catalunya, País Vasco y Galicia, se firmaban los Pactos de La Moncloa, y la UCD de Adolfo Suárez se convertía poco a poco en una torre de Babel política marcada por el canibalismo y la lucha soterrada de facciones encontradas, el rock español recuperaba el tiempo perdido y alcanzaba lentamente la normalidad. Impulsada por los vientos que llegaban sobre todo de Gran Bretaña, la escena musical española absorbía tendencias como el punk y la new wawe. En 1977 se formó el crisol del cual nació casi todo el rock español de los siguientes años: Kaka de Luxe, más que una banda de rock, un colectivo de inadaptados y contestatarios cuya pericia musical podría resumirse en la ya tradicional expresión “cero patatero”. No obstante, su descaro (“morro”, dirían algunos) y su total ausencia de complejos, más una dispersa y breve colección de temas burbujeantes e irreverentes, les convirtieron en leyenda. Su formación incluía (atención) a prácticamente todos los nombres importantes de grupos que años después serían los supuestos líderes de la movida; a saber: Alaska, sus luego inseparables Nacho Canut y Carlos Berlanga, Enrique Sierra (más tarde guitarrista de Radio Futura), y Fernando Márquez El Zurdo, posterior líder de Paraíso y La Mode, y probablemente el que más talento tenía de todos ellos. Kaka de Luxe no pasó en realidad de ser un fenómeno pintoresco y poco más. No obstante, su breve existencia (resumida en el álbum Las canciones prohibidas, editado póstumamente en 1983) posibilitó la ruptura con algunos de los clichés del rock setentero y abrió los ojos a la industria musical, que rápidamente se aplicó en la búsqueda de nuevas bandas, la mayoría de ellas creativamente teledirigidas, con las cuales pergeñar una nueva escena musical. En esas mismas fechas (el período 1978-80) nacía la primera hornada de grupos post-Kaka de Luxe: Nacha Pop, Sissí, Greta, Paraíso, Ejecutivos Agresivos, y dos de las bandas más emblemáticas del período y, por supuesto, del futuro devenir del rock español: Radio Futura y Alaska y los Pegamoides. Excepto estos dos últimos y Nacha Pop (el trío de “galácticos” del pop español de los ochenta), el resto de grupos tuvieron una vida efímera, y cuando el cambio de década se hizo realidad, la mayoría ya habían dejado de existir.


En estas llegamos a 1981. La crisis económica y los índices de desempleo en España son galopantes. El tira y afloja continuo entre gobierno y oposición, normal en cualquier país democrático, es visto por algunos sectores nostálgicos del antiguo régimen como un peligro para España. Los atentados terroristas de ETA, cuya diana muy a menudo son miembros del Ejército o de las fuerzas de seguridad, menudean convirtiéndose en un macabro y trágico goteo de víctimas. La rumorología sociopolítica está presa del síndrome del ruido de sables, de intentos más o menos serios de golpe de estado y del peligro de involucionismo político. La historia paralela también dice que, mientras ocurría todo lo anterior, la contracultura y la escena musical vivían una efervescencia creciente. En Madrid nacía la sala Rock Ola, centro de operaciones de muchos de los grupos contemporáneos, aunque por contra TVE dejaba de emitir el espacio Popgrama, único altavoz de la televisión pública para la música rock y sus derivados. Por su parte, Pedro Almodóvar ya había debutado en 1980 con la ínclita Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (con un papel destacado para la ubicua Alaska), película que más tarde sería aclamada como el primer (¿y único?) film ambientado en la movida.


También se asistió a la eclosión de una nueva hornada de bandas como Los Secretos, Mecano, La Mode, Barón Rojo, Zombies (comandados por el gran Bernardo Bonezzi) o Vulpess, que provocaron un suculento escándalo con esa oda a la sutilidad que fue Me gusta ser una zorra. Por su parte, Gabinete Caligari, Glutamato Ye Ye, Los Nikis o Derribos Arias realizaban sus primeras actuaciones en directo. Y todo ello mientras visitaban nuestro país (en vías de normalización en este aspecto) estrellas del rock internacional como Bruce Springsteen, The Clash, Iggy Pop o Mötorhead. En cuanto a las listas de éxitos, estas se encontraban dominadas por The Police (Every Breath You Take), Queen (Radio Gaga), The Rolling Stones (Start Me Up) o John Lennon (Woman). Por lo que al cine respecta, películas como En busca del arca perdida, Excalibur o Carros de fuego eran las triunfadoras en las taquillas.


El 23 de febrero de 1981 el Parlamento español estaba convocado para una sesión extraordinaria con un único punto en el orden del día: la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como nuevo presidente del gobierno. Durante la tarde, mientras hablaba el presidente del Congreso, Landelino Lavilla, el teniente coronel Antonio Tejero, acompañado de 200 guardias civiles, entraba en el hemiciclo y pronunciaba una de las frases que pasará a la historia por su hondo calado político e intelectual: “Quieto todo el mundo”. ¿Y cómo reaccionaron los líderes culturales y artísticos del país? ¿Montaron barricadas a las puertas del Parlamento? ¿Se manifestaron públicamente a favor de la democracia y contra el intervencionismo militar? Pues no precisamente. Según contó en su día la propia Alaska al periodista Rafa Cervera (autor del libro Alaska y otras historias de la Movida, de la editorial Plaza y Janés), lo que hicieron los Pegamoides fue hacer planes para coger el primer avión que les llevase a Londres. Y eso que incluso Pedro Almodóvar, autor del prólogo del mismo libro, afirma que «muchos de los que vivieron aquellos años de extrema libertad lo pagaron con su vida»; sería por conducir bebidos o bajo los efectos de otras sustancias, porque respecto al compromiso político y social más vale correr un tupido velo.


Afortunadamente, el golpe de estado no prosperó y a la mañana siguiente Tejero se rendía y abandonaba el Congreso de los diputados con el rabo entre las piernas, y año y medio después el país viviría la aplastante victoria electoral del PSOE en 1982. La "movida" fue oficializada y comenzó su época dorada, cuyo legado está siendo ponderado durante estos últimos años. Ese legado puede resumirse en algunas líneas. Dejando de lado la obra cinematográfica de Almodóvar, incontestable en cuanto a calidad y reconocimiento internacional y que ha superado barreras geográficas y temporales a base de talento y frescura, musicalmente la movida ha dejado un buen puñado de discos para el recuerdo y mucha paja que no aguanta el más mínimo análisis crítico. En realidad, los Pegamoides grabaron un único aunque irregular disco (Grandes éxitos) antes de separarse en dos grupos: Parálisis Permanente y Alaska y Dinarama, cuyo álbum Deseo carnal (1984) sí puede ser considerado como uno de los mejores trabajos del pop español de todos los tiempos. Por su parte, Radio Futura construyó una de las carreras más sólidas del rock español gracias a discos como La ley del desierto, la ley del mar o La canción de Juan Perro.


¿El resto? Mecano se convirtió en una máquina de hacer dinero, Fernando Márquez jamás tuvo el éxito que merecía, Gabinete Caligari se escoraron hacia el (ejem) “rock cañí”, y el resto mantuvieron trayectorias erráticas, cuando no disfuncionales, apenas sostenidas por unos cuantos singles de mérito y poco más. En cuanto al 23-F, todo el mundo se hizo el sordo y pasó de puntillas sobre el tema, con la inverosímil excepción de Juan Palacios, cuyo tema Tanguillo del golpe (1981), de impagable portada y letra dadaísta (“Tejero, como ya dije, sin moverse de su sitio, se puso a pegarle tiros al techo del hemiciclo”), fue la única excepción al olvido generalizado del día más negro de la democracia española.


Y poco más. Ante las interesadas crónicas descontextualizadas que retratan aquellos años como un perpetuo jauja y una explosión de creatividad desmesurada, hoy en día la movida es un interesado revival económico cuya máxima aportación al metalenguaje de la postmodernidad es la palabra “petarda”. Es posible que fuesen tiempos divertidos, y que se aprovecharan para recuperar la libertad y el disfrute sin más que los años negros del franquismo hurtaron a la sociedad española. Y por supuesto la movida resulta francamente refrescante si se tiene en cuenta que durante los años noventa y hasta hoy, los poderes públicos (sobre todo en Madrid) pusieron el acento en la represión, las leyes antibotellón y la recuperación de la zarzuela como propuesta de ocio alternativo.


Es triste reconocerlo, pero ante el actual babeo generalizado de todo cuanto huele a movida, y al burdo intento de ganar hoy el dinero que no se consiguió amasar ayer, no queda más remedio que acudir al sabio refranero español: “otros vendrán que bueno me harán”. Porque si hemos de confiar en la creatividad de Fran Perea, Bebe y demás líderes de la estulticia musical y lo políticamente correcto, casi que imitemos a los Pegamoides del 23-F y cojamos todos un avión a Londres, ahora que son tan baratitos.

viernes, 20 de febrero de 2009

CUENTOS DEL CIELO DEL ROCK'N'ROLL (VI)


James Brown, el rey del soul fallecido a finales del año 2006, participó con luz propia en la revolución de la música negra de los años sesenta, la que consolidó el funk y sus derivados en la corriente más influyente de final de siglo. Durante los primeros años de su carrera, James Brown dio forma a su imponente directo. Con su banda de apoyo, los Famous Flames, reunió un grupo de rhythm and blues poderoso que respondía como un solo hombre a las indicaciones de su jefe. James Brown bailaba y se agitaba hasta la extenuación mientras su banda le seguía en sus evoluciones convirtiéndose en su instrumento. Utilizaba las secciones de viento o rítmica del grupo como si tratasen de las cuerdas de una guitarra siempre bien afinada.

El 24 de octubre de 1962, James Brown alcanzó ese punto que separa a los grandes músicos de las leyendas. Aquella noche dio un soberbio concierto en el corazón de Harlem. De la actuación en el Teatro Apollo se registraron 32 minutos que han pasado a la historia. Su discográfica había fichado al padrino del soul en 1956 y ya entonces, cuando tuvo la oportunidad de oír su primera versión de Please, Please, Please, había mostrado su discrepancia con un artista al que nunca comprendió a pesar de elevarlo al estrellato.

Al igual que ocurriera con su primer éxito, James Brown devolvió a su sello discográfico su inversión con creces. A principios de 1963, Live At The Apollo se convirtió en un auténtico bombazo. Las estaciones de radio pinchaban el álbum completo (algo inédito hasta en los programas actuales) utilizando la pausa entre cara y cara (justo en el medio de la impresionante Lost Someone) para introducir sus anuncios. Aquel directo, cuya producción había sido pagada por el propio cantante, alcanzó el número 2 y se mantuvo durante 66 semanas en el Billboard Top Pop Albums. Y lo impresionante es que contiene solo 7 cortes, 5 de los cuales son realmente breves. Y aunque no hubiera grabado nada más con posterioridad a este álbum, James Brown hubiera pasado a la historia por la enorme interpretación de estos siete cortes.

El concierto comienza con la magistral I’ll Go Crazy, y sigue hacia adelante con sus clásicos Try Me y Think, en los que las variaciones instrumentales de la banda se encargan de poner la sal y la pimienta. Casi en un suspiro llega el apasionado I Don’t Mind, justo antes de Lost Someone y su “crescendo” apoteósico. A continuación se puede escuchar un medley que comienza y termina con Please, Please, Please y que en su interior recoge fragmentos de You’ve Got The Power, I Found Someone, Why Do You Do Me, I Want You So Bad, I Love You, Yes I Do, Strange Things Happen y Bewildered. Y de postre, la extraordinaria versión de Night Train.

Hay superdotados que son capaces de hacer sencillo algo que para el resto es sencillamente imposible. Y James Brown es uno de ellos. Se trata de algo etéreo, subjetivo, pero capaz de poner de acuerdo a cualquier aficionado, sean cuál sean sus gustos musicales. Live At The Apollo logra captar como pocos discos la fuerza y la pasión de uno de los grandes en su mejor momento de forma.

La noche del 24 de octubre de 1962, James Brown entregó su alma al diablo y decidió dejar constancia de ello. Y el resto es historia. Historia del Rock'n'Roll, el soul, el funk. Una historia de Sudor orgiástico. De Aquelarres. Del Alma. Esa alma, incorrupta a través de los años, nos canta desde el año 1962 (el año en que yo nací), y nos recuerda que cielo e infierno son sólo abstracciones. Lo que de verdad cuenta, lo real, son aquellas canciones, aquellas estrofas, aquellos gritos que saltan el velo de los años y son hoy tan poderosos y mortíferos como entonces.

martes, 17 de febrero de 2009

CUANDO TODO EMPEZÓ (V)


El éxito comercial del rock´n´roll, a pesar de las presiones sociales, culturales, religiosas y hasta políticas en su contra, dio como resultado una avalancha de cantantes, músicos y bandas dispuestos a imitar la fulgurante carrera de Elvis Presley y demás estrellas del rock. Algunos de ellos se limitarían a fotocopiar lo ya mostrado por los pioneros, otros intentarían dar con nuevos modos y formatos para el género, y otros más simplemente intentarían (movidos por los resortes de las compañías discográficas) pescar en río revuelto y hacerse con una tacada del suculento pastel económico del naciente rock´n´roll.

Por ejemplo, los Everly Brothers fueron el primer dúo célebre del rock. Los hermanos Phil y Don Everly, autores de canciones como Bye Bye Love, Wake Up Little Susie o Let It Be Me, supusieron un fecundo puente entre el rock y el pop de los 60´s y lograron mantener un puesto privilegiado en las listas durante un buen montón de años, sirviendo de ejemplo a clónicos foráneos menos afortunados como (ejem) el Dúo Dinámico. En cuanto a los grupos, caben destacar formaciones de éxito más o menos efímero como Danny & The Juniors, Dion & The Belmonts o Johnny & The Hurricanes, a los que se añadirían las primeras bandas de rock´n´roll propiamente dichas como Coasters o Drifters. En el apartado de solistas, por otra parte, habría que mencionar a cantantes como Ronnie Self, Richard Berry, Ritchie Valens, Ronnie Hawkins e incluso Screamin´ Jay Hawkins, siempre a caballo entre el rock y el r&b. El abanico se abría cada vez más.

Claro que los primeros años del rock´n´roll tuvieron otros protagonistas. Y sumamente importantes, por cierto. Ya hemos hablado del papel preponderante de locutores de radio como Alan Freed o Dick Clarck, o de productores como Sam Phillips, Allen Toussaint o, más adelante, Jerry Wexler o Phil Spector. Es de menester a su vez recordar la figura de insignes compositores como Jerry Fuller, los tándems formados por Doc Pomus/Mort Shuman o Jerry Leiber/Mike Stoller, etc. También hay que hablar de un nuevo descubrimiento patentado por el rock: la figura del manager, ese ser conspicuo y supuestamente mefistofélico cuya primera encarnación fue el célebre Coronel Parker, el manager de Elvis, un tipo frío y con pocos escrúpulos que manipuló como quiso a la fiera de Tupelo pero que siempre se mantuvo fiel a su pupilo; Parker inauguró esa línea que más adelante continuarían gente como Brian Epstein, Andrew Loog Oldham, Peter Grant o el mismísimo Malcolm McLaren: fríos y provocativos cerebros en la sombra que manejan los hilos del negocio con inigualable maestría.

Y luego están, por supuesto, los músicos. Sobre todo guitarristas como Scotty Moore, Chet Atkins, Link Wray, James Burton o Duane Twangy Eddy, que supieron "inventar" un sonido gracias a los avances en la electrificación de la guitarra conseguidos años antes por Leo Fender o Les Paul. Pero también baterías como DJ Fontana o Cozy Cole, teclistas como Floyd Cramer o Bill Doggett y saxofonistas como Ruddy Pompilli o King Curtis; los desconocidos hacedores del rock´n´roll. Casi nadie se acuerda hoy de ellos y merecen el reconocimiento de todos nosotros. Sea.

Continuará

viernes, 13 de febrero de 2009

EL TRUENO Y LA BESTIA


“El trueno distante retumba, hambriento como la Bestia.
La lluvia negra se desploma, cayendo. Agua por todas partes.
Ningún pájaro puede volar, ningún pez puede nadar
Hasta que el Rey haya nacido"

Nick Cave es australiano, aunque su vida ha transcurrido a caballo entre Melbourne, Londres, Berlín y Sao Paulo. Sin embargo, la mayoría de su ya abundante producción discográfica parece haber sido escrita y grabada en la América profunda, en el viejo sur donde surgió el rock’n’roll y tomó forma, cuerpo y sangre.Las estrofas iniciales, extraídas del tema que abre el segundo disco de Cave (The Firstborn Is Dead), Tupelo, son un verdadero homenaje al nacimiento del rock. Tupelo es la ciudad donde nació John Lee Hooker, padre de la tradición del blues recitado. Y también es el lugar donde vino al mundo Elvis Presley, uno de los pocos héroes que confiesa tener Cave. La canción recrea una leyenda basada en el nacimiento del rey del rock, incardinando este hecho con la mitología del antiguo testamento.

Y esa es una de las grande habilidades de Nick Cave. En apenas unas líneas consigue conjurar imágenes y demonios que cabalgan en noches oscuras cruzadas por vientos helados, iconos proféticos teñidos de sangre, maldiciones atravesadas por esperanzas y promesas de redención. En este puñado de palabras, el nacimiento de un género musical deviene augurio milenario, largamente esperado por generaciones enteras de hombres y mujeres que por fin pudieron contemplar el advenimiento y concreción del remoto sortilegio. Es también una promesa de nuevas revelaciones, un código para interpretar mensajes cifrados, una clave para comprender viejas leyendas.

Escuchando las epifanías de Cave en forma de canciones, un nudo apresa la garganta e impide tragar la saliva que se acumula en la boca. Los latidos del corazón se aceleran. Órganos y glándulas de nombres desconocidos envían estímulos, señales, hormonas, impulsos, hasta el resto del sistema nervioso. Su música es un torrente de pálpitos y éxtasis. Escuchándola, se tiene la misma sensación que la de nadar en una espesa sopa de sentimientos que te atrapan con férreas garras y te sumergen en una agitación de sentidos sin cicatrizar cuya completa cauteración no resulta posible. Cave ama el lado oscuro e inhumano de la belleza. Vive entre tétricas fábulas y contradicciones desoladas.

¿Jamás te han abrumado tus propias contradicciones? ¿No has tenido nunca tentaciones de dejar de fingir por un momento y exponer tus interioridades, tu verdadero y único yo, de rendirte a las emociones reprimidas y exponerlas públicamente hasta que te has dado cuenta de que tal acto no podría más que herirte y llagar un poco más tu alma? Si alguna vez has sentido todo esto y sigues atrapado en la red de emociones encontradas que tú mismo has tejido, la música de Nick Cave puede convertirse en tu banda sonora favorita para esos momentos en que te miras al espejo y tan sólo recibes un reflejo deformado y negativo de tu yo interior, de la personalidad que, aunque real, pretendes ocultar a aquellos que te rodean.

El punto del que parten sus canciones es muy claro: la imaginería y las leyendas tomadas de la Biblia, los mitos populares y las referencias literarias. Por lo que a lo musical se refiere, su grupo de acompañamiento, The Bad Seeds, deconstruye el rock y el blues de los años ochenta hasta reducirlo a sus cimientos para, a partir de ahí, pergeñar pequeñas epopeyas repletas de dramas rurales, personajes de moral ambigua y rendidos homenajes a los héroes de la cultura popular. Su carrera musical es uno de los mejores esfuerzos de recuperación del glorioso pasado del rock efectuados jamás. Tenso, dramático, apocalíptico en ocasiones, su arte es un auténtico manifiesto de amor por el rock, un homenaje que viaja treinta, cuarenta años hacia atrás en el tiempo pero de una frescura simplemente desbordante.

Esa inmersión en la tradición es perfectamente tangible en temas dramáticos como The Mercy Seat, Henry's Dream, From Here To Eternity, Stranger Than Kindness o la propia Tupelo, y también en baladas desgarradas y desesperadas que siempre han caracterizado la obra del australiano, lamentos oscuros y retorcidos que relatan tristes historias de final infeliz (o no tanto) como Into My Arms, Where The Wild Roses Grow, (Are You) The One That I've Been Waiting For?, o la sencillamente excelsa Straight To You. Liturgia, tragedia, arrepentimiento, romanticismo... todo eso y más, mucho más, podrás encontrar en su obra. Una obra ya larga y abundante en cuyos meandros y marjales podrás perderte durante mucho, mucho tiempo. Y no desearás volver.

miércoles, 11 de febrero de 2009

CUENTOS DEL CIELO DEL ROCK'N'ROLL (V)


Royal Albert Hall, Londres. Dos de abril de 1975. Cualquier seguidor de la banda alemana Tangerine Dream sabe que sus conciertos son cualquier cosa salvo previsibles. Cerca del 100 % del material que interpretan en directo suele ser pura improvisación. No existen dos conciertos iguales de Tangerine Dream, todos son únicos. Y éste, el que se preparan a ofrecer en el histórico teatro londinense, va a ser uno de los más únicos. Uno de los mejores.

Realmente, la actuación de este dos de abril del año 75 es algo más. Mucho más. Una gema largo tiempo olvidada que sufrió el mal del olvido durante muchos años a excepción de copias piratas y grabaciones mutiladas. Hasta que hace unos pocos años se publicó dentro de una caja que recogía diversas actuaciones de los alemanes durante los años setenta. Con un sonido impecable, con todo el concierto completo y restaurado. Con toda la magia que esa noche Tangerine Dream conjuró para su público.

Tangerine Dream, junto a los también alemanes Kraftwerk, fueron los más destacados adalides de la música electrónica durante la década de los setenta. No sólo se adelantaron décadas a su tiempo, sino que también obtuvieron un importante éxito comercial y definieron toda una manera de entender el sonido electrónico mucho antes incluso de que la informática y la digitalización se convirtieran en herramientas cotidianas. Fueron pioneros de lo que hoy es común y usual. Pero basta con recordar que este concierto fue hecho nada menos que en 1975 para que nos demos cuenta de la grandeza y el riesgo que esa manera de entender la música entrañaba.

Las raíces musicales de Tangerine Dream se situaban en la era psicodélica, aunque ellos rehusaron utilizar guitarras y baterías para enfrascarse en el uso de sintetizadores y melotrones. Era un camino arriesgado, una aventura en toda regla. Priorizaban la textura sobre la melodía, el ambiente sobre la ejecución, la secuencia sobre el ritmo. Y además lo hacían de manera intuitiva, improvisando, sobre todo encima de un escenario. Algo a lo que casi nadie se ha atrevido jamás.

Tan bella que a veces duele, sin las limitaciones de tiempo y espacio de un disco o un CD, la música de esta actuación es libre, autónoma. Tiene alma propia y crece y muta conforme el concierto avanza. No contiene canciones, si no temas o partes. No hacen falta, pues uno navega y se pierde entre acordes, secuencias y atmósferas. Capa tras capa, textura tras textura, la música de Tangerine Dream sobrevuela el recinto y viaja a través del espacio hasta transportarnos a otro sitio, otro lugar donde lo conocido no existe y lo inexplorado es un territorio que se pisa día a día.

Edgar Froese, Chistopher Franke y Peter Baumann expandieron las fronteras de la música, alteraron los esquemas típicos de lo que es un concierto, y realizaron múltiples descubrimientos sonoros. Lo esencial en su música era el sonido, y lo malearon, lo subvirtieron y lo elevaron a un estado de materia viva que podía mutar a cada instante sin adquirir nunca el triste estatus de lo previsible. Mientras el oyente es transportado a través de un viaje interestelar e intemporal, el misterio y la magia de Tangerine Dream descartan la melancolía y apuestan por el sortilegio envolvente. Déjate llevar por él, pero acuérdate de regresar del viaje cuando termine. Podrías decidir que no te apetece retornar del país de maravillas tejido por la música de estos alemanes. Y, sobre todo, disfruta.

martes, 10 de febrero de 2009

EL HOMBRE QUE PREFIRIÓ LA ARENA AL AIRE


Nada menos que cinco Grammys ha cosechado este año la colaboración entre Robert Plant, ex cantante de Led Zeppelin, y la cantante Alison Krauss, una veterana revisionista del legado folk y blues norteamericano. Su álbum Raising Sand ha roto todas las previsiones y ha sido el protagonista casi absoluto (con perdón de Coldplay, Lil Wayne o Radiohead) en el Staples Center de Los Angeles.

En El Periódico de Catalunya, el periodista Nando Cruz firma una acertada pieza acerca de los avatares que han rodeado la grabación de Raising Sand. Su título lo dice todo: El disco más caro del siglo XXI (yo casi diría que de toda la historia de la música). ¿Por qué? Fácil: porque para grabarlo Robert Plant renunció al más suculento negocio musical que hoy en día la industria puede tramar para resurgir de sus cenizas, nada menos que la reunión definitiva de Led Zeppelin para grabar nuevas canciones y salir de maratoniana gira por todo el mundo llenando estadios, portaaviones, pistas de aeropuertos y lo que se terciase, que ellos son capaces de eso y más.

La encrucijada que debió resolver Plant no era baladí: pasar un año aullando los gloriosos aunque consabidos estribillos de Stairway To Heaven o Whole Lotta Love a través de cinco continentes, o recluirse en un pequeño estudio de grabación junto a una artista casi desconocida fuera de Estados Unidos para grabar un trabajo sorprendente, intimista, árido y en apariencia con escasos visos de convertirse en éxito de ningún tipo. Chapeau para Plant. No se dejó tentar “por un puñado de dólares” (bueno, seguro que serían algunos puñados). Hizo lo que quería, lo que sus intestinos y sus gónadas le pedían. Renunció al viejo circo del rock and roll, dejó plantados a Jimmy Page y John Paul Jones, y prefirió trabajar con Krauss y el productor T-Bone Burnett en una aventura llena de incógnitas pero cuya singladura le ha terminado llevando a un puerto perfectamente abrigado.

¿Hay moraleja en esta historia? Quizá. Según cómo se mire. Desde mi punto de vista, en todo caso demuestra una cosa: que el dinero no lo es todo, que la independencia de criterio existe, y que un viejo rockero curtido en mil batallas y que aparentemente podría estar de vuelta de todo puede dejar de lado el negocio más rentable del mundo para disfrutar cantando unas canciones sencillas, brumosas, tenues como un hálito marino. Y, paradojas de la vida, ser finalmente recompensado por ello por la propia industria, a la cual le negó, llevado por su indomable individualismo, el negocio más espectacular del presente siglo. ¡Torero!

lunes, 9 de febrero de 2009

UNA RADIANTE OSCURIDAD


Más aniversarios y efemérides. En 2009 se cumplen veinte años de la publicación de muchos discos que en mi opinión son... bueno, absolutamente recomendables. Uno de ellos es Disintegration, de The Cure, un álbum que marca un antes y un después en trayectoria de la criatura ideada por Robert Smith en 1979 y que creo merecedor de estar entre una hipotética lista con los mejores discos de los años ochenta.

Mucho se ha hablado de la larga trayectoria de The Cure. De sus titubeantes inicios a caballo entre el punk y el pop, de su célebre trilogía siniestra, de su éxito de ventas con discos como The Head On The Door o Wish... Pero para gran parte de sus seguidores (entre los cuales me cuento) y de la crítica musical de todo el planeta, su mejor trabajo es Disintegration, una obra que alcanzó un perfecto equilibrio entre sus raíces más oscuras y su vocación de acceder a un público mayoritario. Formados en las postrimerías del punk rock, The Cure nacen como un trío experto en producir grandes singles como Killing An Arab o Boys Don’t Cry, hasta que a principios de los años ochenta inventan el llamado rock siniestro. Discos como Seventeen Seconds, Faith o Pornography se abaten sobre el mercado como un tenue manto de neblina que desenfoca sus siluetas pero que les hace obtener una legión de seguidores fieles repartidos por todo el mundo.

Posteriormente, atraviesan una etapa caracterizada por el eclecticismo prospectivo. Juguetean con los sintetizadores, experimentan con el pop más naif, y posteriormente se hacen un hueco entre las bandas de estadio más importantes de los años ochenta gracias a discos como The Head On The Door o Kiss me, kiss me, kiss me. Todavía creativos y tocados por el hado de una sana comercialidad, no obstante la crítica los da por irremisiblemente perdidos en el terreno de la creatividad más pura.

En esta tesitura se encuentra la banda cuando en 1989 Robert Smith, único y carismático líder de The Cure, oráculo de indudable inteligencia y antaño Señor de la Oscuridad, decide dar una vuelta de tuerca a su estilo y certificar su obra más definida y ambiciosa. Preso de un ataque de nostalgia, Smith se encierra durante meses para componer los temas de su siguiente álbum. Son historias de cierto tinte autobiográfico, repletas de amores imposibles, ilusiones desvanecidas y sueños robados a la cruel madrugada. El resultado es Disintegration, un disco imprescindible para cualquier persona que se emocione con sentimientos convertidos en música. Robert Smith se vacía en este trabajo, dejando su alma a jirones en una grabación llena de melodías inolvidables, a caballo entre la tensión y la ternura, entre la belleza y el surrealismo. Todo el disco está lleno de melodías densas, de imágenes vívidas y escalofriantes, de susurros y gritos, de nostalgia bien entendida. Tal es el esfuerzo realizado por Smith que incluso llegará a declarar que tras este disco el grupo estaba presto a vivir su definitiva defunción (un viejo truco de marketing, por otra parte).

Hasta cuatro singles fueron extraídos en su momento de esta obra maestra, apoyados por videoclips que narraban a la perfección las extrañas aventuras de los protagonistas de las canciones. Algunas de ellas, como Love Song o Fascination Street, reflejan el binomio entre tensión y dulzura del que todo el disco es un ejemplo rotundo. Otras, como Lullaby o esa maravilla llamada Pictures Of You, son auténticas obras de orfebrería musical, hipnóticos himnos de desamor y melancolía, un compendio de luces y sombras sonoras ante las que el oyente no tiene más remedio que rendirse o enloquecer.

El enorme éxito de Disintegration llevó a The Cure a realizar, después de su publicación, una colosal gira por todo el mundo bautizada como The Prayer Tour. De esa gira, muchos guardamos (yo los vi en el Velódromo de Barcelona) aún un recuerdo imborrable, la memoria de una perfecta conjunción entre calidad, entrega, sorpresa y magia. Sin atender a las expectativas previas, sin concesiones de cara a la galería, The Cure supieron reproducir sobre un escenario toda la hechicería que emanaba de su álbum. Que no era poca, como ya he comentado. Durante aquellos conciertos, el tiempo y el espacio quedaron suspendidos, más allá de límites físicos, hasta que, desgraciadamente, el concierto llegó a su fin.

La carrera de The Cure continuó, y todavía continúa, a través de los años. Con discos mejores o no tan mejores, con lógicos altibajos, y cimas y valles creativos. No obstante, ninguno de sus trabajos ha llegado a las cotas de creatividad, misterio y alquimia sentimental que logró Disintegration. Esa fórmula de alquimia que sigues pudiendo experimentar si lo desenpolvas de su estantería o te lo agencias por ahí. Es pura delicia en su totalidad. Prepárate a vivir un viaje de ida y vuelta a los neblinosos recintos del alma humana. Para muestra, un fragmento de Pictures Of You (inabarcable, omnipresente...¡magnífica!):

He estado viviendo tanto tiempo con tus fotos
Que casi creo que esas fotos son todo lo que puedo sentir.
Te recuerdo quieta en la lluvia
Mientras yo corría hacia tu corazón para estar cerca.
Y nos besábamos mientras el cielo se caía.
Abrazándote, cerca.
Como siempre te abracé en tus temores.

viernes, 6 de febrero de 2009

DIONISOS EN EL TRÓPICO


Tal día como hoy, en 1945, nació Bob Marley, una de las figuras más populares, decisivas y añoradas de la música popular. Genio musical, líder semiespiritual, fundador de todo un género musical y mito de varias generaciones, los cálidos efluvios de su música todavía son absorbidos y degustados por legiones de seguidores. Hoy es un buen día (mejor el de su nacimiento que el de su muerte; estoy cansado de obituarios por el momento) para viajar hacia atrás en el tiempo y fijarnos en el momento en que Marley publicó el disco que cambió su vida y la de muchísimas más personas: Catch A Fire.

Jamaica es una isla de tamaño medio que forma parte de las Grandes Antillas, el cinturón de islas que delimita el Mar Caribe en dirección norte. Situada a unos trescientos kilómetros al sur de Cuba y a otros tantos al oeste de Haití, Jamaica es una isla montañosa cuya población, unos dos millones y medio de personas, es mayoritariamente negra y afro europea y tiene el inglés criollo como lengua de uso común. Sus recursos, más bien escasos, se reducen prácticamente a la entrada de divisas procedentes del sector turístico, que se beneficia de la buena acogida de sus ofertas entre los norteamericanos, que viajan muy a menudo a parajes de postal como Montego Bay, Ocho Ríos o Savanna-la-Mar.

En los ghettos de las ciudades jamaicanas como Kingston hay poco que hacer. El calor dilata los cuerpos y el paso del tiempo, y cientos, miles de ciudadanos, no tienen otras ocupaciones que descansar, pasear y bailar al son de la música. ¿Qué música? Pues el reggae, ese ritmo cansino y sensual que se puede escuchar a cualquier hora del día en los arrabales de Kingston saliendo de los altavoces de algún gigantesco radiocassette. La popularidad internacional obtenida por el reggae a mediados de los 70's es debida prácticamente en exclusiva a la labor de Bob Marley y los Wailers, su banda de apoyo. Sus discos hicieron de Bob Marley un ídolo de masas y llevaron la música reggae a todos los rincones de la Tierra, a pesar de las críticas de algunos puristas que no veían con buenos ojos cómo la música de Marley y los Wailers se iba occidentalizando cada vez más.

Los Wailers estaban formados en un principio por Bob Marley, Peter Tosh y Bunny Livingstone, con los hermanos Aston Family Man Barrett y Carlton Barrett al bajo y la batería. El sonido tórrido y lánguido de su música estaba caracterizado por un rasgueo cortante y seco de guitarra entrelazado con la línea de bajo, instrumento que se convierte en el estilete de sus canciones, mientras que el bombo de la batería carga las tintas en el segundo y cuarto tiempo de cada compás.

En 1972, tras una corta estancia de Marley en Estados Unidos, Bob Marley crea un sello propio llamado Tuff Gong, con el cual edita al año siguiente el álbum Catch A Fire, la primera obra maestra del grupo, la que le abrió de par en par las puertas del mercado anglosajón y europeo. El propietario del sello Island, Chris Blackwell, vio enseguida todo el potencial que encerraba el disco, y compró los derechos de distribución de Catch A Fire, convirtiéndolo instantáneamente en un clásico de la música reggae y por extensión de la música popular de aquellos años.

El disco encerraba en sus surcos un sonido totalmente nuevo, relajado, poético, desnudo en su rotunda parquedad, como así lo atestiguan temas del calado de Stir It Up, Concrete Jungle o Kinky Reggae. Era el comienzo de una nueva época para Bob Marley, el reggae y la música pop. Y no terminó ahí, ni mucho menos. El reggae era en sus inicicos la música del pueblo, un estilo africanizado, de ritmos lentos, cadenciosos, sensuales y sincopados en el que el bajo se convertía en el alma y ariete del nuevo género. Bob Marley y Catch A Fire contribuyeron a dotarle de dimensión internacional a base de introducir elementos prestados del rock y del pop y a su indudable contenido mesiánico. Algunos rasgos estéticos como los peinados rastas, y el indudable colorido de su puesta en escena terminaban de hacerlos sumamente atractivos para el gran público. El álbum, además, encierra entre sus ritmos y melodías relajadas y cadenciosas toda una suerte de denuncias acerca de la esclavitud y de la dominación del hombre blanco, así como loas al espíritu redentor del rastafarismo, la religión mayoritaria en Jamaica, un compendio de judaísmo, africanismo y black power.

A partir de Catch A Fire y hasta su desaparición en 1981, Marley encadenó un rosario de álbums exitosos y de jugoso contenido como Burnin’, Exodus o Kaya, Con su muerte, Marley se convirtió en leyenda, y su funeral fue un acto de masas de proporciones bíblicas. Su labor en beneficio de la extensión mundial del reggae y la filosofía rastafari resultó titánica y definitiva. Él empedró el camino por el que más tarde transitarían todos los demás. Y la primera piedra fue precisamente este disco, Catch A Fire.

miércoles, 4 de febrero de 2009

CUANDO TODO EMPEZÓ (IV)


El cuarteto de ases formado por Bill Haley, Little Richard, Chuck Berry y Elvis pronto trajo a la palestra a un buen montón de seguidores, imitadores, buscavidas y listillos que querían probar suerte en esto del rock´n´roll. A la mayoría se los llevó el más negro de los olvidos, pero otros consiguieron subirse al nuevo carro y convertirse en nuevas leyendas de la música popular del sigloXX.

De todos estos rockeros de segunda ola el más conocido es sin duda Jerry Lee Lewis, más conocido como The Killer por sus impresionantes prestaciones vocales y pianísticas. Jerry Lee siempre tuvo ínfulas de megaestrella, y lo cierto es que a punto estuvo de conseguir ser nombrado como tal gracias a canciones como Great Balls Of Fire, Whole Lotta Shakin´ Goin´ On, High School Confidential o Breathless; sí, Jerry era todo un showman, un rocker indomable que golpeaba y hacía crujir su piano con cualquier parte del cuerpo y que aullaba enfebrecido sus cánticos de rebeldía y juventud. Pero se topó en su carrera con un Elvis imparable y con diversos problemas legales que le apartaron del primer plano de atención e hicieron que poco a poco se fuera escorando en los 60´s más hacia el country y el soul.

El flaco y gafudo Buddy Holly fue otro de los componentes de la segunda oleada de rock´n´roll de la segunda mitad de los años 50. Su fugaz carrera, trágicamente interrumpida el 3 de febrero de 1959 a causa de un fatal accidente aéreo, fue un modélico ejercicio de innovación y frescura que empezó en 1957 con la publicación de That´ll Be The Day, al que siguieron otros temas como Peggy Sue, Rave On o Early In The Morning. Holly y su banda, The Crickets, supusieron un salto adelante en las formaciones de grupos de rock, siendo la semilla del formato de los grupos de pop de la década siguiente, de entre los cuales The Beatles siempre se declararon convictos y confesos de admirar al delgado tejano.

Eddie Cochran fue otro insigne rockero de trágico fin. En abril de 1960 el taxi donde viajaba se estrelló causándole la muerte después de convertirse en un nuevo ídolo de masas y ser proclamado como uno de los mejores guitarristas de rock´n´roll de aquellos años. Tras unos pasos iniciales en el mundo de la música junto a Jerry Capehart bajo el nombre de Cochran Brothers, Eddie saltó a la fama de la mano de Summertime Blues, un éxito absoluto al que siguieron C´mon Everybody, Something Else o Three Steps To Heaven. De carácter serio y apacible, Cochran dejó un escaso aunque fértil legado que ha sido convenientemente expoliado a través de los años para mantener viva su leyenda.

Otro caso de mala suerte es el de Gene Vincent, uno de los primeros malditos del rock´n´roll. Su aspecto físico, su carácter rebelde, su look sombrío, y diversos accidentes de tráfico (sobrevivió a todos ellos, incluido el que acabó con Eddie Cochran, que viajaba en el mismo vehículo que él), impidieron que su nombre brillara a la misma altura que el sus coetáneos, a pesar de dejar para la historia momentos imborrables como Be-Bop-A-Lula, Bluejean Bop, Race With The Devil o Yes I Love Yoy Baby. Fuera ya de los circuitos comerciales durante los años 60, Vincent moría en 1971 víctima de una cirroris tras sufrir varias crisis depresivas.

Moraleja: el rock y el éxito no perdonan.

Continuará

martes, 3 de febrero de 2009

CUENTOS DEL CIELO DEL ROCK'N' ROLL (IV)


Cobo Hall Arena, Detroit, 8 de mayo de 1970. El público presente en la sala está a punto de presenciar una de esas actuaciones en las que Jim Morrison, el carismático líder de The Doors, suele romper los límites de lo que habitualmente es un concierto de rock. Cada cierto tiempo, de forma imprevista, él y su banda gozan y disfrutan alargando sus conciertos, improvisando, estirando los temas y haciendo pasar al público por una experiencia realmente única e intransferible. Y esta es una de esas noches.

The Doors están trabajando esos días en la grabación del que será su último álbum en estudio, L.A. Woman. Pero durante esta gira suelen interpretar temas de su más reciente lanzamiento, Morrison Hotel, y de sus primeros discos, además de realizar frecuentes y jugosas incursiones en los clásicos del rock y el ryhtmy and blues. Su munición es excelsa, su armamento está engrasado, listo para la batalla. Pues batalla contra sí mismos y contra su leyenda es lo que esta noche va a realizar el grupo.

El directo siempre fue el mejor marco para disfrutar de las composiciones de The Doors y de la magnética presencia y el carisma de su cantante. Y esa noche en Detroit todo el poder, la energía, el hipnotismo y la magia de banda y líder se van a mostrar en todo su terrible esplendor. En plena madurez, en plena gloria, en medio de un aclamado retorno a las raíces de sus primeros álbums, Live In Detroit captura a la perfección la sensación de estar allí, en plena ciudad del motor, disfrutando de una noche excepcional que va a quedar grabada en la mente y el corazón de todos los asistentes.

Esa noche, pegajosa, calurosa, húmeda, Jim Morrison y sus compañeros, el teclista Ray Manzarek, el guitarrista Robbie Krieger y el batería John Densmore, van a utilizar sus conjuros y sus mejores pociones para realizar un nuevo y maravilloso exorcismo. Sus instrumentos rugirán, llorarán, gritarán y hendirán como afiladas lanzas el asfixiante aire del local para provocar una nueva e inolvidable catarsis. Buena parte del material del concierto está compuesto por incombustibles clásicos de la banda como Break On Through, Five To One, Roadhouse Blues o un monumental y eléctrico When The Music’s Over. Pero también hay espacio, y mucho, para homenajear a los clásicos del blues y el rock cuya música mamaron los miembros del grupo en su infancia y adolescencia. Los tributos a Willie Dixon en forma de contundente revisión de Back Door Man, o el inevitable y sentido homenaje a Elvis Presley interpretando Mistery Train y Heartbreak Hotel son sencillamente impagables.

Clímax y anticlímax, furia en movimiento perpetuo, noche de contacto real y auténtico con el hombre que muy pronto se convertirá en mito, Live In Detroit es un verdadero homenaje a la música de otro tiempo. De un tiempo en el que las leyendas caminaban por la tierra y se subían a un escenario para incendiarlo con apenas un par de estrofas y proclamar a los cuatro vientos que la revolución había llegado, que querían el mundo, y lo querían ahora.

Han pasado casi cuarenta años desde que, ese mismo 1970, Jim Morrison muriera y dejara tras de sí la estela de uno de los mitos más enormes que haya dado al mundo la música rock. Pero su música, sus letras, su espíritu transgresor y sus mensajes espirituales no han sido olvidados. Live In Detroit nos lo recuerda perfectamente. Y si tú no lo viviste, escuchándolo podrás hacerte una idea de lo que The Doors y Jim Morrison supusieron para la historia del rock.