lunes, 25 de enero de 2010

BIENVENIDOS AL SHOW QUE NUNCA TERMINA


“Bienvenidos, amigos míos, al show que nunca termina”. Esta era la frase que el speaker del local pronunciaba antes de los conciertos de Emerson, Lake and Palmer en los años setenta. Y no lo hacía en vano. Los conciertos del trío, al igual que su música, eran aparatosos, espectaculares, pomposos, monumentales y apocalípticos. Eran la quintaesencia del género que fue bautizado como rock sinfónico, del cual fueron precursores y probablemente sus representantes más emblemáticos. O, al menos, los que primero obtuvieron el certificado del éxito.

Los tres componentes del grupo eran instrumentistas curtidos previamente en mil batallas y con una amplia experiencia a sus espaldas. El teclista Keith Emerson ya había conocido el éxito gracias a su militancia en The Nice, mientras que el bajista y cantante Greg Lake había participado en el primer álbum de King Crimson. Por su parte, el batería Carl Palmer procedía de la banda Atomic Rooster. Los tres debutan en 1970 en el Festival de la isla de Wight, y rápidamente se convierten en la punta de lanza del rock progresivo con su espectacular fusión de rock, jazz, experimentación y estructuras sinfónicas, todo ello puesto al servicio de su indudable virtuosismo instrumental.

Apenas unos pocos meses después de su debut en los escenarios, Emerson, Lake & Palmer publican su homónimo primer álbum. Hasta ese momento, finales del año 1970, el incipiente rock progresivo se ha alimentado de las obras de los propios The Nice y King Crimson, y de los discos de bandas como Moody Blues o Procol Harum. Pero con el debut de Emeron, Lake & Palmer adquirirá definitivamente su mayoría de edad. Los mimbres con que el trío fabrica su música son una miscelánea en la que están presentes el hard rock, el folk épico, los desarrollos instrumentales del jazz más experimental y estructuras provenientes de la música clásica. Esta amalgama de sonidos es la que está presente en la pieza que abre el disco, The Barbarian, una mixtura briosa y enérgica en la que los teclados de Emerson y la batería de Palmer realizan auténticas diabluras. Una estructura similar, basada en verdaderas batallas sonoras entre la veloz digitación de Emerson y el constante baquetear de Carl Palmer, presentan otros dos temas del disco como Knife Edge o Tank.

No obstante, el álbum también contiene piezas más tranquilas, más escoradas hacia el folk acústico, aunque revestido de tintes épicos. Temas como Take A Pebble y, sobre todo, Lucky Man, son buena muestra de la capacidad compositiva de Greg Lake. Pero es sin duda The Three Fates la composición clave del disco. Se trata de un tema dividido en tres partes diferenciadas y que aborda con acierto la fusión entre el rock y la música de cámara, a pesar de que en ciertos pasajes el despliegue de virtuosismo por parte de los teclados de Keith Emerson pueda resultar farragoso para los no iniciados.

Brillante, explosivo, innovador y ciertamente pomposo en su grandilocuencia, el primer álbum de Emerson, Lake & Palmer otorga mayoría de edad al rock progresivo, emancipado desde entonces bajo el horroroso nombre de “rock sinfónico”. La banda, a pesar de que luego fue ampliamente denostada por sus despliegues de onanismo instrumental, debutó con un derroche de energía inteligentemente canalizada. Se trata, pues, de una obra dotada del espíritu de lo pionero, de lo novedoso, de la transgresión de formas y sonidos que hasta ese entonces se encontraban, simplemente, pendientes de exploración.

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