viernes, 4 de septiembre de 2009

CUENTOS DEL CIELO DEL ROCK'N'ROLL (XII)


Rainbow Theather, Londres, 7 de marzo de 1977. Cual Ave Fénix mitológica, Iggy Pop está a punto de renacer de sus cenizas. Unas cenizas candentes aún, una calurosa escoria de material amontonado durante crisis y adicciones cuya cauteración ha sido dura y laboriosa. El momento actual, segundos antes de que Iggy Pop y su banda salgan a escena, es uno de esos instantes que permanecen imborrables en la memoria histórica del rock. Pues hoy uno de sus indómitos hijos resucita definitivamente, tomando posesión de su metálico cetro para descargar sobre sus entregados súbditos toda la electricidad que éstos necesitan.

Cantante y showman intratable, innegociable padrino del punk rock, bestia escénica por excelencia, Iggy Pop permanecía desde 1974, tras la disolución de su grupo The Stooges, en un limbo artístico víctima de sus intentos por desengancharse de la heroína que le llevaron a realizar diversas curas de desintoxicación. Estos casi tres años han sido un descenso a los infiernos en los que prácticamente su único apoyo ha sido la de su amigo, seguidor y valedor David Bowie. Ingresos en clínicas, tratamientos con metadona y seguimiento psiquiátrico consiguen por fin que Iggy Pop vuelva a ser un músico, un cantante, un artista ambicioso y excesivo cuya ausencia se ha notado excesivamente.

Cuando David Bowie terminó en 1976 su gira para promocionar su álbum Station To Station, Iggy reapareció en solitario con un disco llamado The Idiot, con Bowie como productor y co-autor del disco y una banda nueva, entre la que destacaba el propio David Bowie a los teclados. Casi sin solución de continuidad, se publicó un segundo disco, Lust For Life, y se formó una banda de apoyo para el directo compuesta por los hermanos Hunt y Tony Sales al bajo y la batería, Ricky Gardiner como guitarrista y el mismo Bowie a los teclados y coros.

Esa noche en el Rainbow Theather, Iggy Pop cantó, bailó, saltó y se movió como nunca lo había hecho sobre un escenario. Su cuerpo compacto y fibroso se contorsionó hasta el paroxismo, su recia y provocativa voz aulló de placer, y sus canciones, las nuevas y las viejas, sonaron poderosas, graníticas y amenazadoras. Precisamente, los temas más conocidos de su etapa con los Stooges, como TV Eye, Raw Power, Search And Destroy o I Wanna Be Your Dog, sonaron tan convincentes, tan enérgicas, tan desatadas y contundentes, que parecían compuestos el día anterior.

Fiero, terrorífico, interpretado con la desesperación del animal acorralado que el propio Iggy fue durante años, el concierto que estás a punto de escuchar deja sin respiración desde la primera nota, el primer grito, el primer aullido. Un aquelarre de rock en estado puro, una vivisección sin anestesia de la música más extrema ejecutada con urgencia, sin concesiones ni adornos superfluos. Sólo son cuatro músicos furibundos arropando a un auténtico animal del rock and roll y demostrando que esa música simple, sencilla, construida con cuatro acordes y mucha alma es capaz de cautivar el cuerpo y el espíritu como ninguna otra música lo ha hecho jamás.

Esa noche, la del 7 de marzo de 1977, el Ave Fénix conocida con el sobrenombre de Iggy Pop voló sobre el Rainbow Theather y materializó su sueño oscuro y desesperado. Esa noche, la del retorno del gran histrión, será para siempre recordada como La noche de la Iguana.

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