Vivimos en una sociedad en la que lo que predomina es lo efímero, lo transitorio. En la que la cultura es tratada como una moda de temporada, y el arte no es más que una colección estacional en la cual los iconos se inventan y se desechan por inservibles con velocidad vertiginosa. También el mundo de la música sufre en su propia carne, cómo no, esa insufrible trivialización. Los artistas y los grupos emergen, triunfan y caen en un triste olvido en apenas meses, tras ser “producidos” en un laboratorio, inventados por multinacionales hambrientas de dinero fácil, creados en probetas en las que el marketing es el principal ingrediente de la fórmula del pretendido éxito.
Y sin embargo, la música, sigue siendo un arte, un vehículo para expresar emociones, sentimientos, para abordar historias de pérdidas y de hallazgos, de amor y desamor, de tristeza y de alegría, de vida y muerte. Al menos, muchas personas siguen creyendo a pies juntillas que esto sigue siendo así. Entre estas personas, por fortuna, se cuentan los cuatro componentes de Luz Verde, un grupo de origen venezolano aunque afincado en Barcelona cuyos orígenes se remontan a 1995 nada menos. Tras debutar discográficamente en el año 2000 con Cinema 0, en 2003 se trasladan a España, donde publican en 2004 Rocanrol, álbum seguido de un largo silencio de cuatro años, roto con la edición de Manual de buenas costumbres (2009), cuya continuación en 2010 es su última obra hasta la fecha, En llamas.
Integrado por Wilbert Álvarez y Carlos Mendoza a las guitarras y las voces, Pedro Misle en el bajo, y Eduardo Benatar en la batería (formación que ha permanecido estable desde sus inicios), Luz Verde es una banda cuya música es totalmente reacia a los laboratorios, el artificio, la afectación, los potenciadores de sabor y los conservantes sintéticos. Por contra, sus canciones no tienen edad cierta, pertenecen a un limbo atemporal en la que la palabra “moda” está proscrita, y el término “comercial” no tiene ninguna razón de ser. Luz Verde se dedican a la música rock. Rock de ayer y de hoy, y quizá de siempre. Un rock seco, conciso, abrupto, sin concesiones a la galería, alérgico a cualquier síntoma de puerilidad o chabacanería. Sus temas son cortos, precisos, trufados de guitarras recias y cortantes, de armonías vocales, sostenidos por una sección rítmica poderosa aunque orgánica. Son temas que rezuman sinceridad, que retratan historias, grandes y pequeñas, cuya credibilidad queda fuera de toda duda; historias que podrían haberle pasado a cualquiera de nosotros, y que seguramente (no, más bien con toda certeza) nos han pasado a todos nosotros, a aquellos que aman el rock bien compuesto y bien ejecutado, a los que (como ellos) no olvidan que la música popular tiene sus raíces, sus responsables y sus mitos.
Y eso se nota en sus canciones. En llamas es un disco que, más allá de su sonido afilado y actual, y de su instrumentación parca, sucinta y desnuda, posee un indudable bagaje histórico. Un bagaje que bucea y penetra profundamente en el inagotable patrimonio del mejor rock, del inmemorial hilo conductor que nace en Elvis Presley (homenajeado en el corte Vegas), sigue con los Rolling Stones, el pop-rock de los años sesenta y setenta, el rock de Detroit, el hard, el punk, el rock urbano, y así hasta la actualidad. Pues es actualidad también, a pesar de esas reconocibles referencias a su noble linaje, lo que destila En llamas, un álbum que se abre con una contundente Cenando con el Diablo (una implícita referencia a Hugo Chávez) y se cierra con una emotiva balada llena de flujos y reflujos como Resplandor. Entre ambos temas, frescas lonchas de rock inmemorial (El fin de la alegría, Solo solo, No es bueno verla), demostraciones de cómo combinar la contundencia y el buen gusto (La canción que desnuda, Mira hacia delante, Oscuridad), y canciones menos clasificables, un par de piedras semipreciosas que coronan el diseño final de esta pequeña joya como la pegadiza y nostálgica Historia personal, o el más brillante diamante del álbum: En llamas, pieza que da título al disco, un medio tiempo de glorioso estribillo y cálido desarrollo que envuelve al oyente en espirales de voces arrastradas y guitarras memorables.
Lo mejor de Luz Verde, y por supuesto de En llamas, es precisamente esa reivindicación de un legado y la convincente defensa que de él hacen. Antes comentaba que la música de Luz Verde no olvida sus raíces. Y por eso mismo, por su sinceridad y transparencia, sus canciones no deberían ser olvidadas. Todo lo contrario: merecen permanecer en el recuerdo y en la memoria de aquellos que las escuchan. Abajo lo insustancial. Muerte a la banalización. Y larga vida a las buenas canciones que nos hacen, a quienes las escuchamos, un poco más felices.