Ayer se cumplieron 25 años de la muerte de Marvin Gaye (a manos de su propio padra, un pastor ultrareligioso que le descarrejó un par de tiros con una pistola que el propio Gaye le había regalado unos años antes), y hoy mismo 70 de su nacimiento en 1939. Rara vez coinciden nacimiento y muerte en fechas tan cercanas, y mucho menos de un artista tan decisivo y determinante como Marvin Gaye, uno de los grandes genios de la música negra de todos los tiempos.
Durante los años sesenta, Marvin Gaye fue una de las principales cartas de la baraja de Tamla Motown, el sello discográfico fundado en la ciudad de Detroit por Berry Gordy a principios de la década. En Motown se dieron a conocer artistas del calibre de Diana Ross and The Supremes, Smokey Robinson, The Temptations o Stevie Wonder, todos ellos nombres legendarios de la música popular hecha por músicos de color. Marvin Gaye era uno más de los cantantes y compositores de la compañía hasta que contrajo matrimonio con la hija de Berry Gordy, y éste decidió potenciar su carrera. Durante la segunda mitad de los años sesenta, Marvin Gaye grabó docenas de singles exitosos, a veces en solitario y a veces formando dúo con su pareja artística, la cantante Tammi Terrell. Ambos lograron su cima con el tema Ain’t No Mountain High Enough y otras muchas canciones hasta que la muerte de Tammi Terrell cortó de raíz su carrera triunfal (sí, la historia de Gaye está repleta de hechos luctuosos).
Con el cambio de década, Marvin Gaye creció como persona y como artista. Y tomó conciencia de que, como cantante popular e ídolo de una buena masa de seguidores, podía jugar un papel relevante a la hora de reivindicar los derechos de la minoría negra de los Estados Unidos. De esta forma, sus canciones, que en la gran mayoría de los casos tenían como hilo conductor las relaciones de pareja, pasaron a sostener mensajes de acción y de toma de conciencia por parte de la población negra.
What’s Going On, publicado en 1971, es la cumbre creativa de Marvin Gaye. Aunque le costó convencer a Berry Gordy, que deseaba que su yerno continuara facturando las canciones de amor que tantos éxitos le habían reportado, consiguió el control total sobre todos los procesos de grabación del álbum. Y si en ocasiones faltan palabras para definir o alabar un disco, esta es una de ellas. Y lo es por dos motivos: uno es la propia calidad de la obra, aclamada unánimemente como una de las mejores de la música popular del siglo XX; el otro es que con este disco el pop hecho por artistas negros alcanzó definitivamente su mayoría de edad.
Compuesto, cantado y producido por el propio Marvin Gaye, el disco es todo un manifesto sobre el despertar de su raza en un mundo que, obviamente, no había sido diseñado por ella. Apelando al orgullo de sentirse negros, a la recuperación de sus raíces y de sus recuerdos ancestrales, What’s Going On sacudió tantas conciencias como todos los discursos de Martin Lutter King o Malcolm X. Pero lo hizo además con una ventaja sobre éstos: también llegó al público blanco, rendido y admirado ante el genial cantante y su facilidad para introducir mensajes comprometidos en el interior de deliciosas piezas de pop y de soul.
Bañado por un aura de suavidad envolvente y una frugal economía de medios, los temas del álbum son pequeñas joyas encadenadas en las que su autor reflexiona sobre las relaciones familiares, el futuro del medio ambiente, el drama de los ghettos urbanos y, sobre todo, del posicionamiento que la gente de color debe adoptar ante los problemas de la sociedad actual. Canciones como Mercy Mercy Me, Inner City Blues, God Is Love o la que da título al álbum permanecen en cualquier altar destinado a glosar lo mejor, no ya sólo del pop y el soul, sino de toda la música popular facturada durante el pasado siglo. Un auténtico legado que casi cuarenta años después de su gestación merece, entre otros, un apelativo reservado a muy pocas obras musicales: una maravilla.
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