Más aniversarios y efemérides. En 2009 se cumplen veinte años de la publicación de muchos discos que en mi opinión son... bueno, absolutamente recomendables. Uno de ellos es Disintegration, de The Cure, un álbum que marca un antes y un después en trayectoria de la criatura ideada por Robert Smith en 1979 y que creo merecedor de estar entre una hipotética lista con los mejores discos de los años ochenta.
Mucho se ha hablado de la larga trayectoria de The Cure. De sus titubeantes inicios a caballo entre el punk y el pop, de su célebre trilogía siniestra, de su éxito de ventas con discos como The Head On The Door o Wish... Pero para gran parte de sus seguidores (entre los cuales me cuento) y de la crítica musical de todo el planeta, su mejor trabajo es Disintegration, una obra que alcanzó un perfecto equilibrio entre sus raíces más oscuras y su vocación de acceder a un público mayoritario. Formados en las postrimerías del punk rock, The Cure nacen como un trío experto en producir grandes singles como Killing An Arab o Boys Don’t Cry, hasta que a principios de los años ochenta inventan el llamado rock siniestro. Discos como Seventeen Seconds, Faith o Pornography se abaten sobre el mercado como un tenue manto de neblina que desenfoca sus siluetas pero que les hace obtener una legión de seguidores fieles repartidos por todo el mundo.
Posteriormente, atraviesan una etapa caracterizada por el eclecticismo prospectivo. Juguetean con los sintetizadores, experimentan con el pop más naif, y posteriormente se hacen un hueco entre las bandas de estadio más importantes de los años ochenta gracias a discos como The Head On The Door o Kiss me, kiss me, kiss me. Todavía creativos y tocados por el hado de una sana comercialidad, no obstante la crítica los da por irremisiblemente perdidos en el terreno de la creatividad más pura.
En esta tesitura se encuentra la banda cuando en 1989 Robert Smith, único y carismático líder de The Cure, oráculo de indudable inteligencia y antaño Señor de la Oscuridad, decide dar una vuelta de tuerca a su estilo y certificar su obra más definida y ambiciosa. Preso de un ataque de nostalgia, Smith se encierra durante meses para componer los temas de su siguiente álbum. Son historias de cierto tinte autobiográfico, repletas de amores imposibles, ilusiones desvanecidas y sueños robados a la cruel madrugada. El resultado es Disintegration, un disco imprescindible para cualquier persona que se emocione con sentimientos convertidos en música. Robert Smith se vacía en este trabajo, dejando su alma a jirones en una grabación llena de melodías inolvidables, a caballo entre la tensión y la ternura, entre la belleza y el surrealismo. Todo el disco está lleno de melodías densas, de imágenes vívidas y escalofriantes, de susurros y gritos, de nostalgia bien entendida. Tal es el esfuerzo realizado por Smith que incluso llegará a declarar que tras este disco el grupo estaba presto a vivir su definitiva defunción (un viejo truco de marketing, por otra parte).
Hasta cuatro singles fueron extraídos en su momento de esta obra maestra, apoyados por videoclips que narraban a la perfección las extrañas aventuras de los protagonistas de las canciones. Algunas de ellas, como Love Song o Fascination Street, reflejan el binomio entre tensión y dulzura del que todo el disco es un ejemplo rotundo. Otras, como Lullaby o esa maravilla llamada Pictures Of You, son auténticas obras de orfebrería musical, hipnóticos himnos de desamor y melancolía, un compendio de luces y sombras sonoras ante las que el oyente no tiene más remedio que rendirse o enloquecer.
El enorme éxito de Disintegration llevó a The Cure a realizar, después de su publicación, una colosal gira por todo el mundo bautizada como The Prayer Tour. De esa gira, muchos guardamos (yo los vi en el Velódromo de Barcelona) aún un recuerdo imborrable, la memoria de una perfecta conjunción entre calidad, entrega, sorpresa y magia. Sin atender a las expectativas previas, sin concesiones de cara a la galería, The Cure supieron reproducir sobre un escenario toda la hechicería que emanaba de su álbum. Que no era poca, como ya he comentado. Durante aquellos conciertos, el tiempo y el espacio quedaron suspendidos, más allá de límites físicos, hasta que, desgraciadamente, el concierto llegó a su fin.
La carrera de The Cure continuó, y todavía continúa, a través de los años. Con discos mejores o no tan mejores, con lógicos altibajos, y cimas y valles creativos. No obstante, ninguno de sus trabajos ha llegado a las cotas de creatividad, misterio y alquimia sentimental que logró Disintegration. Esa fórmula de alquimia que sigues pudiendo experimentar si lo desenpolvas de su estantería o te lo agencias por ahí. Es pura delicia en su totalidad. Prepárate a vivir un viaje de ida y vuelta a los neblinosos recintos del alma humana. Para muestra, un fragmento de Pictures Of You (inabarcable, omnipresente...¡magnífica!):
He estado viviendo tanto tiempo con tus fotos
Que casi creo que esas fotos son todo lo que puedo sentir.
Te recuerdo quieta en la lluvia
Mientras yo corría hacia tu corazón para estar cerca.
Y nos besábamos mientras el cielo se caía.
Abrazándote, cerca.
Como siempre te abracé en tus temores.
Que casi creo que esas fotos son todo lo que puedo sentir.
Te recuerdo quieta en la lluvia
Mientras yo corría hacia tu corazón para estar cerca.
Y nos besábamos mientras el cielo se caía.
Abrazándote, cerca.
Como siempre te abracé en tus temores.
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