“El trueno distante retumba, hambriento como la Bestia.
La lluvia negra se desploma, cayendo. Agua por todas partes.
Ningún pájaro puede volar, ningún pez puede nadar
Hasta que el Rey haya nacido"
La lluvia negra se desploma, cayendo. Agua por todas partes.
Ningún pájaro puede volar, ningún pez puede nadar
Hasta que el Rey haya nacido"
Nick Cave es australiano, aunque su vida ha transcurrido a caballo entre Melbourne, Londres, Berlín y Sao Paulo. Sin embargo, la mayoría de su ya abundante producción discográfica parece haber sido escrita y grabada en la América profunda, en el viejo sur donde surgió el rock’n’roll y tomó forma, cuerpo y sangre.Las estrofas iniciales, extraídas del tema que abre el segundo disco de Cave (The Firstborn Is Dead), Tupelo, son un verdadero homenaje al nacimiento del rock. Tupelo es la ciudad donde nació John Lee Hooker, padre de la tradición del blues recitado. Y también es el lugar donde vino al mundo Elvis Presley, uno de los pocos héroes que confiesa tener Cave. La canción recrea una leyenda basada en el nacimiento del rey del rock, incardinando este hecho con la mitología del antiguo testamento.
Y esa es una de las grande habilidades de Nick Cave. En apenas unas líneas consigue conjurar imágenes y demonios que cabalgan en noches oscuras cruzadas por vientos helados, iconos proféticos teñidos de sangre, maldiciones atravesadas por esperanzas y promesas de redención. En este puñado de palabras, el nacimiento de un género musical deviene augurio milenario, largamente esperado por generaciones enteras de hombres y mujeres que por fin pudieron contemplar el advenimiento y concreción del remoto sortilegio. Es también una promesa de nuevas revelaciones, un código para interpretar mensajes cifrados, una clave para comprender viejas leyendas.
Escuchando las epifanías de Cave en forma de canciones, un nudo apresa la garganta e impide tragar la saliva que se acumula en la boca. Los latidos del corazón se aceleran. Órganos y glándulas de nombres desconocidos envían estímulos, señales, hormonas, impulsos, hasta el resto del sistema nervioso. Su música es un torrente de pálpitos y éxtasis. Escuchándola, se tiene la misma sensación que la de nadar en una espesa sopa de sentimientos que te atrapan con férreas garras y te sumergen en una agitación de sentidos sin cicatrizar cuya completa cauteración no resulta posible. Cave ama el lado oscuro e inhumano de la belleza. Vive entre tétricas fábulas y contradicciones desoladas.
¿Jamás te han abrumado tus propias contradicciones? ¿No has tenido nunca tentaciones de dejar de fingir por un momento y exponer tus interioridades, tu verdadero y único yo, de rendirte a las emociones reprimidas y exponerlas públicamente hasta que te has dado cuenta de que tal acto no podría más que herirte y llagar un poco más tu alma? Si alguna vez has sentido todo esto y sigues atrapado en la red de emociones encontradas que tú mismo has tejido, la música de Nick Cave puede convertirse en tu banda sonora favorita para esos momentos en que te miras al espejo y tan sólo recibes un reflejo deformado y negativo de tu yo interior, de la personalidad que, aunque real, pretendes ocultar a aquellos que te rodean.
El punto del que parten sus canciones es muy claro: la imaginería y las leyendas tomadas de la Biblia, los mitos populares y las referencias literarias. Por lo que a lo musical se refiere, su grupo de acompañamiento, The Bad Seeds, deconstruye el rock y el blues de los años ochenta hasta reducirlo a sus cimientos para, a partir de ahí, pergeñar pequeñas epopeyas repletas de dramas rurales, personajes de moral ambigua y rendidos homenajes a los héroes de la cultura popular. Su carrera musical es uno de los mejores esfuerzos de recuperación del glorioso pasado del rock efectuados jamás. Tenso, dramático, apocalíptico en ocasiones, su arte es un auténtico manifiesto de amor por el rock, un homenaje que viaja treinta, cuarenta años hacia atrás en el tiempo pero de una frescura simplemente desbordante.
Esa inmersión en la tradición es perfectamente tangible en temas dramáticos como The Mercy Seat, Henry's Dream, From Here To Eternity, Stranger Than Kindness o la propia Tupelo, y también en baladas desgarradas y desesperadas que siempre han caracterizado la obra del australiano, lamentos oscuros y retorcidos que relatan tristes historias de final infeliz (o no tanto) como Into My Arms, Where The Wild Roses Grow, (Are You) The One That I've Been Waiting For?, o la sencillamente excelsa Straight To You. Liturgia, tragedia, arrepentimiento, romanticismo... todo eso y más, mucho más, podrás encontrar en su obra. Una obra ya larga y abundante en cuyos meandros y marjales podrás perderte durante mucho, mucho tiempo. Y no desearás volver.
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