viernes, 21 de mayo de 2010

PLACERES DESCONOCIDOS


En la mañana del 18 de mayo de 1980 (hace ahora 30 años), Ian Curtis, cantante de Joy Division, pone el disco The Idiot, de Iggy Pop en reproductor de su casa. Luego escribe una breve nota a su esposa y acto seguido se ahorca en la cocina de su casa. Nadie pudo entender sus motivaciones, el por qué de ese triste final en los albores del estrellato de Joy Division. Lo que sí puede decirse es que Curtis lo dio todo por la banda. Incluida su propia vida. Joy Division aparecieron en un momento clave de la historia del rock. De ser visto como una moda pasajera en sus primeros años, y como una corriente artística después, con el advenimiento del punk había quedado claro que podía ser una cosa seria. Los mensajes apocalípticos del punk fueron interiorizados por Ian Curtis y los suyos, y convertidos en temibles mensajes de desesperanza, odio y confusión.

Nacidos en Manchester, Joy Division se inspiraron directamente en grupos como los Sex Pistols, aunque rápidamente se vio que su música superaba todo intento de etiquetado. Hiperbólica, implícita y de contornos distorsionados, era música casi sin pasado, con apenas referencias previas. Mezclando siempre realidad y ficción junto con visiones apocalípticas y una estética oscura, Joy Division no se parecían en nada a ninguna otra banda, ni del pasado ni de su presente. El álbum de debut del grupo fue Unknown Pleasures, publicado en 1979. Aunque accesible y lleno de canciones relativamente fáciles de recordar, supuraba urgencia, tristeza y oscuridad por los cuatro costados. Unknown Pleasures no contenía ni un átomo de inocencia juvenil, ni de canto a la diversión. Ignoraba los sentimientos positivos para centrarse en la desesperación, la monotonía, el horror de unas vidas vacías y carentes de esperanzas. Con este disco, el rock llegó a su definitiva e hiriente mayoría de edad.

La imagen de la portada de Unknown Pleasures mostraba la transcripción de la señal de una estrella agonizante. En el interior de la carpeta, una producción cruda y cortante enmarca ritmos monolíticos, guitarras abrasivas y lamentos dolidos. El frenesí, la alucinación, el caos y la angustia vital brotan de cada surco de un álbum que estilísticamente fundía rock y punk, pero que en realidad inventaba un nuevo género: el rock enfermizo, obsesivo, tenso y melancólico. Un sonido insólito y abrumador. El sonido del horror absoluto. Ese horror, no obstante, no abrasa inmediatamente. Crece lentamente a lo largo del disco, que comienza inquietante y misterioso con el tema Disorder, pero que muy pronto adquiere una consistencia enfermiza y frenética de la mano de canciones como Day Of The Lords, Shadowlands o Interzone, pasando por la siniestra e incómoda I Remember Nothing y esa maravilla trágica que es She’s Lost Control. Desde su debut, desde su primer artefacto discográfico, Joy Division ya proclamaban a las claras su singularidad absoluta.

Una singularidad que en buena parte recae en las atmósferas recreadas en el disco. Ruidos de pistolas, cristales rotos, zumbidos, chirridos, ambientes opresivos, urgencia… Urbanos e industriales, Joy Division recrean en Unknown Pleasures toda la paranoia mental (Ian Curtis era epiléptico y maníaco depresivo) de que eran capaces. Sin un segundo de tregua. Sin segundas oportunidades. Un golpe bajo y seco en forma de disco que claramente marcó un antes y un después en la historia de la música rock.

Una historia que ya hemos avanzado al principio. Tras un segundo álbum llamado Closer, Curtis puso fin a su vida, y por extensión, a Joy Division. Los supervivientes se reagruparon bajo el nombre de New Order, y el legado musical de Unknown Pleasures se ramificó en multitud de direcciones durante las dos décadas siguientes. Pero siempre nos quedará en el recuerdo esta epopeya de oscuridad y desesperación. Lo fundamental, no obstante, sigue siendo su música. Alucinada, transgresora. En definitiva, magnífica.

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