Esta semana (el día 15) se cumplen 54 años del nacimiento de Marky Ramone (en realidad, Mark Bell), uno de los pocos supervivientes de la banda The Ramones, un grupo seminal dentro del nacimiento del punk-rock en los años setenta. Un grupo también cuya trayectoria se ha visto salpicada por la desgracia, pues tres de sus componentes originales han encontrado la muerte en los últimos diez años. Un grupo, a su vez, que merece ser recordado por muchas cosas, que pertenece por pleno derecho al breve pero intocable catálogo de bandas que en la pubertad te (me) ayudaron a abrir los ojos a la música pop. Así que, aviso: The Ramones me gustan, y mucho, y además fueron importantes para mí por varias razones.
Estamos en el primer lustro de la década de los setenta. En Nueva York, más concretamente en el barrio de Queens, tres tipos musicalmente analfabetos tratan de matar el tedio aporreando caóticamente sus instrumentos sin coherencia alguna pero con una rabia y unas ganas dignas de mejores cometidos. Pronto entran en contacto con Tommy Erdelyi (el único superviviente de la formación original), antiguo músico y asistente de grabaciones propietario junto a un amigo de una pequeña sala para ensayos y conciertos: el Performance Studio de Manhattan. Nacen así The Ramones, (Joey, Tommy, Dee Dee y Johnny). Ya está lista la formación definitiva de la banda, la que dará lugar a su larga leyenda, y la que como ninguna otra supo convertir la música de cuatro gamberros alienados e inconscientes en todo un estilo de vida y en una fuente de inspiración para docenas de bandas en todo el mundo.
Asentados y decididos a llevar adelante sus ambiciones musicales como sea, unos pocos meses de ensayos confieren a sus composiciones un estilo que ya en sus albores es inconfundible. Agitan en su coctelera unas cuantas reminiscencias de rock’n’roll clásico (Elvis, Chuck Berry, Beach Boys), unas gotas de nostalgia sixties (Rolling Stones, las producciones de Phil Spector) y varios ingredientes del rock más truculento de los últimos años (The Stooges, New York Dolls, Alice Cooper), y les insuflan una nueva vida merced a composiciones de dos minutos de duración con el tempo acelerado hasta límites casi inhumanos. La marca de la casa de su música es la recuperación pura y dura de la quintaesencia del rock: acordes esenciales, riffs pegajosos, energía a raudales y velocidad de vértigo, todo ellos puesto al servicio de unas canciones minimalistas en las que desaparecen por completo los solos de guitarra y hasta los breaks de batería y se convierten en descargas energéticas de alto voltaje. Con estos ingredientes, The Ramones, sin saberlo, se aprestan a conquistar el mundo y a convertirse en una de las influencias más importantes y longevas del rock americano de los últimos veinticinco años. Influencia que comienza con la publicación de su primer y nunca suficientemente bien ponderado disco.
The Ramones, quizá como ningún otro álbum suyo en estudio, ejemplifica su propuesta de manera diáfana. Muchos de los temas-himno del grupo aparecen aquí: píldoras anfetamínicas como Blitzkrieg Bop, Judy Is A Punk, Chainsaw o Havana Affair destacan por lo perennes que fueron en sus repertorios de toda la vida, a pesar de que el tono general del álbum es eufórico, excitante, refrescante y muy divertido. Los catorce latigazos del disco (trece navajazos propios más una cover del Let’s Dance de Jim Lee), incomprendidos en su momento (les llamaron de todo: retrógrados, simplistas, subnormales, paletos, etc.), se convirtieron con el advenimiento del punk rock en uno de los principales capítulos del Antiguo Testamento de ese género. Con una celeridad inusitada hoy en día, en otoño del mismo 1976 vuelven a encerrarse en un estudio y a principios del 77 (el año de la definitiva explosión punk) publican Leave Home, otra ráfaga de fuego cruzado y efervescencia troglodita que deja para la posteridad un sonido un tanto más “refinado”, y nuevas joyas inmortales en su repertorio como Pinhead, Commando o Gimme Gimme Shock Treatment, entre otras muchas descargas de violencia sónica de dos minutos de duración. Durante el mismo año van y editan su tercer álbum: Rocket To Russia, la tercera pata de su trilogía inicial y otra soberbia muestra de su facilidad para manejar riffs demoledores, ritmos imparables y estribillos inolvidables.
Tras la entrada de Marky Ramone en la batería sustituyendo a Tommy en 1978, la banda se decide a ofrecer al mundo su obra maestra: It's Alive. Es muy poco habitual asegurar que un disco en directo (tópico, recurrente y manido subterfugio en demasiadas ocasiones) se encuentra entre lo mejor de la discografía de un grupo. Pero es que It’s Alive puede ser considerado como la quintaesencia del rock en estado puro; sin duda uno de los mejores discos en directo de toda la historia del género. Grabado en la nochevieja de 1977 (es decir, con la formación original al completo) en el Rainbow Theatre de Londres, It’s Alive (1979) es una auténtica orgía de energía en estado puro que enlaza sin parar veintiocho (28) temas del repertorio ramoniano ejecutados con un furor sin límites. Vamos, la pesadilla más negra y sádica que tu equipo de música puede proporcionar a tus vecinos. Y en 1980, la banda ve realizado uno de sus sueños: el productor de su siguiente trabajo, End Of The Century, es nada menos que Phil Spector, otro de los ídolos de los neoyorquinos. Trabada la relación entre banda y mito durante el rodaje de Rock’n’roll High School, Spector accede a dejar su impronta en otro de los trabajos imprescindibles del grupo.
Pero con el cambio de década, la banda comenzó a hacer gala de una velocidad de crucero menos vertiginosa en su trayectoria. Tras siete años juntos, era muy difícil mantener la frescura y la rabia inicial, y todas las bandas, por muy aparentemente cuadriculada que sea su música, acaban intentando añadir nuevos elementos, buscando nuevas vías y sonidos y, en definitiva, cambios que retrasen el estancamiento en el que inevitablemente se cae. A partir de aquí, la carrera del grupo entra en una prolongada fase de altibajos prolongada hasta 1995, año de edición de Adiós Amigos, el punto y final a más de veinte años de guitarreo incesante. La publicación en 1999 de Hey Ho Let’s Go The Ramones Anthology es el inmejorable e indispensable legado que una banda de la importancia de The Ramones necesitaba y merecía.
Con todo, los Ramones han sido mucho más determinantes para la historia del rock de lo que muchos han querido reconocer. Pero para darse cuenta del verdadero valor de su carrera, nada mejor que la lista que la prestigiosa revista SPIN realizó para proclamar los grupos y solistas más influyentes de la historia del rock. Allí, junto a Beatles, Rolling Stones, Led Zeppelin o Jimi Hendrix, los Ramones figuraban en letras de oro para proclamar a los cuatro vientos la necesidad de que en el mundo todavía haya gente que aúlle, grite, baile y salte cuando oiga el estruendo formado por cuatro tipos malcarados que machacan sus instrumentos mientras ejecutan esa música que parecía que no iba a ser más que una moda pasajera de la juventud norteamericana de mediados de los años cincuenta: rock.
UN EPÍLOGO PERSONAL: Primavera de 1981: un colega me propone realizar juntos un par de comics para un fanzine que se llamaba La Julandrona. Como la temática deviene un tanto... digamos subversiva, mi colega argumenta la necesidad de adoptar seudónimos para firmar nuestra obra. El que yo elijo es Gabba Gabba Hey. Y no preguntes por qué.