Off The Wall. Fuera del muro. Así se han quedado esta madrugada pasada muchos de los millones de fans que Michael Jackson, apodado por muchos como Rey del pop (¡qué manía con insistir en estas categorizaciones infantiloides y absurdas!), todavía tenía por el mundo. Jackson sufrió ayer una parada cardiorrespiratoria en su casa de Bel Air de la que ya no se recuperó y murió poco después en el hospital UCLA de Los Ángeles.
Nacido en 1958 en Indiana, en el seno de una familia disfuncional cuyo padre autoritario solía agredir con frecuencia a sus ocho hijos, Michael Jackson fue el típico niño prodigio que con apenas diez años ya se subía a los escenarios con cuatro de sus hermanos en aquella caricatura trufada de explosiones funky que eran The Jackson Five, que de la mano del sello Motown arrasaron en las listas de éxito durante los años setenta, justo hasta que Michael, con mucho el de mayor talento de la saga, decidió emprender su espectacular carrera en solitario.
Off The Wall (1979) es la obra que le abre las puertas del reconocimiento mundial. De la mano del gran Quincy Jones a la producción, y la en la discográfica CBS, Jackson sublima la herencia de los Five, Stevie Wonder, Marvin Gaye y las grandes voces femeninas del soul y fabrica un artefacto irresistible que entierra definitivamente en el pasado a su grupo seminal. Tres años después (1982), sobreviene el terremoto que revolucionó la música de los 80: Thriller. Más de cien millones de copias vendidas, todo un álbum lleno de singles, la quintaesencia del formato videoclip como fórmula de explotación y reclamo publicitario, pasos de baile convertidos en pasto de mitólogos e imitadores… Poco más que añadir a una de las obras más determinantes (por su influencia) de la música popular de las últimas décadas.
Cinco años transcurren hasta la edición de Bad, otro gran álbum que no obstante no alcanza el listón mediático obtenido por su predecesor (era imposible: Jackson nunca lo conseguiría, y quizá eso formase parte de su tragedia). Tampoco lo alcanzaron Dangerous (1991), HIStory (1995), Blood On The Dance Floor (1997) o Invincible (2001). Nunca tuvieron la más mínima oportunidad.
Entretanto, y sobre todo a partir de finales de los ochenta, Jackson dejó de ser un artista para convertirse en un personaje. Su acusado y progresivo cambio físico (¿el negro que quiso ser blanco?), sus amistades peligrosas (Liz Taylor, Brooke Shields), sus matrimonios delirantes (Lisa Marie Presley, la enfermera de nombre irreproducible), sus problemas crónicos de salud… Y como colofón de lo dantesco, como culminación a su descenso psicológico a los infiernos, los escándalos: acusaciones de pederastia, de maltrato a sus propios hijos (uno de ellos fruto de un vientre de alquiler), sus carísimos e infantiles caprichos…
¿Y la música? Pues regular, vaya. Michael Jackson, endémico Peter Pan de sí mismo, niño eterno dispuesto a jugar hasta la senectud, olvidó quién era en realidad y qué le había proporcionado el reconocimiento de millones de personas en todo el mundo. Su voz prodigiosa, su manera portentosa de bailar, el carisma que derrochaba en escenarios y grabaciones… Todo eso lo perdió, quedó sepultado bajo capas de maquillaje, burbujas de plástico y excentricidades propias de una inmadurez de corte nihilista. Fue un elfo truncado, un hada autolesionada a base de olvidar sus verdaderos dones, su verdadera magia.
Hace escasos meses, quizá fruto de un último estertor de sensatez, anunció su vuelta a los escenarios. No tuvo tiempo. Billy Jean ya no volvió a bailar. Off The Wall. Despedida y cierre.
michael jakson i love you me nfacinan tus canciones
ResponderEliminarme da mucha pena tu partida adios =(