viernes, 22 de mayo de 2009

EL SUICIDIO PERFECTO


Menudo nombre, Suicide. Y menuda portada la de su primer álbum homónimo. El dúo formado por el vocalista Alan Vega y el teclista/multiinstrumentista Martin Rev se forma en Nueva York a principios de los años setenta, pero no es hasta 1977 que publican su primer álbum, Suicide. Un disco peligroso. Una de esas obras en que has de vigilar muy bien cuál es tu estado de ánimo antes de escucharla. No es para menos, pues el álbum de debut de Suicide es un verdadero recorrido por el horror, la angustia, la agitación emocional y el minimalismo artístico. En suma, un artefacto destinado a remover conciencias y sentimientos como pocas veces en la historia del rock nadie ha osado crear.

La propuesta musical de Suicide cayó como un jarro de agua fría en la concurrida escena neoyorquina de la época, marcada por la proliferación de bandas como Television, Blondie, Ramones o Talking Heads. El espítiru de Suicide era básicamente punk, aunque lo que más chocaba era que su música era generada mediante teclados, sintetizadores y cajas de ritmo. El componente punk del dúo era básicamente la actitud. Aunque musicalmente pueda no parecerlo, su gusto por lo primario, por lo molesto y lo agresivo era cien veces más punk que miles de discos hechos con guitarras y catalogados como tal. Sus actuaciones eran auténticas provocaciones que a menudo degeneraban en batallas campales entre músicos y público.

Suicide, el disco, es posiblemente la obra más innovadora, valiente, arriesgada y temeraria del rock de los años setenta. Su música y sus canciones son como un virus infeccioso que penetra en la sangre y los órganos internos para no irse nunca más. Es más, a medida que uno escucha el álbum, la sensación de peligro, de amenaza latente, aumenta por momentos. Es la misma sensación que se experimenta al ver películas como Alien o Depredador; la sensación de que allí fuera hay algo temible y desconocido. Y que cada vez se va acercando más y más. Y aún así, Suicide no dejaba de ser en esencia una banda de rock and roll. El registro vocal de Alan Vega se acercaba al de Gene Vincent o Elvis Presley. Los teclados de Martin Rev escupían riffs venenosos que podrían haber sido perfectamente interpretados con guitarras eléctricas. La caja de ritmos ametrallaba los oídos con bases de rockabilly mutante. Y por si fuera poco, además, inventaron el techno. Mucho antes que Soft Cell, Depeche Mode o Pet Shop Boys, Suicide fueron el primer dúo de música techno del mundo.

El primer disco de Suicide es sin duda una obra de referencia. Desde los primeros acordes de Ghost Rider ya se advierte que estamos ante algo totalmente nuevo, a pesar de que ambos músicos son profundos conocedores del más glorioso pasado de la música rock. Ese conocimiento se intuye también en temas como Johnny o Cheree, monocordes y agresivas composiciones en cuyos recovecos se revuelven los espíritus de Buddy Holly o el propio Elvis. También pueden llegar a sonar algo más delicados, como demuestran en Girl u Oh, Baby, pequeñas baladas fantasmales repletas de inquietantes reverberaciones. Pero es en el tema más largo del disco, Frankie Teardrop, donde Suicide exploran a fondo su vertiente más cruda y descarnada. Durante diez minutos de alaridos y espasmos secundados por una monstruosa instrumentación minimalista, el dúo cuenta la historia de un desheredado que mata a sangre fría a su mujer y su hijo para dispararse luego en la cabeza. La mitad del tema lo componen los gritos del protagonista mientras se encuentra agonizando.

No resulta difícil entender por qué muy pocos grupos han recogido la antorcha prendida por Suicide. Su extremismo siempre resultó incómodo. Su música era una patada certera proyectada hacia el bajo vientre de una sociedad que negaba parte de su realidad, que no quería verse retratada de forma tan agria. El sucio realismo de sus canciones incomodaba hasta la náusea a la mayoría de los consumidores. Si finalmente, un día cualquiera, decides arriesgarte y probar a escuchar este disco, tómate antes un par de tazas de tila. Lo necesitarás.

martes, 12 de mayo de 2009

CUENTOS DEL CIELO DEL ROCK AND ROLL (X)


Ivor Wynne Stadium, Hamilton, Canadà, 28 de junio de 1975. Pink Floyd llevan casi un año descansando después del descomunal éxito y posterior conversión en leyenda del álbum Dark Side of The Moon. La banda debía sentarse y refundar las bases del grupo en torno a algún tipo de pegamento místico que hiciera cohesión en esos tiempos de éxito desatado. Estaban siendo presa del éxito y de la fama y del frío mundo de la industria musical, y los Floyd dedicaron el año 1974 a meditar, componer nuevos temas y reflexionar sobre sí mismos y sobre su ya legendaria historia.

Pink Floyd componen los temas de lo que será Wish You Were Here durante ese 1974 y principios de 1975, un disco que nació ecléctico e inconexo pero que pronto, de la mano de Roger Waters, tomó una dirección bien distinta: la reconciliación con el pasado, la recuperación de los cimientos del original sonido del grupo, y el pago de una deuda contraída con el fantasma de Syd Barrett. Esos tres ejes configurarían la columna vertebral de su nuevo álbum y ejercerían de pegamento místico para sus nuevas composiciones. Esos nuevos temas todavía no estaban publicadas cuando Pink Floyd se embarca en una gira americana que comienza en la primavera de 1975. Así, la banda se presentaría en Vancouver, Canadá, el 8 de abril, luego en Seattle y San Francisco, y el 25 de abril en Los Angeles, para actuar posteriormente en Filadelfia, Landover y Jersey City, entre otras ciudades norteamericanas. Pero no sería hasta el 28 de junio en Hamilton, Canadá, donde tocarían la mejor presentación de los nuevos temas, una presentación histórica víctima de múltiples grabaciones piratas y que finalmente fue editada oficialmente en 2006 bajo el título de Magic Encounters, treinta y un años después de que Pink Floyd cubriera de magia la fría noche canadiense y regalase a sus fans uno de esos conciertos que se recuerdan durante muchos años después.

Wish you were here fue el disco número 11 en la carrera de los británicos que mejor han sabido capturar los sueños y traducirlos en canciones. Un disco que tiene, como es bien sabido, el extenso y épico tema Shine on Your Crazy Diamond como hilo conductor y sentido homenaje al maestro Syd Barrett, apartado del grupo por demencia en 1968. Los rumores hablaban de la vuelta de Syd, que Pink Floyd se encargaría de desmentir. Eso sí, los shows que la banda ofreció en esa gira fueron netamente espectaculares, cargados de efectos y estallidos en escena. En sus presentaciones una enorme pirámide verde aparecía con helio cubriendo la escena, rompiéndose y explotando en un estacionamiento cercano, donde los fans terminarían destrozándola y llevándose pedazos como souvenir.

Precisamente Shine on Your Crazy Diamond es la columna vertebral de este concierto, donde convive con otro tema del nuevo álbum, Have A Cigar, y la recuperación de todos los temas de Dark Side Of The Moon y la inclusión de un largo y psicodélico Echoes. Un repertorio incombustible e infalible que hizo que cuando Wish You Were Here se publicó finalmente en septiembre de 1975 el álbum llegue en dos semanas al puesto número uno en los charts americanos. La historia de Dark Side Of The Moon se repitió con Wish you were here, al ubicarse en el podio de los discos mas vendidos del mundo ese año y en años posteriores; dis discos que hicieron de Pink Floyd magos reconocidos del sonido y la música, y conjuraron en ellos sus mejores pócimas y hechizaron a todo un planeta

miércoles, 6 de mayo de 2009

VIOLANDO EL PASADO Y EL FUTURO


Existe un tipo de grupos que vienen siendo reivindicados asiduamente por la música electrónica moderna. Se trata de bandas como Depeche Mode, Human League, Heaven 17 o Erasure, los líderes del movimiento que vino a llamarse tecno-pop allá por los primeros años de la década de los 80. Estas formaciones supieron dotar a la música electrónica de una comercialidad bien entendida de la que los grupos de música electrónica posteriores han dado buena cuenta. Pero sin duda, ninguna de estas bandas ha desarrollado una trayectoria tan fructífera y decisiva como Depeche Mode, verdaderos padres del tecno-pop y paradigma de cómo conjugar calidad, innovación y grandes niveles de ventas.

Depeche Mode iniciaron su carrera a principios de los ochenta. Tras un par de álbums en los que la comercialidad y la búsqueda del hit inmediato eran los principales ingredientes, con la publicación de Construction Time Again en 1983 la música del grupo adquiere madurez y equilibrio, y sus bases sonoras quedan ya perfectamente integradas. Intrincadas aunque machaconas bases rítmicas, melodías de teclado de clara tendencia pop aunque de sonoridad futurista, y una voz, la de David Gahan, que ejerce de hilo conductor de su apuesta musical, son las armas con las que la banda presenta sus credenciales en el asalto a la primera división del pop internacional. Álbum tras álbum, la carrera de Depeche Mode registró una ascensión meteórica, con discos como Some Great Reward, Blank Generation o Music For The Masses como puntos álgidos. Pero para muchos de sus fans y de la crítica musical, fue Violator el trabajo en que el grupo alcanzó su cenit creativo.

Violator fue publicado en 1990, a caballo entre dos décadas, y supone el paso hacia un sonido definitivamente maduro, más oscuro y escueto, y en ocasiones casi minimalista. Se trata de una obra coherente, que multiplica los vasos en que bebe el grupo para inspirarse musicalmente, y que no obstante tuvo un éxito apoteósico que les llevó a ser por primera vez número uno en Estados Unidos gracias al single Personal Jesus. A pesar de la evolución experimentada por su música, seguían obteniendo un reconocimiento generalizado como incontestables gurús de las pistas de baile.

Además de Personal Jesus, tema que incluía el uso de guitarra eléctrica en un grupo que amaba los sintetizadores, las cajas de ritmo y las percusiones electrónicas, Violator incluía otras muchas joyas en forma de canción. Entre ellas, destaca poderosamente la pieza que abre el disco, World In My Eyes, un prodigio de elegancia, sensibilidad y riqueza melódica que causa la rendición incondicional del oyente ya en la primera escucha del disco. Pero también es necesario mencionar temas como Sweetest Perfection, Enjoy The Silence o el dramático Policy Of Truth, todo un estallido de sensaciones encontradas e imaginación desbocada. Punto culminante de su trayectoria y antesala de una extensa y agotadora gira por todo el mundo antes de un merecido descanso, Violator es la mejor muestra de que el debate entre el hombre y la máquina en el ámbito artístico estaba ya por entonces obsoleto.

Contra lo que algunos fundamentalistas puedieran pensar, en la música electrónica no existe nada que empañe una canción o un disco, salvo su calidad; el uso de alta tecnología y de sofisticados artefactos tecnológicos no resta mérito alguno a una composición interesante u original. No manda la máquina, sino la persona, sobre todo en una música, como la de Depeche Mode, que en gran parte está orientada al aspecto más corporal y físico de la audición musical: el baile. Independientes artística y comercialmente, Depeche Mode supo ver este extremo y llevarlo hasta sus últimas consecuencias, y Violator es el más claro ejemplo de esa apuesta que aún hoy sigue siendo plenamente vigente.