No es usual que una banda debute con un disco grabado en directo. Pero es que MC5 nunca fueron un grupo usual, y Kick Out The Jams, por supuesto, tampoco es un álbum cualquiera. Rebobinemos. A finales de los años sesenta crecía en la ciudad de Detroit una escena musical exhuberante en la que primaba el gusto por un rock brutal, directo y recio. Entre sus principales exponentes se encontraban Iggy Pop y los Stooges, Ted Nugent, Mitch Ryder y, cómo no, MC5. La banda, surgida de una comuna libertaria liderada por su mánager y gurú, John Sinclair, planteaba una línea ideológica basada en la revuelta urbana, el uso indiscriminado de las drogas y la liberación sexual.
No obstante, no era su peculiar ideología lo que les hacía sobresalir de entre el marasmo de grupos surgidos en Detroit. Era su música, reflejo hiriente de un sonido salvaje y desgarrador, virulento y sucio, firmemente asentado en el ryhtym and blues más duro ribeteado de soflamas sociales y políticas. Una propuesta de difícil digestión para la sociedad civil estadounidense. Todo ello servido en crudo y sin aliñar, y sustentado sobre todo por la voz ronca y desgañitada de su cantante, Rob Tyner, y sus dos feroces guitarristas, Wayne Kramer y Fred Sonic Smith.
Con estos mimbres, MC5 se convirtieron con Kick Out The Jams en una de las mejores encarnaciones del rock de final de los años sesenta: duro, salvaje, radicalizado, y fiel reflejo de un ambiente social y político violento y crispado. Tan crispado que el disco fue vetado en multitud de centros comerciales por la inclusión de la palabra “motherfucker” en la introducción del disco. Fue el primer paso de una persecución que los MC5 vivieron en su propia piel y que cercenó radicalmente sus expectativas comerciales, aunque no evitó que se convirtieran en una banda de culto.
Pero todas estas consideraciones quedan en agua de borrajas cuando uno se enfrenta a la escucha de este álbum. Dos bombas termonucleares en forma de canción inician el apocalipsis: Ramblin’ Rose y la propia Kick Out The Jams, torpedos dirigidos a la línea de flotación de cualquier sistema reproductor de música, definitivamente impotente ante esta muestra de energía en estado puro. La fiesta eléctrica continúa con más andanadas del calibre de Rocket Reducer o Come Together, en la misma línea de tímpanos vapuleados y reducidos a espectadores del Armaggedon.
Aunque los MC5, además de ser consumados especialistas en el rock más extremo y visceral, también alardeaban de sus gustos cercanos al free jazz y la vanguardia experimental. La explosiva mezcla puede ser ampliamente degustada en temas como Borderline, I Want You Right Now o Starship, una indescriptible versión de un clásico del jazzmen Sun Ra, en la que la saturación eléctrica se da la mano con el caos hasta alcanzar un paroxismo ante el que el oyente sólo puede intentar sobrevivir. En resumen, una experiencia que aún hoy, transcurridos 40 años de la edición del álbum, resulta totalmente escalofriante.
Como era de esperar en función de su desmesura, el disco pasó sin pena ni gloria a nivel comercial. No obstante, su existencia no pasó desapercibida para ciertos sectores de la crítica, para sus fans irredentos de Detroit, y para algunos grupúsculos dispersos amantes del rock más radical. Kick Out The Jams se convirtió en un icono, en un disco que muy poca gente había oido pero del cual casi todo el mundo mencionaba su importancia. Paradojas del cielo del rock’n’roll.
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