1979 fue un gran año para la música pop. Las transiciones entre décadas suelen períodos fructíferos en este sentido, y la producción discográfica de hace treinta años se atuvo a esta regla no escrita. Y uno de esos discos que ayudaron a que aquel año merezca ser especialmente recordado es Quiet Life, el tercer álbum de los británicos Japan, una de las bandas emblemáticas del post punk y la new wawe de finales de los años setenta.
La historia de Japan es una más entre los cientos de historias de grupos que, no se sabe muy bien porqué, nunca tuvieron el éxito o el reconocimiento que merecían. Relativamente conocidos en su día, nadie sabía muy bien bajo qué etiqueta catalogarlos. Singulares, dueños de un universo musical propio con claves muy personales, Japan siempre vivieron al margen de modas y corrientes musicales, empeñados siempre en proteger su individualidad. Formados en la segunda mitad de los años setenta, Japan irrumpe en el mercado discográfico mediante discos como Adolescent Sex y Obscure Alternatives, trabajos sugerentes y musculosos teñidos de referencias al glam rock, tanto en lo musical como en su imagen, lo que en la Gran Bretaña inmersa en la revolución del punk rock les hizo pasar bastante desapercibidos. Tuvieron que esperar a 1979 para que su música se transformara y el público comenzara a prestarles cierta atención.
Lo consiguieron con Quiet Life, su tercer álbum. Un trabajo que suponía un importante giro estilístico en su música, a partir de este momento dominada por la presencia y el peso de los teclados, que junto a la voz profunda y bien matizada de David Sylvian y el saxofón de Mick Karn, se convierten en las señas identificativas por antonomasia del grupo. Quiet Life consigue fusionar dos elementos esenciales que con el tiempo constituirán la fórmula mágica para que cualquier banda de los años ochenta pueda triunfar. Por un lado, el uso masivo aunque inteligente de los nuevos instrumentos electrónicos, junto a la utilización de aspectos y ropajes sofisticados y elegantes, cuando no directamente ambiguos. Japan supieron adelantarse, por tanto, al advenimiento del tecno pop y a la efímera gloria cosechada por los grupos del movimiento denominados Nuevos Románticos.
Musicalmente, Quiet Life es un disco reposado y aparentemente tranquilo que no obstante contiene innumerables matices y detalles. Los climas envolventes predominan en el álbum, aunque sin desentenderse de la parte rítmica. Los arabescos del bajo, el colchón de sonido proporcionado por los teclados, los detalles aportados por saxo y guitarra, y la inconfundible y abisal voz de David Sylvian otorgan a esta obra un atractivo, una magia, que no sucumbe con el paso de los años. Quiet Life es como el disco grabado por unos alienígenas pálidos y distantes en apariencia, pero cuyas notas y acordes rebosan sensualidad, misterio y amaneramiento. De repente, su música deja de lado las referencias al pasado y apuesta claramente por el futuro de la mano de temas rotundos y redondos como el propio Quiet Life, Fall In Love With Me o In Vogue, composiciones de ritmo poderoso y barniz tecnológico que no obstante nunca pierden de vista su origen humano.
Pero el disco es, además, sumamente versátil. Despair, por ejemplo, es un espléndido homenaje al músico minimalista contemporáneo Eric Satie, mientras que All Tomorrow’s Parties es una encomiable y acertada versión del clásico de Lou Reed y la Velvet Underground. Aunque quizá el momento más álgido del disco sea la canción que lo cierra: The Other Side Of Life, una composición serpentina, melodramática, épica incluso. Un resumen de la sensibilidad, la maestría y la capacidad de sugestión que su música era capaz de provocar.
Tras Quiet Life, Japan todavía publicó un par de discos (Talking Drum, Gentlemen Take Polaroids) antes de desaparecer para que sus miembros comenzaran una lenta diáspora. Ignorados, mal encasillados e incomprendidos, se disolvieron no sin antes abrir muchas puertas que más tarde otras bandas atravesaron con éxito. No es nada nuevo en el mundo del rock. Pasó, pasa y seguirá pasando. Sin embargo, por fortuna nos sigue quedando la música. En este caso, la de Quiet Life, una música sinuosa, que se pega a la piel y a los sentidos. Una música propia, independiente, orgullosa en su singularidad.
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