viernes, 27 de noviembre de 2009

LA BANDA DEL SARGENTO PIMIENTA


Este domingo, 29 de noviembre, se cumplen ocho años de la muerte de George Harrison, el beatle introvertido y tímido. Y no es que a mí personalmente me interesase jamás su carrera en solitario, e incluso puedo decir sin ruborizarme que tampoco soy lo que se dice un beatlemaníaco (me gustan sus singles, sus canciones más frescas, pico de aquí y de allá). Pero también soy consciente de su inmensa importancia y peso específico en la música popular del siglo XX, y por ello me atrevo a escribir sobre el que a buen seguro es su obra más emblemática: Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band.

Es muy posible que este no sea el mejor disco de The Beatles. Muchos de sus innumerables fans apostarían por Revolver, With The Beatles, o el famoso álbum blanco. Tampoco es el más vendido, ni el más recordado. Pero sin lugar a dudas es su disco más influyente; uno de los álbumes más influyentes de toda la historia de la música rock. Corría el año 1967 y el fenómeno Beatles hacía ya tiempo que se encontraba en su apogeo. Millones de discos vendidos, giras apoteósicas, apariciones en televisión, películas, conciertos plagados de crisis de histeria entre sus fans... Indiscutiblemente, los Beatles eran los números uno del mundo, lo habían conseguido todo y se habían superado a sí mismos una y otra vez. Hasta el punto de que John Lennon y Paul McCartney, secundados por George Harrison y Ringo Starr, habían decidido ya que debían ir más allá, superar lo ya logrado.

El primer paso lo dieron en 1965, cuando decidieron dejar los escenarios y no volver a tocar en directo. Su música grabada estaba adquiriendo complejidades que la tecnología del directo no permitía reproducir. Poco después, el álbum Revolver los volvía a elevar un peldaño más en relación con el resto de bandas de la época. Aprendieron a jugar con sus instrumentos, a incorporar músicos colaboradores, a comprender las enormes posibilidades de un estudio de grabación. A todo ello se unieron dos hechos más. Uno fue su toma de contacto con la espiritualidad oriental y la música hindú. El otro fue el álbum Pet Sounds, obra de los Beach Boys, un disco que precisamente incidía en la línea que pretendían seguir: arreglos suntuosos, acompañamientos orquestales, collages sonoros.

Dicho y hecho. Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band fue, probablemente, el primer álbum conceptual de la música pop. También marcó una época en cuanto a diseño gráfico, siendo una de las carátulas más imitadas de todos los tiempos. En cuanto al sonido, el productor George Martin y sus ingenieros de sonido logró un milagro; parecía imposible que en 1967 un disco de pop-rock pudiera sonar así. La innovación, la experimentación, cierta aura psicodélica y un estado de gracia compositivo incomparable recorren todo el disco, plagado de clásicos como A Little Help From My Friends, Lucy In The Sky With Diamonds o A Day In The Life, temas inolvidables y musicalmente mucho más complejos que cualquiera que hubieran grabado hasta entonces. Músicos franceses tocando instrumentos de viento, conjuntos de cuerda, efectos de sonido, grabaciones pasadas del revés, uso masivo de teclados de apoyo... La riqueza sonora del álbum está fuera de toda duda. No en vano Sergeant Pepper’s necesitó cinco meses de trabajo (una eternidad en aquellos años), 700 horas de estudio de grabación y 50.000 libras de coste.

No obstante, su rentabilidad, tanto comercial como artística, superó con creces todas las previsiones. El 1 de junio de 1967 el disco se ponía a la venta, y automáticamente todos los grupos del mundo quisieron hacer un disco como aquel. Desde luego, muy pocos pudieron, y aunque algunos consiguieran alcanzar las mismas cotas de calidad que los cuatro de Liverpool, fueron ellos quienes pusieron la primera piedra. Cuarenta y dos años después de su publicación, Sergeant Pepper’s suena igual de fresco, ambicioso y creativo que cuando salió al mercado. Sólo las obras maestras indiscutibles lo logran. Cuarenta y dos años después de su publicación, en el panteón virtual de la música rock sigue brillando este disco como una gema irrepetible, como una de las obras que cambiaron su curso y definieron su historia futura.

lunes, 23 de noviembre de 2009

CUARENTA AÑOS DE GRITOS Y PATADAS


No es usual que una banda debute con un disco grabado en directo. Pero es que MC5 nunca fueron un grupo usual, y Kick Out The Jams, por supuesto, tampoco es un álbum cualquiera. Rebobinemos. A finales de los años sesenta crecía en la ciudad de Detroit una escena musical exhuberante en la que primaba el gusto por un rock brutal, directo y recio. Entre sus principales exponentes se encontraban Iggy Pop y los Stooges, Ted Nugent, Mitch Ryder y, cómo no, MC5. La banda, surgida de una comuna libertaria liderada por su mánager y gurú, John Sinclair, planteaba una línea ideológica basada en la revuelta urbana, el uso indiscriminado de las drogas y la liberación sexual.

No obstante, no era su peculiar ideología lo que les hacía sobresalir de entre el marasmo de grupos surgidos en Detroit. Era su música, reflejo hiriente de un sonido salvaje y desgarrador, virulento y sucio, firmemente asentado en el ryhtym and blues más duro ribeteado de soflamas sociales y políticas. Una propuesta de difícil digestión para la sociedad civil estadounidense. Todo ello servido en crudo y sin aliñar, y sustentado sobre todo por la voz ronca y desgañitada de su cantante, Rob Tyner, y sus dos feroces guitarristas, Wayne Kramer y Fred Sonic Smith.

Con estos mimbres, MC5 se convirtieron con Kick Out The Jams en una de las mejores encarnaciones del rock de final de los años sesenta: duro, salvaje, radicalizado, y fiel reflejo de un ambiente social y político violento y crispado. Tan crispado que el disco fue vetado en multitud de centros comerciales por la inclusión de la palabra “motherfucker” en la introducción del disco. Fue el primer paso de una persecución que los MC5 vivieron en su propia piel y que cercenó radicalmente sus expectativas comerciales, aunque no evitó que se convirtieran en una banda de culto.

Pero todas estas consideraciones quedan en agua de borrajas cuando uno se enfrenta a la escucha de este álbum. Dos bombas termonucleares en forma de canción inician el apocalipsis: Ramblin’ Rose y la propia Kick Out The Jams, torpedos dirigidos a la línea de flotación de cualquier sistema reproductor de música, definitivamente impotente ante esta muestra de energía en estado puro. La fiesta eléctrica continúa con más andanadas del calibre de Rocket Reducer o Come Together, en la misma línea de tímpanos vapuleados y reducidos a espectadores del Armaggedon.

Aunque los MC5, además de ser consumados especialistas en el rock más extremo y visceral, también alardeaban de sus gustos cercanos al free jazz y la vanguardia experimental. La explosiva mezcla puede ser ampliamente degustada en temas como Borderline, I Want You Right Now o Starship, una indescriptible versión de un clásico del jazzmen Sun Ra, en la que la saturación eléctrica se da la mano con el caos hasta alcanzar un paroxismo ante el que el oyente sólo puede intentar sobrevivir. En resumen, una experiencia que aún hoy, transcurridos 40 años de la edición del álbum, resulta totalmente escalofriante.

Como era de esperar en función de su desmesura, el disco pasó sin pena ni gloria a nivel comercial. No obstante, su existencia no pasó desapercibida para ciertos sectores de la crítica, para sus fans irredentos de Detroit, y para algunos grupúsculos dispersos amantes del rock más radical. Kick Out The Jams se convirtió en un icono, en un disco que muy poca gente había oido pero del cual casi todo el mundo mencionaba su importancia. Paradojas del cielo del rock’n’roll.

lunes, 9 de noviembre de 2009

LA MUJER DE PERSEO


Sin duda alguna, Tangerine Dream es una banda legendaria dentro del género de música electrónica y de la vanguardia musical en general. A lo largo de su dilatada trayectoria, el grupo alemán ha explorado áreas ignotas y vírgenes dentro de la música y ha contribuido a crear los cimientos de diversas corrientes contemporáneas. Tangerine Dream se formó a finales de los años sesenta, junto a muchas otras bandas de procedencia alemana que irrumpieron en el panorama de la música rock aportando instrumentación y temáticas hasta entonces no utilizadas por los grupos anglosajones. Dos de esas formaciones tuvieron un peso decisivo y construyeron una obra de gran influencia para varias generaciones de músicos. Una de ellas era Kraftwerk. La otra, por supuesto, fue Tangerine Dream.

Tras varios discos de corte experimental que en su día fueron bautizados como música cósmica, Tangerine Dream firmaron por el sello Virgin y publicaron varios discos que redefinieron el curso de la música electrónica. El primero de todos ellos, seguramente su obra capital, y la que mayor impacto causó en la música de su tiempo y en el desarrollo posterior de otras bandas y artistas, fue Phaedra, de cuya publicación se cumplen nada menos que treinta y cinco años, un auténtico monumento a los ambientes cósmicos y misteriosos y a la aplicación de la tecnología punta en la música rock.

Publicado en 1974, Phaedra (nombre de la esposa del mitológico Perseo) es uno de los más importantes y excitantes trabajos aparecidos en el género de la música electrónica de todos los tiempos. Es también un brillante punto de encuentro entre la temática de ciencia-ficción tan amada por el grupo, y la aplicación inteligente de la tecnología sonora. El resultado es una orgía de sonidos que provienen de las profundidades del espacio, tanto exterior como interior; un trance arpegiado que nos conduce a órbitas musicales nunca antes holladas por el hombre. Phaedra contiene cuatro temas, aunque su estructura y sonido poco tiene que ver con las canciones de pop y rock al uso. Prácticamente toda la instrumentación se produce a partir de instrumentos electrónicos. Sintetizadores, secuenciadotes, unidades de efectos y percusión generada electrónicamente son los absolutos protagonistas del disco. La repetición, el trance, la hipnosis y el viaje son conceptos clave del álbum, que puede ser considerado como el nacimiento de la música espacial.

Por supuesto, los cuatro temas de Phaedra tienen títulos, pero no son importantes. Más que canciones, son vehículos. Vehículos para vagar por inmensos espacios, visitar un sistema solar tras otro, remontar una corriente de agua o dejarse arrastrar por ella. Escuchando este disco, el tiempo no existe; se detiene, transcurre a golpes, parpadea con un ritmo delirante. Escuchando esta obra, las percepciones y los sentidos se alteran, se retuercen y adquieren nuevas e insospechadas aristas.

Phaedra también es el álbum que afianzó la formación clásica de Tangerine Dream, integrada por Edgar Froese, Chris Franke y Peter Baumann. Esta misma formación es la que sostuvo el grupo hasta 1977, año en que Baumann les dejó para emprender su carrera en solitario. Además de Phaedra, este trío de músicos alemanes grabó otras obras de gran calado como Rubycon, Ricochet o Stratosfear. Pero ninguna de ellas o de las posteriores tuvo el impacto de Phaedra. Un trabajo visionario, valiente y arriesgado que fue muy bien recompensado por los oyentes de todo el mundo. Tangerine Dream consiguió elevar el uso de los recursos electrónicos a cotas insospechadas, y su decadencia creativa coincidió con la definitiva eclosión y masificación del fenómeno electrónico a comienzo de los años noventa.

Pero nos queda su música. Nos queda Phaedra y sus imágenes distorsionadas, futuristas, su caudal de inspiración y todas las puertas que el disco supo abrir en aquellos años. Prepárate a disfrutar de un viaje al infinito, a la última frontera cósmica de la mano de la música de Tangerine Dream. Los motores de la nave ya atruenan; la cuenta atrás ha comenzado. Tres… dos… uno… ignición.