El mundo de la música rock suele vivir sus propias repeticiones cíclicas (o eso dicen). Lo hemos visto en innumerables ocasiones. Traigo a colación este hecho debido a la reciente actuación de los británicos Suede en el Festival Estrella Levante SOS4.8. Suede fue una de las bandas que bajo la dudosa e interesada etiqueta de "nuevo pop británico" o brit pop, asoló las listas de ventas europeas allá durante la primera mitad de los años 90, convirtiéndose en uno de los reyes indiscutibles de la música rock de aquella década.
En un momento en que la escena musical británica estaba dominada de manera tiránica por el acid-jazz, el trance y la música de baile, una nueva generación de jóvenes bandas (Suede, Blur, Oasis, Pulp, The Auters, etc.), caracterizadas por la recuperación de las viejas esencias del pop inglés, una imagen sensual y atractivamente ambigua y una actitud desafiante y provocadora, fueron durante algunos años el típico soplo de aire fresco que de vez en cuando necesita la música popular para regenerarse. Aquellos años se asemejaron a otro periodo de gran esplendor del pop vivido en la primera mitad de los años 70 gracias a las huestes de lo que se dio en llamar glam rock. Durante esos años (entre 1971 y 1974 más o menos), David Bowie, Marc Bolan, Gary Glitter, Slade o Sweet protagonizaron un hermoso ejemplo de cómo con canciones de tres minutos, una imagen espectacular y una gran identificación con su público pueden fabricarse composiciones inmortales que aún figuran en la memoria de muchas personas.
Suede, por su parte, fueron, a mi juicio, los alumnos aventajados de aquella irrepetible hornada. La banda del cantante Brett Anderson bebía de fuentes cercanas a Bowie, Marc Bolan o The Smiths y fue probablemente el producto más intelectual, artístico y rico de aquel “nuevo pop”. Arropado por el bajista Mat Osman, el batería Simon Gilbert y el guitarrista y compositor Bernard Butler (sustituido posteriormente por Richard Oakes), Anderson jugó inteligentemente sus bazas para lograr que su primer álbum, Suede (1993), fuera ya un auténtico éxito incluso antes de su publicación. El bombardeo mediático al que sometieron los Suede al público británico desembocó en la edición de un trabajo ágil y sinuoso cuyas canciones (Animal Nitrate, So Young, The Drowners) son fotocopias a color del Bowie más glamouroso de los 70´s.
Posteriormente, la publicación del increíble Dog Man Star (1994) supuso la constatación de que Suede volaban muy alto; desprendido ya su lastre referencial, los de Anderson produjeron un álbum en que la creatividad y la emocionalidad luchaban denodadamente para imponerse la una sobre la otra. Magistral por momentos, Dog Man Star auguraba grandes cosas para el futuro de la banda. Sin embargo, tras la edición de un digno Coming Up, la magia del grupo se fue diluyendo con obras como Head Music o A New Morning, y se separó poco después para revivir fugazmente de vez en cuando (en eso siguen actualmente).
Pero para el recuerdo quedan los ademanes escénicos de Anderson y su afectación interpretativa, su melancólico y elegante discurso vocal, la arquitectura musical amplia y espaciosa, contundente y nítida a la vez. Y, por encima de todo, el rastro de una estrella fugaz: el andrógino y torrencial Brett Anderson, un individuo arrogante y provocador pero dotado de una innegable inteligencia y la suficiente magia como para componer canciones que calaban hondo, que provocaban sensaciones y convulsiones, que irritaban y apaciguaban por igual. Canciones que quedan para el recuerdo y, aún hoy, mantienen su vigencia.
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