Royal Albert Hall, Londres. Dos de abril de 1975. Cualquier seguidor de la banda alemana Tangerine Dream sabe que sus conciertos son cualquier cosa salvo previsibles. Cerca del 100 % del material que interpretan en directo suele ser pura improvisación. No existen dos conciertos iguales de Tangerine Dream, todos son únicos. Y éste, el que se preparan a ofrecer en el histórico teatro londinense, va a ser uno de los más únicos. Uno de los mejores.
Realmente, la actuación de este dos de abril del año 75 es algo más. Mucho más. Una gema largo tiempo olvidada que sufrió el mal del olvido durante muchos años a excepción de copias piratas y grabaciones mutiladas. Hasta que hace unos pocos años se publicó dentro de una caja que recogía diversas actuaciones de los alemanes durante los años setenta. Con un sonido impecable, con todo el concierto completo y restaurado. Con toda la magia que esa noche Tangerine Dream conjuró para su público.
Tangerine Dream, junto a los también alemanes Kraftwerk, fueron los más destacados adalides de la música electrónica durante la década de los setenta. No sólo se adelantaron décadas a su tiempo, sino que también obtuvieron un importante éxito comercial y definieron toda una manera de entender el sonido electrónico mucho antes incluso de que la informática y la digitalización se convirtieran en herramientas cotidianas. Fueron pioneros de lo que hoy es común y usual. Pero basta con recordar que este concierto fue hecho nada menos que en 1975 para que nos demos cuenta de la grandeza y el riesgo que esa manera de entender la música entrañaba.
Las raíces musicales de Tangerine Dream se situaban en la era psicodélica, aunque ellos rehusaron utilizar guitarras y baterías para enfrascarse en el uso de sintetizadores y melotrones. Era un camino arriesgado, una aventura en toda regla. Priorizaban la textura sobre la melodía, el ambiente sobre la ejecución, la secuencia sobre el ritmo. Y además lo hacían de manera intuitiva, improvisando, sobre todo encima de un escenario. Algo a lo que casi nadie se ha atrevido jamás.
Tan bella que a veces duele, sin las limitaciones de tiempo y espacio de un disco o un CD, la música de esta actuación es libre, autónoma. Tiene alma propia y crece y muta conforme el concierto avanza. No contiene canciones, si no temas o partes. No hacen falta, pues uno navega y se pierde entre acordes, secuencias y atmósferas. Capa tras capa, textura tras textura, la música de Tangerine Dream sobrevuela el recinto y viaja a través del espacio hasta transportarnos a otro sitio, otro lugar donde lo conocido no existe y lo inexplorado es un territorio que se pisa día a día.
Edgar Froese, Chistopher Franke y Peter Baumann expandieron las fronteras de la música, alteraron los esquemas típicos de lo que es un concierto, y realizaron múltiples descubrimientos sonoros. Lo esencial en su música era el sonido, y lo malearon, lo subvirtieron y lo elevaron a un estado de materia viva que podía mutar a cada instante sin adquirir nunca el triste estatus de lo previsible. Mientras el oyente es transportado a través de un viaje interestelar e intemporal, el misterio y la magia de Tangerine Dream descartan la melancolía y apuestan por el sortilegio envolvente. Déjate llevar por él, pero acuérdate de regresar del viaje cuando termine. Podrías decidir que no te apetece retornar del país de maravillas tejido por la música de estos alemanes. Y, sobre todo, disfruta.
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