miércoles, 29 de abril de 2009

LED ZEPPELIN: TRAYECTORIAS AEROSTÁTICAS


Cuarenta años han pasado desde que Led Zeppelin publicaron su primer álbum en enero de 1969. Y veintinueve desde de la disolución del grupo más dinosáurico, polifónico y apocalíptico de la década de los setenta. La banda comandada por el guitarrista Jimmy Page y el cantante Robert Plant, el grupo que reinventó el blues rock, parió el heavy metal, revolucionó el sonido del rock sesentero y unas cuantas aportaciones indiscutibles más sigue tan vigente como desde el primer día, más desde que se juntaron para tocar juntos por primera vez desde su separación en diciembre de 2007.
Cierto es que han pasado muchas cosas en el mundo de la música desde que, en 1980, Led Zeppelin anunciaran su disolución tras la trágica y misteriosa muerte de su batería John Bonham. Los gustos del público han evolucionado, han surgido nuevos estilos, nuevas tendencias y nuevos parámetros para acercarse al rock, en gran parte ajenos a la tradición de la que los Zeppelin fueron firmes defensores e incluso máximos exponentes. Hay poco espacio hoy en día para megaestrellas intocables, giras mastodónticas y discos que son número uno semanas antes de ser publicados. No obstante, la herencia del sonido de Led Zeppelin ha perdurado durante todos estos años y es bien visible en muchas de las bandas que hoy pasan por ser los nuevos salvadores del rock auténtico, alternativo y tal. ¿Cómo es posible tan flagrante contradicción? ¿Tiene la música de los supervivientes de Led Zeppelin un lugar bajo el sol en pleno 2009? Recurramos primero al archivo de su pasado para poder contextualizar convenientemente tan ardua cuestión.


Si hay una palabra con la que se pueda caracterizar la carrera de Led Zeppelin, a buen seguro que es la de control. La trayectoria del grupo desde sus más tiernos inicios estuvo planeada y organizada hasta en sus más mínimos detalles. La misma formación de la banda es una muestra clara de cómo se puede obtener una pócima mágica si se tienen los ingredientes apropiados y un experto druida que maneje a su antojo las fórmulas necesarias para obtener la receta final.
Todo empezó en la primera mitad de los años sesenta. Por entonces, Jimmy Page ya era un reputado músico de sesión curtido en docenas de sesiones de grabación con gente como The Kinks, Donovan, Joe Cocker, Tom Jones, y un largo etcétera, lo cual le valdrá para entrar en The Yarbirds en 1966 como bajista, sustituyendo a Paul Samwell-Smith. Poco a poco se hará con el puesto de segundo guitarra, compitiendo con el mismo Jeff Beck (sustituto, por su parte, de Eric Clapton) hasta la marcha de éste en diciembre del mismo año. Con Page como líder indiscutible, los Yardbirds aún grabarán el álbum Little Games en 1967 y algunos singles hasta su disolución definitiva en el verano de 1968.
Pero Page le había cogido gusto a esto de ser una estrella del rock. Inteligente, adaptable e intuitivo, rápidamente decide formar un nuevo grupo que recoja las mejores esencias de los Yardbirds, una banda que rompa moldes y esquemas y se sitúe como ejemplo a seguir y como líder de una nueva generación de grupos que afronte con garantías el cambio de década. Su primer paso es ofrecer la plaza de vocalista a Terry Reid, el cual declina la oferta y le recomienda a Robert Plant, el cantante de un grupo llamado Band Of Joy que siente pasión por Elmore James, Willie Dixon, el blues y el r&b en general. Ambos conectan inmediatamente y cada uno de ellos recluta a otro de los miembros del nuevo grupo: Plant se lleva consigo al batería de Band Of Joy, un incansable y oscuro aporreador llamado John Bonham, mientras que Page ficha a John Paul Jones, bajista, teclista y buscadísimo mercenario de estudio con experiencia en trabajos de Burt Bacharach, Etta James, PJ Proby, Engelbert Humperdinck, Walker Brothers, Dusty Springfield y un sinfín de artistas de todo calibre. El line up de la banda queda ya configurado en sus inicios. No habrá ningún cambio desde entonces. En apenas unos meses ensayan, se encierran en los estudios y graban su primer álbum (en menos de 30 horas, según los cronistas), bautizado sabiamente como Led Zeppelin. Comienza la leyenda.


Publicado en enero de 1969, Led Zeppelin (que inaugura una larga tanda de discos sin título expreso) ya muestra todos los recovecos, trucos, influencias y aristas de la música del grupo. Predominan el blues, libremente interpretado y brutalmente expuesto (You Shook Me, Dazed And Confused, Babe I´m Gonna Leave You) y temas de más contundente impacto inicial como Good Times, Bad Times o Communication Breakdown, composiciones que introducían ritmos aplastantes y omnipresentes, espectaculares cambios en la estructura de las canciones y endiablados juegos amatorios entre una voz poseída por un halo casi místico y una guitarra capaz de hablar y contar historias, de insuflar vida propia a acordes ya conocidos y repetidos miles de veces. El blues rock británico moría un poco con la publicación de este disco; nacía el heavy metal, y con él una nueva forma de entender y encarar la música rock, mayoritaria durante la primera mitad de los 70´s y todavía viva y coleando en el más rabioso presente.
Nada se les resiste. Su primer álbum toma por asalto las listas de ventas anglosajonas (siempre tuvieron muy en cuenta el mercado estadounidense), genera unas expectativas inusitadas respecto a ulteriores trabajos y arma a su alrededor toda una estructura músico-empresarial que el propio Jimmy Page y el célebre mánager del grupo, el orondo Peter Grant, diseñan y ponen en práctica. Las consignas, seguidas luego por multitud de bandas, son claras: dosificación, efectismo, gigantismo y misterio. Sus discos salen a la venta con milimétrica precisión, ni un mes antes ni un mes después de lo conveniente; su música y sus conciertos se tornan cada vez más espectaculares y teatrales, con grandes dosis de dramatismo y lirismo épico sumamente efectivos; sus discos se venden por millones, sus actuaciones se miden en muchas decenas de miles de asistentes; su vida privada permanece oculta, no efectúan declaraciones a la prensa y todas sus apariciones públicas están medidas hasta el más mínimo de los detalles. Su maquinaria comercial y publicitaria es precisa como un reloj suizo; su música es demoledora. ¿Qué más pueden pedir?


Led Zeppelin II es su siguiente paso. De nuevo sin título explícito, el segundo álbum de la banda aporta una de sus canciones más emblemáticas: el orgiástico y desenfrenado Whole Lotta Love. Acompañándola, piezas de enjundia y peso específico propio como Heartbreaker, The Lemon Song o Bring It On Home, cada vez más alejadas del sonido bluessy de su primer disco. Led Zeppelin III significa un giro hacia lo acústico y lo lírico (Tangerine, Gallows Pole, That´s The Way), a partir de ese momento siempre presente en su música, que recoge los efluvios del folk británico y norteamericano (Jimmy Page es un gran admirador de músicos como Bert Jansch o Gordon Giltrap); aunque tampoco olvidan su sonido convencional, preñado de recuerdos al blues (Since I´ve Been Loving You) y al rock más aplastante y decibélico (Inmigrant Song).
En el eclecticismo bien entendido radica una de las claves del éxito de Led Zeppelin. A pesar de ser comúnmente catalogados en el proceloso océano de las bandas practicantes de rock duro o metálico, Page y compañía siempre supieron diversificar su sonido y atender a muy diferenciadas demandas. ¿Rock demoledor? ¿Lirismo acústico? ¿Blues sensual, guiños al reggae, al boogie, a la música mesopotámica si es necesario? Faltaría más. Todo cabe en el caleidoscopio de su música, cada vez más rica en matices y direcciones. Con Led Zeppelin IV llegan, según una gran mayoría, a su cima creativa. Los tres álbumes anteriores se resumen y condensan en una obra variopinta y redonda que recoje composiciones desatadas como Rock And Roll o Black Dog, tributos al folk enrockezido como The Battle Of Evermore, y hasta la pieza por la cual pasarían en buena parte a la inmortalidad: Stairway To Heaven, una composición épica y dramática, una colisión de emociones acústicas y eléctricas en la que se resume toda la aportación de Led Zeppelin a la historia del rock. Que no es poca.


A todo esto, mientras la música del grupo crecía en calidad y en diversificación de ofertas, la maquinaria comercial liderada por Peter Grant iba creciendo y creciendo. Los discos de Led Zeppelin arrasaban en las listas antes de ser puestos a la venta (por los pedidos anticipados), sus giras batían récords de asistencia uno tras otro, la banda empleaba los más avanzados medios técnicos y humanos en cada una de sus apariciones públicas. Led Zeppelin inauguraron la era del gigantismo, de la megalomanía, la aparatosidad y el ombliguismo. Ni los Beatles ni los Rolling Stones habían llegado a causar tal expectación entre su público y los medios especializados. Un año tras otro, los miembros del grupo eran elegidos de manera recurrente en todas las votaciones populares como mejor guitarra, mejor cantante, mejor batería, mejor bajista, mejor compositor, mejor álbum, mejor concierto, etc. Tenían todos los ases en la mano y eran aclamados unánimemente como la mejor banda de rock and roll del mundo. El periódico Financial Times estimaba que la banda ganaría unos treinta millones de dólares durante el año 1973. Ellos no hacían comentarios al respecto.
Y menos cuando ese mismo año ponían en circulación un nuevo álbum, el primero dotado de un título propio: Houses Of The Holy. En este trabajo se intuye un salto cualitativo en el sonido del grupo. La investigación, la experimentación y el riesgo toman un mayor protagonismo. Seguros de sí mismos, Led Zeppelin se enfrentan a inéditos retos estilísticos y firman nuevos clásicos como The Song Remains The Same, Over The Hills And Far Away o No Quarter, una pieza conmovedora y laberíntica en la que la guitarra de Page brama y llora como una criatura que pide cariño y comprensión. Un lujazo. Y es sólo el principio. En 1975 publican su obra más ambiciosa, el doble álbum Physical Graffiti, todo un compendio ciclópeo de la variedad de estilos y texturas que los zeppelines habían abrazado en el curso del tiempo y una promesa de lo que, sin embargo, no llegó a acontecer. A pesar de que el álbum encierra momentos sublimes (Custard Pie, Ten Years Gone, In The Light, Kashmir), Physical Graffiti pasó un tanto desapercibido en su momento y sólo se le valoró como debía con el paso de los años. Su cota más alta, su legado más armónico y polifacético. Para tomar pan y mojar.


En 1974 la banda había concretado uno de los proyectos que desde sus inicios les rondaba por la cabeza: su propio sello discográfico. La Swan Song Records nace con la idea de sacar al mercado discos de grupos del agrado de los zeppelines, tales como los nuevos Pretty Things (un fracaso), Bad Company (un éxito) o Maggie Bell (ni fu ni fa).
Mientras tanto, la banda sigue dando que hablar, ésta vez al margen de su música. Comienzan a ser de dominio público los devaneos de Jimmy Page con la magia, el esoterismo y el ocultismo. Page había adquirido una mansión cerca del lago Ness (el del monstruito, sí) y se dedicaba al estudio de ciencias arcanas e innombrables; incluso llegó a montar una librería esotérica llamada Equinox en pleno Londres. Un halo de misterio empezó a rodear al grupo. Ya en Led Zeppelin IV los nombres de sus miembros fueron sustituidos por símbolos rúnicos, y poco después varios accidentes salpicaron la vida del cuarteto. El que salió peor parado en un principio fue Robert Plant, que en 1975 sufrió un aparatoso accidente de tráfico junto a su esposa y sus dos hijos; poco después, John Paul Jones se rompió una mano en Rodas.
A todo esto, el grupo vuelve a la actividad en 1976 con la publicación de su álbum Presence, un trabajo bastante más mediocre que sus obras anteriores. A pesar de contener buenos temas (Achilles Last Stand, Tea For One), Presence marcó hasta el momento el punto más bajo en la carrera de Led Zeppelin. La crítica se cebó con ellos y fueron acusados de inmovilistas, dinosaurios y carentes de todo sentido de la evolución en su música. La sombra de un ocaso cercano se vislumbraba ya a la vuelta de la esquina.

Tras la edición de Presence, Led Zeppelin estrenaron la película The Song Remains The Same, filmada durante su gira de 1973 y adobada con imágenes en las que los cuatro músicos ponen de manifiesto sus anhelos y pesadillas (Page es un mago místico, Plant un héroe celta, Jones un caballero medieval y Bonham pasea por el campo con su mujer). También se publica un álbum en directo con el mismo título recogiendo la banda sonora del film, un manifiesto inmejorable de sus poderosas prestaciones sobre un escenario que recoge revisiones delirantes de algunos de sus clásicos como Whole Lotta Love, No Quarter, Stairway To Heaven o Dazed And Confused. La voz de Plant aúlla en la noche mientras la guitarra de Page gime y desgarra las entrañas del oyente en implacables oleadas de sonido estratosférico. Impresionante.
Pero la tragedia apareció en el verano de 1977. En medio de una monstruosa gira por Estados Unidos, Karac, el hijo de Robert Plant, muere debido a una extraña enfermedad vírica. Preso del nerviosismo y de diversos rumores sediciosos aireados por la prensa, Plant acusó a las prácticas satánicas y místicas de Jimmy Page de tener la culpa de lo ocurrido. Page lo desmintió y las aguas volvieron más o menos a su cauce. Pero algo se había roto, al parecer definitivamente, en la química interna del grupo. Led Zeppelin desaparecieron de la actividad pública durante tres años. En medio sucedieron muchas cosas en el mundo del rock: el punk llegó y se fue, apareció la new wawe, los sintetizadores se popularizaron...Cambió la manera de encarar y entender la música. Nuevas generaciones de cachorros criados durante la crisis de los años setenta demandaban músicas más apegadas a la realidad de la vida cotidiana, interpretadas por gente como ellos y no por semidioses bajados del Olimpo cada cierto tiempo para recoger las dádivas y ofrendas de los mortales. Aunque aún no lo sabían, el tiempo de Led Zeppelin había tocado a su fin. Pero, como ocurre en toda tragedia de corte épico, la historia no podía acabarse sin una catarsis completa. Todavía faltaba lo peor.

Por fin, en 1979, dan señales de vida. Led Zeppelin vuelven de pronto a la palestra publicando un álbum bautizado como In Through The Out Door, una obra tan escasamente inspirada y repetitiva que supondrá la mortaja artística para el cuarteto; aburrimiento, autoplagio, ombliguismo...Excepto sus más irredentos fans, todo el mundo pone el disco a parir. Listillos ellos, sus primeros conciertos albergan una especie de greatests hits zeppelinianos obviando el material de su último trabajo.
Pero el fin se acerca. Tras su célebre y espectacular aparición en el Festival de Knebworth de 1979, inician al año siguiente una breve gira europea menos exitosa de lo previsto. A su término se toman un descanso antes de embarcarse en un nuevo tour americano que nunca se llevará a cabo. El 25 de septiembre de 1980 muere John Bonham en una de las mansiones de Jimmy Page, ésta ubicada en Windsor. El misterio rodea su muerte, por cuanto la autopsia revela que su fallecimiento se ha debido a causas naturales, y claro, nadie se lo cree. Vuelven los rumores de prácticas satánicas en casa de Page, pero comentaristas más objetivos apuntan a un exceso de alcohol (Bonham era un bebedor reputado protagonista de múltiples y conocidos excesos etílicos) como causa última de la muerte del batería de Led Zeppelin. Es probable.Surgen especulaciones sobre un posible sustituto de Bonham, pero el silencio del grupo se convirtió en lento y callado final definitivo. En 1981 ya todo el mundo sabía que Led Zeppelin habían dejado de existir. Los tres supervivientes se olvidaron mutuamente y tomaron diferentes direcciones, caminos divergentes que les llevaron a recorrer sendas cada vez más separadas entre sí.

En los casi treinta años transcurridos desde la muerte de John Bonham y el fin de Led Zeppelin hasta el inesperado regreso de la banda al mundo de los vivos (aunque sea de forma puntual), la trayectoria artística de los tres ex-miembros de la banda no ha sido precisamente ejemplar. John Paul Jones se dedicó a grabar y producir y a venderse como sesionero de lujo. Jimmy Page picoteó aquí y allá; publicó un disco en solitario, montó a los efímeros The Firm, y realizó diferentes colaboraciones hasta la fecha, siendo la más sonada de ellas la realizada junto al ex-vocalista de Deep Purple y Whitesnake, David Coverdale. Por su parte, Robert Plant inició una carrera personal sin excesivos altibajos o momentos gloriosos. De repente, en 1995, Page y Plant se llaman, se dan un besito, y se descuelgan con un disco firmado por los dos, titulado nada menos que como una de sus más celebradas composiciones: No Quarter. Plant y Page decidieron colaborar, aunque dejando de lado a John Paul Jones, y cogieron algunas canciones del repertorio Zep (Thank You, Kashmir, Battle Of Evermore), las embadurnaron de aromas magrebíes, y grabaron un puñado de nuevos temas junto a la sección rítmica del grupo de Robert Plant (Charlie Jones y Michael Lee), mercenarios como Porl Thompson o Jim Sutherland, y un montón de músicos marroquíes, egipcios e hindúes, que proporcionaban a No Quarter un sonido exótico y bastante alejado de los paradigmas zeppelinianos. Se trata de música preferentemente acústica, folklórica y étnica, deudora de algunas de las aproximaciones del grupo a universos distantes del rock y el blues, pero con toda seguridad muy distinta a lo que los viejos fans de la banda podrían haber esperado.

Y luego, nuevamente el desierto hasta que en 2007 cobró forma la reunión de la banda para realizar un único concierto (en principio) en el 02 Arena de Londres con Jason Bonham, hijo del fallecido John, en la batería, ante más de 20.000 personas. Rumores de una gran gira mundial jalearon el regreso, abortado por la firme negativa de Robert Plant a exprimir el nostálgico legado del grupo y proseguir con su carrera personal como si tal cosa. Fin de la transmisión.

viernes, 17 de abril de 2009

LUJURIA POR VIVIR


El día 21 de este mes el señor Iggy Pop cumple nada menos que 62 añitos de nada. Si hay un artista que haya encarnado a la perfección la famosa y manoseada trilogía de sexo, drogas y rock and roll durante más de cuarenta años y haya sobrevivido indemne, ese es Iggy Pop. Paradigma del lado salvaje, representante eterno del espíritu indomable de una juventud airada y desencantada, Iggy Pop es sin duda uno de los grandes supervivientes ilustres de la época dorada de la música rock. Uno de esos nombres míticos ante cuya obra y leyenda todos deberíamos sacarnos el sombrero.

Iggy Pop comenzó su larga trayectoria a finales de los años sesenta junto a The Stooges, un cuarteto salvaje antecesor del punk rock que publicó tres discos que supusieron uno de los bagajes más influyentes de toda la historia del rock, bagaje que bastó para que el grupo trascendiera su propia música y se convirtiera en una auténtica leyenda del rock más sangriento y combativo. No obstante, su afición a las drogas duras y a la autodestrucción hacen que el grupo se disuelva en 1974. Tras la disolución, Iggy Pop intenta desengancharse de la heroína y decide comenzar una carrera en solitario apoyado por David Bowie, uno de sus fans más conspicuos. Bowie le produce The Idiot, su álbum de debut, y le acompaña en su primera gira en solitario. Terminada la gira, Pop y Bowie se encierran en Berlín a componer nuevos temas, y fruto de este confinamiento nace Lust For Life, segundo disco en solitario de la fiera de Detroit y sin duda uno de sus mejores trabajos individuales.

Lust For Life se publicó en 1977, y supuso la vuelta definitiva de Iggy Pop a la primera división del rock mundial. Gracias a un compacto y rocoso grupo de apoyo y a la buena labor de Bowie en la producción, el disco es un artefacto cimbreante y fornido del que destaca ante todo el sobresaliente trabajo vocal de Iggy, sin duda alguna uno de los mejores cantantes y showmans que el mundo del rock haya tenido jamás. Mientras The Idiot fue un disco en el que la iguana de Detroit realizaba una lúgubre y autocrítica mirada a su pasado, Lust For Life supuso la vuelta a un formato musical más agresivo y enérgico. Basado en un fenomenal trabajo de la sección rítmica formada por Tony y Hunt Sales, a quienes se les unen con innegable brío y frenesí las guitarras de Carlos Alomar y Ricky Gardner, el álbum regresa a los registros temáticos y musicales barajados en su momento por The Stooges, confirmando que Iggy Pop sigue estando vivo y bien.

Así, en Lust For Life predominan los temas poderosos y crudos como el que le da título al álbum, o como Some Weird Sin, Sixteen o Neighborhood Threat, verdaderos derroches de testosterona en los que Iggy Pop canta con la mala leche y la desesperación de sus mejores tiempos. No obstante, el disco también mantiene zonas menos guerrilleras, aunque igualmente inspiradas. Se trata de composiciones como Tonight o The Passenger, con su afilada y desnuda recomposición de una creciente decadencia. O como Turn Blue, una de las grandes joyas del disco, y un verdadero alarde de poderío vocal por parte de nuestro protagonista. Lust For Life reflotó nuevamente la trayectoria de Iggy Pop, que fue recogido y abrazado por los jóvenes cachorros del punk rock como si de su mentor e icono se tratase. Bandas como Sex Pistols o Damned versionaban temas suyos, y músicos como Glen Matlock o Brian James colaboraron en posteriores discos suyos como New Values o Soldier. De nuevo en la cresta de la ola, Iggy Pop recibió por fin el reconocimiento y las loas que su trabajo había merecido durante tantos años.

Hoy Iggy Pop sigue estando en activo, resucitó a The Stooges hace un par de años (segunda oportunidad para la banda truncada de cuajo por la reciente muerte del guitarrtista Ron Asheton), y sigue siendo una de las visiones más tremendas que puedan verse sobre un escenario. Está rehabilitado y ha sido homenajeado por varias generaciones de músicos influenciados por sus discos. Pero también por su actitud, crítica, rebelde y siempre dispuesta a estremecer, en la medida de lo posible, a la sociedad más aburguesada y conservadora. Una actitud que en Lust For Life podemos ver en todo su esplendor. Atrévete a comprobarlo

miércoles, 15 de abril de 2009

CUANDO TODO EMPEZÓ (VII Y FINAL)


Capítulo final de este serie de entradas dedicadas a los primeros años del rock'n'roll. Años de ilusión, de rebeldía, de mirar hacia adelante creyendo que jamás volveríamos la vista hacia atrás. Y no obstante, pasados los primeros años de fervor rocanrolero, el nuevo estilo musical comenzó a presentar fallos en su flamante motor y a mostrar una innegable decadencia artística y comercial. Las causas fueron diversas. Por un lado, la inmisericorde sobreexplotación de sus principales figuras, empezando por el mismo Elvis, obligadas a obtener hit tras hit y pulir su rebelde imagen en aras de una supuesta aceptación por parte del público mayoritario. Por otra parte, la irrupción en escena de una generación de jóvenes imberbes y repeinados (Frankie Avalon, Ricky Nelson, Fabian, Paul Anka, Pat Boone, Bobby Vee y demás supositorios) destinados al consumo teenager y mucho más aptos para agradar a cualquier padre de familia norteamericana con unos gramos de metralla en una pierna fruto de la campaña de Corea y un par de automóviles en el chalet "endosado". Eran tan guapos...

Más cosas. A finales de los años 50 también proliferaron los llamados "grupos de chicas", combos inconsistentes de amables voces femeninas, principalmente negras, hábilmente manipuladas por las compañías y los estudios, que arrinconaron al rock´n´roll como género comercial y vendedor por excelencia. Y la tumba definitiva: algunos años después surgen en Liverpool cuatro chavales flequillosos que proponen nuevos parámetros rápidamente capturados y ensalzados por la juventud mundial. Los Beatles habían llegado, se inventaban el beat y el pop y, de repente, el rock´n´roll pasó a ser parte del pasado.

Y no es que (dejando a un lado a los monstruos sagrados de sus inicios) no hubiera gente interesada en seguir reproduciendo los viejos sonidos de los 50´s. No era eso, no. Y ahí están los casos de muchos seguidores del bueno y viejo rock que a lo largo de los años y las décadas sublimaron sus fantasías infantiles emulando a sus ídolos; Robert Gordon, Crazy Cavan, Sleepy La Beef, Chris Speeding, Matchbox, Stray Cats, Los Lobos, el psichobilly con The Cramps al frente, el guasón de El Vez ...

Y, por supuesto, la pequeña aportación española: Loquillo y Los Rebeldes. Y poco más. Al rock´n´roll primigenio, como a todo en esta vida, se le pasó su momento, aunque por el camino dejó una impronta incomparable; nada más y nada menos que el honor de haber sido el género musical que más puertas ha abierto en todo el siglo XX y cuyos vástagos (innumerables como gotas en el océano) siguen reproduciéndose y mutando para dar a luz a descendientes cada vez más numerosos y diferenciados. Larga vida al rock´n´roll.

He recorrido mucho camino desde los días en que lavaba coches;
llegué a donde dije que llegaría y ahora tengo la seguridad
de que realmente no he llegado del todo; así que creo que empezaré de nuevo:
me colgaré la guitarra a la espalda y nunca miraré atrás.
Nunca seré más de lo que soy, y tú ya debes saberlo;
soy simplemente el hombre de la guitarra.
(Guitar Man, compuesta por Jerry Reed y cantada por Elvis Presley)

martes, 14 de abril de 2009

CUENTOS DEL CIELO DEL ROCK AND ROLL (IX)


Londres, teatro Hammersmith Odeon, 18 de noviembre de 1975. Algo extraordinario está a punto de suceder, pues cierto músico estadounidense se apresta a acceder a la eternidad, al cielo del rock and roll. Ni él ni los miles de seguidores que se apiñan en el vetusto teatro londinense lo saben aún, pero hoy es el día en que Bruce Springsteen va a ofrecer su primer concierto en Europa. Hoy es el día en que Bruce Springsteen se va a convertir en leyenda.

El concierto fue parte del esfuerzo de Columbia Records para promocionar el álbum Born to Run en el Reino Unido y en Europa después del éxito cosechado en Estados Unidos. Una ingente cantidad de publicidad acompañó a estas primeras actuaciones europeas del cantante de New Jersey, especialmente el concierto de Londres, famoso por la reacción de Springsteen y por la publicación de pósters previos que proclamaban: "Finalmente Londres está preparado para Bruce Springsteen & The E Street Band." El concierto del Hammersmith Odeon es el órdago definitivo de Springsteen, el sonido de la incandescencia, la entrega, el fuego, la poesía. Representa la actitud y la ambición de un líder y una banda, la E Street Band, capaces de incendiar Londres con sus canciones de lucha y amistad, de amor y odio, de lamentos nocturnos maullados en los límites de la oscuridad, de secretos recónditos e inconfesables guardados en el más siniestro y negro rincón de las almas de personajes que luchan simplemente por sobrevivir.

Los medios británicos recibieron al norteamericano con una expectación inusitada. El hombre que intentó colarse en la mansión de Elvis Presley saltando la valla, tras publicar tres discos, era el centro de atención de la música rock en todo el planeta. La nueva promesa, el nuevo mesías, la nueva esperanza blanca. Como un solo hombre, la banda asalta el escenario mientras suenan los primeros acordes de Thunder Road, y con esas primeras y solitarias notas de piano y armónica, en apenas unos segundos todos los presentes supieron que ese día, ese 18 de noviembre del año 75, iba a suceder algo muy grande.

Aunque el rock es el género básico del que se nutren las canciones de Bruce Springsteen, el boss nunca ha renegado de otras fuentes estilísticas que han sido fundamentales a la hora de establecer los parámetros por donde se mueve su música. El soul de los años 50 y 60 también penetró en su corazón a muy tiernas edades, y lo mismo se puede decir del pop británico, el blues y el folk. Todo ese bagaje, todas las horas y tardes de luz huidiza pasadas escuchando a Elvis, a Sam Cooke, o a Bob Dylan, son exhibidos esa noche a partir de la cual Springsteen será el depositario de todas las esperanzas de aquellos a los que enamoraba la música rock. En Londres, Estados Unidos, Nueva Zelanda o Singapur. En todas y cada una de las partes del mundo.

¿El repertorio del concierto? Un Born To Run interpretado casi en su totalidad, un breve paseo por sus dos anteriores discos, y como siempre una fugaz aunque jugosa estancia en la mejor tradición del rock, el soul y el folk americanos. Una tórrida demostración de poder, de carisma, de entrega. Una lección del hombre que mejor ha retratado en la historia de la música las calles de la gran ciudad y las miles de pequeñas historias que se tejen en el interior de sus viviendas, en las vidas privadas de sus habitantes, en sus acongojados y vacilantes corazones. El hombre que supo escribir retratos humanos como este:

Todos tienen un secreto, Sonny,
algo que simplemente no pueden afrontar.
Algunos se pasan la vida intentando ocultarlo;
Y lo cargan a cada paso que dan
hasta que un día se lo arrancan,
se lo arrancan o dejan que les arrastre,
a donde nadie te hace preguntas
o te mira a la cara por demasiado tiempo,
en la oscuridad de los límites de la ciudad.

Un respeto al "jefe".

jueves, 2 de abril de 2009

NO HAY MONTAÑA LO SUFICIENTEMENTE ALTA


Ayer se cumplieron 25 años de la muerte de Marvin Gaye (a manos de su propio padra, un pastor ultrareligioso que le descarrejó un par de tiros con una pistola que el propio Gaye le había regalado unos años antes), y hoy mismo 70 de su nacimiento en 1939. Rara vez coinciden nacimiento y muerte en fechas tan cercanas, y mucho menos de un artista tan decisivo y determinante como Marvin Gaye, uno de los grandes genios de la música negra de todos los tiempos.

Durante los años sesenta, Marvin Gaye fue una de las principales cartas de la baraja de Tamla Motown, el sello discográfico fundado en la ciudad de Detroit por Berry Gordy a principios de la década. En Motown se dieron a conocer artistas del calibre de Diana Ross and The Supremes, Smokey Robinson, The Temptations o Stevie Wonder, todos ellos nombres legendarios de la música popular hecha por músicos de color. Marvin Gaye era uno más de los cantantes y compositores de la compañía hasta que contrajo matrimonio con la hija de Berry Gordy, y éste decidió potenciar su carrera. Durante la segunda mitad de los años sesenta, Marvin Gaye grabó docenas de singles exitosos, a veces en solitario y a veces formando dúo con su pareja artística, la cantante Tammi Terrell. Ambos lograron su cima con el tema Ain’t No Mountain High Enough y otras muchas canciones hasta que la muerte de Tammi Terrell cortó de raíz su carrera triunfal (sí, la historia de Gaye está repleta de hechos luctuosos).

Con el cambio de década, Marvin Gaye creció como persona y como artista. Y tomó conciencia de que, como cantante popular e ídolo de una buena masa de seguidores, podía jugar un papel relevante a la hora de reivindicar los derechos de la minoría negra de los Estados Unidos. De esta forma, sus canciones, que en la gran mayoría de los casos tenían como hilo conductor las relaciones de pareja, pasaron a sostener mensajes de acción y de toma de conciencia por parte de la población negra.

What’s Going On, publicado en 1971, es la cumbre creativa de Marvin Gaye. Aunque le costó convencer a Berry Gordy, que deseaba que su yerno continuara facturando las canciones de amor que tantos éxitos le habían reportado, consiguió el control total sobre todos los procesos de grabación del álbum. Y si en ocasiones faltan palabras para definir o alabar un disco, esta es una de ellas. Y lo es por dos motivos: uno es la propia calidad de la obra, aclamada unánimemente como una de las mejores de la música popular del siglo XX; el otro es que con este disco el pop hecho por artistas negros alcanzó definitivamente su mayoría de edad.

Compuesto, cantado y producido por el propio Marvin Gaye, el disco es todo un manifesto sobre el despertar de su raza en un mundo que, obviamente, no había sido diseñado por ella. Apelando al orgullo de sentirse negros, a la recuperación de sus raíces y de sus recuerdos ancestrales, What’s Going On sacudió tantas conciencias como todos los discursos de Martin Lutter King o Malcolm X. Pero lo hizo además con una ventaja sobre éstos: también llegó al público blanco, rendido y admirado ante el genial cantante y su facilidad para introducir mensajes comprometidos en el interior de deliciosas piezas de pop y de soul.

Bañado por un aura de suavidad envolvente y una frugal economía de medios, los temas del álbum son pequeñas joyas encadenadas en las que su autor reflexiona sobre las relaciones familiares, el futuro del medio ambiente, el drama de los ghettos urbanos y, sobre todo, del posicionamiento que la gente de color debe adoptar ante los problemas de la sociedad actual. Canciones como Mercy Mercy Me, Inner City Blues, God Is Love o la que da título al álbum permanecen en cualquier altar destinado a glosar lo mejor, no ya sólo del pop y el soul, sino de toda la música popular facturada durante el pasado siglo. Un auténtico legado que casi cuarenta años después de su gestación merece, entre otros, un apelativo reservado a muy pocas obras musicales: una maravilla.