Hay ciudades que tienen su propia música, su propio estilo o, como mínimo, su propio sonido. La historia de la música moderna está repleta de estas ciudades: New York, Liverpool, San Francisco, Seattle, Manchester, Dusseldorf... Una de las últimas ciudades en ser ascendida a la categoría de lugar en el que concurren en tiempo y espacio una hornada de músicos de similares inquietudes fue Bristol, la capital del condado inglés de Avon, una población de unos 400.000 habitantes situada en el margen derecho del Canal de Bristol, a unos 140 kilómetros al oeste de Londres. De las brumas del canal emergen en ocasiones los contornos de la ciudad galesa de Cardiff, emplazada al otro lado de una lengua de agua que se ensancha progresivamente hacia el sudoeste hasta desembocar en el Mar Céltico. Es en esta región crecieron en los 90 grupos y artistas como Soul II Soul, On-U Sound, Portishead o Tricky. Y, por supuesto, Massive Attack, responsables de algunos de los mejores álbumes salidos de las islas en la pàsada década década.
Entre 1983 y 1987 existió en las islas británicas un colectivo artístico-musical rupturista y multiétnico inspirado en la alternatividad más airada llamado Wild Bunch, al que pertenecieron personajes como Tricky o Nellee Hooper de los Soul II Soul. También formaron parte de Wild Bunch los tres protagonistas de nuestra historia: Grantley Marshall, Robert del Naja y Andrew Volwes, más conocidos por los sobrenombres de Daddy G, 3-D y Mushroom, respectivamente. Vamos, la formación orioginal de Massive Attack. En 1987 se disolvió Wild Bunch y los tres DJ´s mataron el tiempo a base de aparecer como estrellas invitadas en diversos raves y acompañando en grabaciones ajenas a artistas como Lisa Stansfield, Jesus Loves You, Nusrat Fateh Ali Khan o Neneh Cherry. Fueron precisamente Neneh Cherry y su productor Cameron McVey quienes sugirieron a Daddy G, 3-D y Mushroom que se decidieran a grabar de forma autónoma, y a tales efectos Massive Attack firmaron un contrato con Circa Records. Y así es como vió la luz en marzo de 1991 Blue Lines, el primer trabajo discográfico de Massive Attack, y reconocido ampliamente a través de la crítica de medio planeta como uno de los mejores álbumes de aquel año y una de las más hermosas muestras de las directrices que había de seguir la música de los años 90.
Para su segundo álbum la banda se rodeó de viejos conocidos y colegas. Su viejo compinche de los tiempos de Wild Bunch, Nellee Hooper, sería el encargado de producir el álbum; las sensuales y sugerentes voces de Nicolette y Tracey Thorn, la vocalista de Everything But The Girl, también están presentes; poniendo aquí y allá su particular grano de arena, también colaborarían en la confección de Protection gente como Horace Andy (que ya estuvo presente también en Blue Lines), Tim Simenon (Bomb The Bass), el pianista y arreglista Craig Armstrong, el guitarrista Chester Kamen y el ingeniero y mezclador Harry The Mad Professor. Entre todos ellos lograron superar la papeleta de facturar un digno sucesor de Blue Lines, a pesar de tener que competir en el tiempo con el lanzamiento del sublime Dummy de sus convecinos Portishead, y poner una piedra más en ese particular monumento al sonido en que se estaba convirtiendo en aquel tiempo la ciudad de Bristol.
Ya asentados, continuaron evolucionando con Mezzanine (1998), un disco muchos más oscuro y opresivo que llegó a ser verdadero objeto de culto para fans y críticos. Sin embargo, 100th Window (2003) no obrtuvo los mismos parabienes y fue rápidamente catalogado como la obra más modesta del grupo. Desde entonces poco más, alguna banda sonora (Danny The Dog) y un recopilatorio llamado Collected (2006) han sido escaso bagaje para uno de los grupos a los que más se le espera y de los que más se espera dentro de la panoplia de los míticos años 90 británicos. Pero para 2010 anuncian nuevo álbum, con el que se cerraría este dilatado compás de espera para saborear las aventuras sonoras de esta banda ya legendaria. Paciencia. Vale la pena si sirve para volver a disfrutar de la promesa apenas entrevista de muchas tardes y noches de escucha recompensada con la placentera sensación con que se reciben las caricias en los sentidos y en el alma.
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