jueves, 25 de marzo de 2010

LOS INROCKUPTIBLES II: FUNERAL EN BERLÍN


Este es el disco de la soledad y la autodestrucción. Son palabras muy fuertes para un disco de rock, pero es que Berlin es mucho más que un simple disco de rock. No en vano es la obra cumbre de Lou Reed como artista en solitario tras su memorable e imprescindible liderazgo en la banda neoyorquina The Velvet Underground.

Tras su salida del mítico combo apadrinado por Andy Warhol, Lou Reed se fue una temporada a Inglaterra. Allí publicó un primer disco intrascendente y poco después editó Transformer, una de sus obras más conocidas por el gran público, un disco prácticamente hecho a medias con David Bowie, que lo produjo y colaboró añadiendo voces y diversos instrumentos. Transformer tuvo un éxito inesperado que ayudó a que RCA, el sello discográfico de Lou Reed, decidiera apoyar su siguiente álbum sin escatimar medio alguno, creyendo que apostaba sobre seguro, que el cantantor neoyorquino facturaría una segunda parte de Transformer a la que sacar todavía más rendimiento comercial. Pero RCA se equivocaba. Berlin es un disco desolado, poco comercial, una obra que retrata la caída en el abismo de la autodestrucción mutua de su pareja de protagonistas.

Protagonistas, sí, pues Berlin es un disco conceptual en el que sus personajes malviven, sufren y terminan por autoinmolarse, conscientes de que ni su relación ni sus vidas tienen futuro alguno.
Caroline es la protagonista femenina, una prostituta adicta a la heroína que tiene dos hijos de una relación anterior. Jim, el personaje masculino, es un buscavidas que ejerce de narrador de la tragedia que, tema a tema, canción a canción, se va desencadenando a su alrededor.

¿Por qué Berlín, la ciudad dividida por un muro? Berlín como sinónimo de incomprensión, de tensión, de vidas que no están ni juntas ni separadas, que discurren sin rumbo entre sobresaltos, entre una montaña rusa de emociones en colisión que Lou Reed retrata como nadie más puede hacerlo: como el narrador omnisciente de un drama que poco a poco, lentamente, se va acercando hacia su aciago aunque previsible final.

El inicio del álbum, con un estremecedor Berlin que da título al disco, anuncia ya lo que se avecina. Decadencia, recuerdos borrosos, tiempos pasados que siempre fueron mejores... Cada canción es un episodio de la caída de ambos personajes. La crueldad de ella en Caroline Says, el papanatismo de él en Oh Jim, la tremenda The Kids, en la que a ella se le retira la custodia de sus hijos, la trágica y definitiva The Bed, o el apoteósico final con Sad Song, en que Jim se parapeta en una desesperada misoginia con tal de sobrevivir a la pérdida, son algunos de los muchos momentos en que Lou Reed retrata como nadie los insondables abismos del alma humana.

Por otra parte, la producción del álbum, a cargo de Bob Ezrin, orquesta este viaje a los infiernos con una elegancia y una sofisticación extremas. El elenco de músicos es también de postín: Steve Hunter, Dick Wagner o Aynsley Dunbar aportan su grano de arena para redondear una obra única en la historia de la música rock. Tanto que cuando un músico o grupo aborda un trabajo de similares características, se dice que ha publicado “su” Berlin.

Aunque Berlin sólo hay uno. Rechazad imitaciones; éste es el auténtico, el original, el disco que como ningún otro demostró que el rock también es un género musical para adultos, y que acepta tratar cualquier tema, por muy arduo, escabroso o deprimente que resulte.
Los primeros versos del disco dicen así:

En Berlín, cerca del muro,
todo era muy agradable;
cariño, era el paraíso.

Adelante, si te atreves.

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