Toda persona que el 23 de febrero de 1981 tuviera más de catorce o quince años ha debido contestar en múltiples ocasiones a la siguiente pregunta: Y tú, ¿dónde estabas el 23-F? Pues bien, en el momento en que los golpistas liderados por el teniente coronel Antonio Tejero hacían acto de presencia en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, un servidor se encontraba comprando discos en compañía de un amigo. Aunque no puedo recordar exactamente cuáles fueron mis adquisiciones de aquel día, sí que con el paso de los años he podido constatar que la música ha estado ligada tanto a mi devenir vital como a los acontecimientos, tanto nacionales como internacionales, que se han producido durante mi vida adulta. Y creo que no es un fenómeno especialmente infrecuente. Son muchas las personas que automáticamente asocian una melodía o una canción determinada a determinados pasajes de su biografía o a los hechos, importantes o no, que se producen a su alrededor.
Ya hace unos pocos años que el recuerdo tanto del fallido golpe de estado se asocia al incipiente protagonismo adquirido en aquellos días por el pop y el rock español, magnificado e idealizado en ese dispar aluvión de grupos y estilos posteriormente sacro santificado con el apelativo genérico de “la movida”. ¿Os suena? Pues claro que sí. Ahora bien, en estos tiempos en que todo son fastos y oropeles para ensalzar aquellos años de supuesta efervescencia creativa y libertaria, muchas son las preguntas y las respuestas que se suceden alrededor de la manoseada movida, madrileña o no. Y son también muchos los mitos a derribar, pese al interés que iconos musicales y artísticos, gestores culturales y, sobre todo, sellos discográficos, muestran de manera tan altruista para homenajear aquellos años y aquellos lodos.
En primer lugar, se impone destruir el tópico según el cual la movida fue como una seta que emergió de la nada y que aunó esfuerzos y voluntades artísticas para constituirse en el fenómeno musical más importante de nuestra historia moderna. Mucho antes de la irrupción de los primeros grupos a los que posteriormente se adscribió, no se sabe muy bien cómo, a la movida, el pop y el rock español ya había vivido buenos aunque puntuales momentos gloriosos desde la ya lejana aparición de Los Brincos allá por 1965. Desde el rock urbano madrileño comandado por Burning o Leño, a la música progresiva catalana de grupos como Máquina! o Música Dispersa (del que emergería posteriormente Sisa), hasta el rock con raíces andaluzas de Smash, el pop español, aunque inquietantemente carente de medios y apoyo de la industria, se encontraba lejos de ser un territorio virgen que aguardaba con anhelo indisimulado la aparición de la movida.
Todos esos grupos y muchos más (Veneno, Ramoncín y WC, Paracelso, Ñu, Pau Riba, Miguel Ríos, Coz, Gualberto, Moris, y un larguísimo etcétera) se las vieron y se las tuvieron con los censores, la falta absoluta de una mínima infraestructura digna de ese nombre, el desdén de la intelligentsia rendida a los cantautores como Serrat, Llach o Raimon, y una época (la famosa transición) llena de dudas e incertidumbre y de ausencia de certezas. Y aún así, lograron escribir algunas de las mejores páginas de la música popular española del siglo XX, en ocasiones bastantes años antes de que Olvido Gara (sí, Alaska) tuviera su primera menstruación.
Mientras a nivel político se negociaba la Constitución española y los estatutos de autonomía de Catalunya, País Vasco y Galicia, se firmaban los Pactos de La Moncloa, y la UCD de Adolfo Suárez se convertía poco a poco en una torre de Babel política marcada por el canibalismo y la lucha soterrada de facciones encontradas, el rock español recuperaba el tiempo perdido y alcanzaba lentamente la normalidad. Impulsada por los vientos que llegaban sobre todo de Gran Bretaña, la escena musical española absorbía tendencias como el punk y la new wawe. En 1977 se formó el crisol del cual nació casi todo el rock español de los siguientes años: Kaka de Luxe, más que una banda de rock, un colectivo de inadaptados y contestatarios cuya pericia musical podría resumirse en la ya tradicional expresión “cero patatero”. No obstante, su descaro (“morro”, dirían algunos) y su total ausencia de complejos, más una dispersa y breve colección de temas burbujeantes e irreverentes, les convirtieron en leyenda. Su formación incluía (atención) a prácticamente todos los nombres importantes de grupos que años después serían los supuestos líderes de la movida; a saber: Alaska, sus luego inseparables Nacho Canut y Carlos Berlanga, Enrique Sierra (más tarde guitarrista de Radio Futura), y Fernando Márquez El Zurdo, posterior líder de Paraíso y La Mode, y probablemente el que más talento tenía de todos ellos. Kaka de Luxe no pasó en realidad de ser un fenómeno pintoresco y poco más. No obstante, su breve existencia (resumida en el álbum Las canciones prohibidas, editado póstumamente en 1983) posibilitó la ruptura con algunos de los clichés del rock setentero y abrió los ojos a la industria musical, que rápidamente se aplicó en la búsqueda de nuevas bandas, la mayoría de ellas creativamente teledirigidas, con las cuales pergeñar una nueva escena musical. En esas mismas fechas (el período 1978-80) nacía la primera hornada de grupos post-Kaka de Luxe: Nacha Pop, Sissí, Greta, Paraíso, Ejecutivos Agresivos, y dos de las bandas más emblemáticas del período y, por supuesto, del futuro devenir del rock español: Radio Futura y Alaska y los Pegamoides. Excepto estos dos últimos y Nacha Pop (el trío de “galácticos” del pop español de los ochenta), el resto de grupos tuvieron una vida efímera, y cuando el cambio de década se hizo realidad, la mayoría ya habían dejado de existir.
En estas llegamos a 1981. La crisis económica y los índices de desempleo en España son galopantes. El tira y afloja continuo entre gobierno y oposición, normal en cualquier país democrático, es visto por algunos sectores nostálgicos del antiguo régimen como un peligro para España. Los atentados terroristas de ETA, cuya diana muy a menudo son miembros del Ejército o de las fuerzas de seguridad, menudean convirtiéndose en un macabro y trágico goteo de víctimas. La rumorología sociopolítica está presa del síndrome del ruido de sables, de intentos más o menos serios de golpe de estado y del peligro de involucionismo político. La historia paralela también dice que, mientras ocurría todo lo anterior, la contracultura y la escena musical vivían una efervescencia creciente. En Madrid nacía la sala Rock Ola, centro de operaciones de muchos de los grupos contemporáneos, aunque por contra TVE dejaba de emitir el espacio Popgrama, único altavoz de la televisión pública para la música rock y sus derivados. Por su parte, Pedro Almodóvar ya había debutado en 1980 con la ínclita Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (con un papel destacado para la ubicua Alaska), película que más tarde sería aclamada como el primer (¿y único?) film ambientado en la movida.
También se asistió a la eclosión de una nueva hornada de bandas como Los Secretos, Mecano, La Mode, Barón Rojo, Zombies (comandados por el gran Bernardo Bonezzi) o Vulpess, que provocaron un suculento escándalo con esa oda a la sutilidad que fue Me gusta ser una zorra. Por su parte, Gabinete Caligari, Glutamato Ye Ye, Los Nikis o Derribos Arias realizaban sus primeras actuaciones en directo. Y todo ello mientras visitaban nuestro país (en vías de normalización en este aspecto) estrellas del rock internacional como Bruce Springsteen, The Clash, Iggy Pop o Mötorhead. En cuanto a las listas de éxitos, estas se encontraban dominadas por The Police (Every Breath You Take), Queen (Radio Gaga), The Rolling Stones (Start Me Up) o John Lennon (Woman). Por lo que al cine respecta, películas como En busca del arca perdida, Excalibur o Carros de fuego eran las triunfadoras en las taquillas.
El 23 de febrero de 1981 el Parlamento español estaba convocado para una sesión extraordinaria con un único punto en el orden del día: la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como nuevo presidente del gobierno. Durante la tarde, mientras hablaba el presidente del Congreso, Landelino Lavilla, el teniente coronel Antonio Tejero, acompañado de 200 guardias civiles, entraba en el hemiciclo y pronunciaba una de las frases que pasará a la historia por su hondo calado político e intelectual: “Quieto todo el mundo”. ¿Y cómo reaccionaron los líderes culturales y artísticos del país? ¿Montaron barricadas a las puertas del Parlamento? ¿Se manifestaron públicamente a favor de la democracia y contra el intervencionismo militar? Pues no precisamente. Según contó en su día la propia Alaska al periodista Rafa Cervera (autor del libro Alaska y otras historias de la Movida, de la editorial Plaza y Janés), lo que hicieron los Pegamoides fue hacer planes para coger el primer avión que les llevase a Londres. Y eso que incluso Pedro Almodóvar, autor del prólogo del mismo libro, afirma que «muchos de los que vivieron aquellos años de extrema libertad lo pagaron con su vida»; sería por conducir bebidos o bajo los efectos de otras sustancias, porque respecto al compromiso político y social más vale correr un tupido velo.
Afortunadamente, el golpe de estado no prosperó y a la mañana siguiente Tejero se rendía y abandonaba el Congreso de los diputados con el rabo entre las piernas, y año y medio después el país viviría la aplastante victoria electoral del PSOE en 1982. La "movida" fue oficializada y comenzó su época dorada, cuyo legado está siendo ponderado durante estos últimos años. Ese legado puede resumirse en algunas líneas. Dejando de lado la obra cinematográfica de Almodóvar, incontestable en cuanto a calidad y reconocimiento internacional y que ha superado barreras geográficas y temporales a base de talento y frescura, musicalmente la movida ha dejado un buen puñado de discos para el recuerdo y mucha paja que no aguanta el más mínimo análisis crítico. En realidad, los Pegamoides grabaron un único aunque irregular disco (Grandes éxitos) antes de separarse en dos grupos: Parálisis Permanente y Alaska y Dinarama, cuyo álbum Deseo carnal (1984) sí puede ser considerado como uno de los mejores trabajos del pop español de todos los tiempos. Por su parte, Radio Futura construyó una de las carreras más sólidas del rock español gracias a discos como La ley del desierto, la ley del mar o La canción de Juan Perro.
¿El resto? Mecano se convirtió en una máquina de hacer dinero, Fernando Márquez jamás tuvo el éxito que merecía, Gabinete Caligari se escoraron hacia el (ejem) “rock cañí”, y el resto mantuvieron trayectorias erráticas, cuando no disfuncionales, apenas sostenidas por unos cuantos singles de mérito y poco más. En cuanto al 23-F, todo el mundo se hizo el sordo y pasó de puntillas sobre el tema, con la inverosímil excepción de Juan Palacios, cuyo tema Tanguillo del golpe (1981), de impagable portada y letra dadaísta (“Tejero, como ya dije, sin moverse de su sitio, se puso a pegarle tiros al techo del hemiciclo”), fue la única excepción al olvido generalizado del día más negro de la democracia española.
Y poco más. Ante las interesadas crónicas descontextualizadas que retratan aquellos años como un perpetuo jauja y una explosión de creatividad desmesurada, hoy en día la movida es un interesado revival económico cuya máxima aportación al metalenguaje de la postmodernidad es la palabra “petarda”. Es posible que fuesen tiempos divertidos, y que se aprovecharan para recuperar la libertad y el disfrute sin más que los años negros del franquismo hurtaron a la sociedad española. Y por supuesto la movida resulta francamente refrescante si se tiene en cuenta que durante los años noventa y hasta hoy, los poderes públicos (sobre todo en Madrid) pusieron el acento en la represión, las leyes antibotellón y la recuperación de la zarzuela como propuesta de ocio alternativo.
Es triste reconocerlo, pero ante el actual babeo generalizado de todo cuanto huele a movida, y al burdo intento de ganar hoy el dinero que no se consiguió amasar ayer, no queda más remedio que acudir al sabio refranero español: “otros vendrán que bueno me harán”. Porque si hemos de confiar en la creatividad de Fran Perea, Bebe y demás líderes de la estulticia musical y lo políticamente correcto, casi que imitemos a los Pegamoides del 23-F y cojamos todos un avión a Londres, ahora que son tan baratitos.