viernes, 20 de mayo de 2011

LOS INROCKUPTIBLES XI: VIAJANDO EN TREN POR EUROPA



De todos los padres que ha tenido la música electrónica, ninguno tiene tanto derecho a reclamar la patria potestad de ese género musical como los alemanes Kraftwerk. Es más, incluso hoy en día cualquier discjockey, músico o productor de música electrónica cae de rodillas y reverencia temblorosamente a estos cuatro teóricos de la música contemporànea, responsables de la mayoría de edad y la credibilidad de que gozaría el género años más tarde. Los primeros pasos de la banda, originaria de la ciudad de Dusseldorf, se sitúan a principios de los años setenta, pero no es hasta mediados de la década, de la mano de discos como Autobahn o Radio Activity, que consiguen despertar el interés del público. Su música, en apariencia gélida y robotizada, resulta difícil de consumir en medio de un panorama dominado por el heavy metal, el glam-rock y la música progresiva. Pendientes de clasificar aún, Kraftwerk deambulan en una especie de limbo que apenas les tiene en cuenta y que no sabe muy bien qué hacer con ellos.


Pero con la publicación en 1977 de Trans Europe Express, todo comienza a aclararse. El álbum tiene un sonido mucho más asequible que cualquier cosa que hubieran grabado antes, y se constituye en cabeza de puente entre su anterior sonido experimental y su posterior enfoque más orientado hacia el pop y la música de baile. Trans Europe Express es un álbum pionero, que se anticipó al advenimiento del tecno-pop y de los “nuevos románticos”, y que contribuyó como ninguna otra obra musical a extender un concepto europeo y continental de la música popular, en este caso orientado hacia la cibernética y la tecnología. Desde su propio título, Europa, sus mitos, su paisaje y sus gentes pueblan todo el disco, que en este aspecto cobra tintes auténticamente reivindicativos en contra del aplastante dominio de los formatos norteamericanos.


¿Pero qué podemos encontrar exactamente en Trans Europe Express? Pequeñas sinfonías futuristas que no obstante dejan entrever su amor por los compositores clásicos, música de cámara espacial, lirismo minimalista, anteproyectos de electro pop, y funk robotizado que presta especial atención a los ritmos sin descuidar en ningún momento la melodía y los sentimientos. En otras palabras: riza el rizo y demuestra que un tratamiento radicalmente electrónico en lo musical no es obstáculo para obtener un resultado superlativo en la faceta más puramente emocional. Tres temas ocupan la primera cara del vinilo original. La primera de ellas, Europe Endless, es precisamente un homenaje a la Europa del pasado y del futuro en clave de electrónica poética y un tratamiento del sonido del que luego serán deudores gente como Gary Numan, Vince Clarke, Depeche Mode u Orchestral Manouvres in the Dark. Las otras dos piezas, The Hall of Mirrors y Showroom Dummies, son deliciosos proyectos de electro pop cuya escucha nos enseña la tremenda importancia de Kraftwerk en el desarrollo de la música electrónica de posteriores décadas.


Pero sin duda la pieza maestra del álbum es la que le da título: Trans Europe Express, una apoteosis de funk electrónico y atmósferas inquietantes que incorpora voces robóticas, dub metalizado y, de nuevo otra vez, una visión entre romántica y esperanzada de Europa, en esta ocasión como escenario de un fascinante viaje a través de su querida aunque torturada geografía. En resumen, Trans Europe Express es un viaje iniciático a la prehistoria del techno, a una época en que componer melodías con un sintetizador todavía era experimentar, y en que conceptos como futurismo, robótica o tecnología aún estaban prácticamente por descubrir al gran público. Bienvenidos pues a este viaje alucinante. El tren está a punto de partir y el jefe de estación está llamando al pasaje. Acomódate en tu asiento y disfruta del placer de este periplo, uno de los más emocionantes y decisivos de toda la historia de la música rock.

jueves, 12 de mayo de 2011

SUEDE: LA GAMUZA METÁLICA



El mundo de la música rock suele vivir sus propias repeticiones cíclicas (o eso dicen). Lo hemos visto en innumerables ocasiones. Traigo a colación este hecho debido a la reciente actuación de los británicos Suede en el Festival Estrella Levante SOS4.8. Suede fue una de las bandas que bajo la dudosa e interesada etiqueta de "nuevo pop británico" o brit pop, asoló las listas de ventas europeas allá durante la primera mitad de los años 90, convirtiéndose en uno de los reyes indiscutibles de la música rock de aquella década.


En un momento en que la escena musical británica estaba dominada de manera tiránica por el acid-jazz, el trance y la música de baile, una nueva generación de jóvenes bandas (Suede, Blur, Oasis, Pulp, The Auters, etc.), caracterizadas por la recuperación de las viejas esencias del pop inglés, una imagen sensual y atractivamente ambigua y una actitud desafiante y provocadora, fueron durante algunos años el típico soplo de aire fresco que de vez en cuando necesita la música popular para regenerarse. Aquellos años se asemejaron a otro periodo de gran esplendor del pop vivido en la primera mitad de los años 70 gracias a las huestes de lo que se dio en llamar glam rock. Durante esos años (entre 1971 y 1974 más o menos), David Bowie, Marc Bolan, Gary Glitter, Slade o Sweet protagonizaron un hermoso ejemplo de cómo con canciones de tres minutos, una imagen espectacular y una gran identificación con su público pueden fabricarse composiciones inmortales que aún figuran en la memoria de muchas personas.


Suede, por su parte, fueron, a mi juicio, los alumnos aventajados de aquella irrepetible hornada. La banda del cantante Brett Anderson bebía de fuentes cercanas a Bowie, Marc Bolan o The Smiths y fue probablemente el producto más intelectual, artístico y rico de aquel “nuevo pop”. Arropado por el bajista Mat Osman, el batería Simon Gilbert y el guitarrista y compositor Bernard Butler (sustituido posteriormente por Richard Oakes), Anderson jugó inteligentemente sus bazas para lograr que su primer álbum, Suede (1993), fuera ya un auténtico éxito incluso antes de su publicación. El bombardeo mediático al que sometieron los Suede al público británico desembocó en la edición de un trabajo ágil y sinuoso cuyas canciones (Animal Nitrate, So Young, The Drowners) son fotocopias a color del Bowie más glamouroso de los 70´s.


Posteriormente, la publicación del increíble Dog Man Star (1994) supuso la constatación de que Suede volaban muy alto; desprendido ya su lastre referencial, los de Anderson produjeron un álbum en que la creatividad y la emocionalidad luchaban denodadamente para imponerse la una sobre la otra. Magistral por momentos, Dog Man Star auguraba grandes cosas para el futuro de la banda. Sin embargo, tras la edición de un digno Coming Up, la magia del grupo se fue diluyendo con obras como Head Music o A New Morning, y se separó poco después para revivir fugazmente de vez en cuando (en eso siguen actualmente).


Pero para el recuerdo quedan los ademanes escénicos de Anderson y su afectación interpretativa, su melancólico y elegante discurso vocal, la arquitectura musical amplia y espaciosa, contundente y nítida a la vez. Y, por encima de todo, el rastro de una estrella fugaz: el andrógino y torrencial Brett Anderson, un individuo arrogante y provocador pero dotado de una innegable inteligencia y la suficiente magia como para componer canciones que calaban hondo, que provocaban sensaciones y convulsiones, que irritaban y apaciguaban por igual. Canciones que quedan para el recuerdo y, aún hoy, mantienen su vigencia.