Rainbow Theatre, Londres. Diciembre de 1972. La banda progresiva Yes está a punto de cerrar el maratoniano tour mediante el cual han recorrido los cinco continentes presentando su último álbum hasta la fecha, Close To The Edge. Se trata de una gira en la que el grupo ha presentado a su nuevo batería, Alan White, y que pretenden cerrar a lo grande con este concierto que va a ser filmado para su posterior comercialización en cine.
Cuando Yes afronta la larga y agónica gira por todo el mundo, la banda está en la cumbre de su creatividad. Desde la entrada del teclista Rick Wakeman, el prestigio y las ventas del grupo se han incrementado exponencialmente. Al poco de editarse Close To The Edge, crítica y fans coinciden en que Yes han desbancado de la primera posición del podio del rock progresivo a otros mastodontes como Genesis o Emerson, Lake & Palmer. Sus largos y complicados temas, que combinan a la perfección la fuerza del rock, el lirismo acústico y la solemnidad de la música contemporánea, tienen fascinados a medio planeta, que los aclama unánimemente como el mejor grupo de aquellos años.
La música épica, grandilocuente y compleja de Yes se beneficia de la tecnología de los estudios de grabación, en donde el grupo se encuentra como pez en el agua y puede hacer fermentar y crecer unas composiciones cuya estructura y ejecución requieren un virtuosismo que muchas veces parece difícil de reproducir sobre un escenario. El tour de presentación de Close To The Edge se ha erigido en una inmejorable ocasión de comprobar si las prestaciones que exigen sus temas pueden ser implementadas ante el público. El resultado no sólo es óptimo, si no simplemente, espectacular.
Arropados por un juego de luces heredero de la psicodelia, y con una interpretación de sus temas sencillamente magistral, Yes obtienen un sobresaliente en la puesta de largo de su último y ambicioso álbum. Hasta el punto de que en ocasiones cuesta determinar si están tocando en directo o si la versión de tal o cual canción es la misma que en el disco de estudio. Reproducen nota por nota composiciones de quince o veinte minutos de duración sin el más mínimo titubeo, sin fallo alguno, demostrando que su calidad como instrumentistas está totalmente fuera de duda.
La voz angelical y lírica de Jon Andersson, el eclecticismo de Steve Howe en las guitarras, la espectacular aportación de Rick Wakeman en los teclados, y la fuerza y ductilidad de la sección rítmica formada por Alan White y el bajista Chris Squire vencen y convencen. Son cinco virtuosos dominando a placer sus instrumentos y disfrutando de ello. Y haciendo disfrutar, además, a los miles de asistentes a sus conciertos, asistentes que, como los de esa noche en el Rainbow Theatre, van a pasar una velada inolvidable.
Ritmos cambiantes, solos delirantes, pasajes sonoros torrenciales o remansos de lírica plasticidad se turnan sin solución de continuidad en unas composiciones que en directo ganan en humanidad y cercanía sin perder un ápice de su complejidad. Todo ello ejecutado por una banda única e inimitable ante cuya demostración de poderío uno tan sólo puede decir: “Maldita sea, qué buenos que son”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario