Hay placeres ocultos y placeres públicos, confesables. Digo esto a raíz de la noticia (sorpresa) de la inesperada reunión del trío superviviente de la formación original de Roxy Music, la legendaria banda liderada por Bryan Ferry, y cuyo acto principal será el concierto que ofrecerán en Barcelona en el marco del festival Sónar el 19 de junio. Una noticia para celebrar, pues hace exactamente 28 años de la última actuación del grupo en tierras ibéricas. Y una noticia que, cómo no, me lleva (a mí, fan confeso e irreductible de la banda) a bucear en su fascinante pasado.
La aparición de Roxy Music en el panorama de la música rock de principio de los años setenta supuso una auténtica bocanada de aire fresco. En plena eclosión del glam-rock y del rock sinfónico, la banda liderada por Bryan Ferry debutó en 1972 con un primer álbum llamado simplemente Roxy Music. Sin embargo, su música no tenía (nunca lo tuvo) nada de simple, y mucho menos de vulgar. El cantante y compositor Bryan Ferry, el guitarrista Phil Manzanera, el saxofonista Andy McKay, el teclista Brian Eno y el batería Paul Thompson revolucionaron el rock de aquellos años. ¿Su secreto? Un profundo conocimiento del rock clásico de los años cincuenta, una inconfundible pátina de sofisticada banda europea, y un tratamiento innovador y futurista del sonido de los instrumentos.
El éxito del grupo fue fulgurante, y tras la buena acogida de su primer álbum y de singles como Virginia Plain o Pyjamarama, la banda se encierra en el estudio y a principios de 1973 publica su segundo álbum, For Your Pleasure, donde todas las premisas, todos los ingredientes contenidos en su primera obra, se vieron en este segundo disco corregidos y aumentados, gracias a una poderosa base rítmica y a los riffs de saxofón de Andy McKay, uno de los mejores saxofonistas de la historia del rock. Pero a esta base se añade la sofisticación, la elegancia, la imaginación, el gusto por los detalles y una ambientación cercana al lujo y la decadencia, todo ello proporcionado por las composiciones, las letras y la voz de Bryan Ferry. La guinda del apetitoso pastel la proporciona el sonido futurista, ciertas dosis de experimentación y una ambientación electrónica, fruto del genio del teclista Brian Eno, uno de los personajes que en el futuro resultará decisivo en la evolución del rock en los años setenta y ochenta. Desgraciadamente, la lucha de egos entre Ferry y Eno terminó con la marcha de este último, sustituido por Eddie Jobson a partir de su tercer álbum, Stranded.
Sus siguientes discos (el propio Stranded, Country Life, Siren) continuaron siendo, no obstante, espléndidos contenedores de grandes canciones. Temas briosos y pegadizos plagados de batallas sonoras entre los diferentes instrumentos solistas, composiciones elegantes y emotivas, canciones inclasificables de alto contenido emocional, y pequeños experimentos sonoros. Todo ello ejecutado por una banda que siempre funcionó como una maquinaria suiza, como un reloj atómico ajeno a los avatares externos. Pero en 1975, Ferry (que había emprendido una fructífera carrera en solitario), decide defenestrar a la banda. Temporalmente, claro, pues en 1978 Roxy Music resurgió de sus cenizas con una formación renovada y un sonido más lujoso y sofisticado que dio pie a otros tres grandes discos como Manifesto, Flesh And Blood y el aclamado Avalon, tras cuya publicación la banda se disolvió definitivamente y sólo ha vuelto a existir para algunas giras muy concretas en los años 2001, 2003 y 2005. Hasta ahora.
Sin embargo, su legado fue, y es, impresionante. Sobre todo sus dos primeros álbumes quedan, imborrables, como una de las cumbres imaginativas del rock de los años setenta, como obras que, si de mi dependiera, serían una asignatura obligatoria en una hipotética licenciatura en música popular; una herencia que el paso de los años ha convertido en un auténtico tesoro.
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