lunes, 15 de junio de 2009

RORY GALLAGHER: LA GUITARRA SINCERA


Ayer, 14 de junio, se cumplieron catorce años de la muerte del guitarrista irlandés Rory Gallagher, y creo obligado realizar un pequeño homenaje a este esforzado trabajador del rock y el blues.

No importaba el año ni la estación climatológica en curso. Siempre llevaba puestos unos tejanos, y muy a menudo una camisa a cuadros o una gastada y sencilla camiseta. El pelo, siempre largo, recordaba ineludiblemente a las estampas de los años setenta, las que muchos conocimos cuando comenzamos a interesarnos en esto del rock y sus derivados. Para la mayoría, su imagen estaba asociada a la de una época y una manera determinada de escuchar y entender la música. Su guitarra, vieja, desvencijada, casi arrugada por el uso, era su vehículo de expresión, su amante, su amiga, su compañera infatigable. Rory Gallagher era tímido, apolítico, muy educado, borrachín, anárquico en su trabajo, amante del cine y, como buen irlandés, profundamente religioso. Y sobre todo era sincero. Para darse cuenta de ello bastaba con escuchar cualquiera de sus discos y oírle tocar la guitarra con esa claridad espumosa y jovial que siempre fue su sello distintivo. Es cierto que cuando murió, hacía bastantes años que su nombre había dejado de aparecer periódicamente en la prensa especializada, que la atención y la fama de las que gozó en los 70's había quedado atrás y que incluso tenía problemas para publicar sus últimos trabajos. Perra vida.

Rory Gallagher nació en marzo de 1949 en la localidad de Ballyshannon, en el condado de Donegal, situado al norte de la República de Irlanda, a pesar de que a los pocos meses su familia se trasladó a la ciudad portuaria de Cork, donde a tiernas y tempranas edades comenzó a desarrollar su inquietud musical merced a la escucha de viejos discos de Chuck Berry, Eddie Cochran, Buddy Holly o Lonnie Donegan, uno de sus primeros y principales ídolos e influencias musicales. A los quince años ingresa como guitarrista en una banda llamada Fontana Show Band, especializada en amenizar parties y bailes diversos en clubs de media Europa, y que más tarde se rebautizaría con el nombre de The Impact, con los cuales se fogueó a conciencia durante la segunda mitad de los 60's. Cansado de tocar temas ajenos para que el público bailase y se entretuviera, Rory dejó a The Impact y decició formar su propio grupo, un trío casi legendario llamado Taste complementado por el bajista Richard McCracken y el batería John Wilson. En 1969 firman por el sello Polydor y comienzan una corta pero fecunda carrera durante la cual publicarían discos como Taste, On The Boards, Live Taste y At The Isle Of Wight, fraguándose un estilo en cierta manera precursor del rock duro de los 70's hasta la desintegración de la banda en 1971. Tras el óbito de Taste, Gallagher emprenderá una larga trayectoria en solitario tras buscarse un par de nuevos compinches en las personas del bajista Gerry McAvoy y el batería Wilgar Campbell. Comenzaba la época dorada de Rory.

Ya en sus primeros discos (Rory Gallagher, Deuce, Live In Europe, Blueprint, Tattoo), Rory lo tuvo muy claro: sección rítmica escueta y funcional, producción parca o simplemente inexistente, protagonismo absoluto de la guitarra y, sobre todo, mucho rock, mucho blues, algo de country y de música tradicional, y toneladas de entrega y sencillez. Ésta era su marca de fábrica, una fe ciega en lo que hacía, una sinceridad brutal y una absoluta carencia de artificios y sofisticaciones innecesarias en una música tan cruda y visceral como la propia personalidad de Gallagher. Todo ello era más apreciable aún si cabe en sus conciertos. Por encima de sus producciones discográficas, Rory Gallagher siempre fue un músico que daba lo mejor de sí mismo subido a un escenario, un lugar en donde su temperamento, calmado y tranquilo de natural, se transformaba para convertirse en un torrente de vitalidad y energía electrizante. Precisamente, el fin de esta primera etapa en solitario acaba con la edición de un brutal álbum en directo, Irish Tour' 74, en el que Rory demuestra a las claras qué es capaz de hacer con su vieja Stratocaster del 62 entre las manos. Luego, un poco de descanso. Seis discos en tres años (a los que hay que sumar sus colaboraciones en álbumes de Mike Vernon, Muddy Waters, Jerry Lee Lewis o su ídolo Lonnie Donegan) constituían un ritmo infrahumano que hasta un rudo bebedor irlandés como Rory debía replantearse. Y así lo hizo.

Against The Grain (1975) fue un disco de transición en la carrera de Gallagher, más riguroso e intimista que sus predecesores. Antes, incluso se había permitido rechazar una oferta de los Rolling Stones para cubrir la plaza vacante dejada por Mick Taylor para continuar con su viejo pero intemporal rollo de siempre. Es entonces cuando, bien aconsejado por Chrysalis, su nueva compañía discográfica, Rory decide ponerse en las manos de un productor reputado (Roger Glover, ex-bajista de Deep Purple) y dejar de autoproducirse (es una manera de hablar, ya que sus discos se grababan normalmente en cuatro o cinco días y sin apenas remezclas). Calling Card, publicado en 1976, es uno de los mejores álbumes del irlandés, cada vez mejor arropado por su banda (que cuenta con nuevo batería, Rod De Ath, y con el teclista Lou Martin desde hace algunos años) y cada vez demostrando un mejor dominio de las seis cuerdas. Encantado con su nuevo disco, Gallagher emprende un pequeño giro a su carrera. Se deshace de De Ath y Martin y, en compañía de su fiel McAvoy, ficha al batería Ted McKenna y vuelve al formato trío para la que será la etapa más fructífera y conocida de toda su trayectoria. Dos años tocando y grabando con su nueva formación, y en 1978 aparece publicado Photo Finish, un álbum más bronco, duro y enrockecido que sus anteriores producciones y en el que la densidad eléctrica proporcionada por su Fender adquiere tintes quasi metálicos en una época en que se apresta a competir duramente con guitar heroes del calibre de Johnny Winter o hasta el salvaje Ted Nugent. En la misma línea se sitúa su siguiente trabajo, Top Priority, un disco que sigue la senda del rock más decibélico y energético de aquellos últimos compases de los 70's, y que hacían presagiar el nacimiento de un nuevo dios de la guitarra de carácter universal.

Pero no fue así. Rory Gallagher no se convirtió en una estrella guitarrera; aun hoy no es posible saber por qué. Lo cierto es que su figura se fue eclipsando durante la década de los ochenta, y su nombre fue paulatinamente olvidado por el gran público, a pesar de publicar trabajos interesantes como Jinx (1982) o Fresh Evidence (1990), éste último editado por su propia firma, Capo Records, ante el desinterés generalizado de las grandes compañías discográficas. Ni sus contínuas y prolongadas giras por todo el mundo, ni sus coqueteos con los más variopintos macrofestivales benéficos al uso (Self Aid, etc), ni su entrega a prueba de bomba y su música claramente intemporal pudieron sacarle del ostracismo.

Su carrera se diluyó con el paso del tiempo, y ya pocos le recordaban. Su afición a la bebida le había ido destrozando poco a poco el hígado hasta que en abril de este año se sometió a un trasplante del citado órgano, saldado al parecer con relativo éxito. Pero complicaciones posteriores volvieron a agravar su estado de salud hasta que el 15 de junió de 1995 murió en Londres a los 47 años de edad. Una lástima, de verdad. Para muchos se fue un viejo músico de blues y rock, un oscuro y semiolvidado nombre perteneciente a la década de los setenta; para otros, nos ha abandonó un gran guitarrista, uno de los mejores exponentes del blues rock blanco de todas las épocas. No somos nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario