Leo hoy en "El Periódico de Catalunya" que David Bowie está a punto de comenzar a grabar en Berlín, en los mismos estudios Hansa en los que ya facturó en los años setenta la famosa trilogía berlinesa formada por Low, Heroes y Lodger. Y, cómo no puede ser de otra manera para un devoto fan de Bowie que recuerda perfectamente cómo, cuándo y porqué se publicaron edos discos, la nostalgia ha invadido mi mente y ha rescatado del ostracismo recuerdos sepultados bajo profundas capas de tiempo pasado.
“Podemos ser héroes, sólo por un día”. Con esta única y certera frase, David Bowie resumía a la perfección mil sentimientos y sensaciones. Y también redondeaba una de las mejores y más emocionantes canciones que jamás se hayan escrito, dentro de la historia de la música rock o de cualquier otra. Y lo hacía, además, conjugando como sólo él podía hacerlo la calidad, la emotividad y la experimentación.
El momento: año 1977. El lugar: estudios Hansa, en Berlín, muy cerca del hoy derruido muro, pero que en aquellos años estaba muy presente en la vida cotidiana de los alemanes y de los europeos en general. Sus acompañantes principales: dos iconos del rock de vanguardia de los años setenta, Brian Eno y Robert Fripp. Entre los tres construyeron una pieza maestra destinada a permanecer en el tiempo, a perdurar muchos años más que el hoy, afortunadamente, semiolvidado muro de Berlín.
En 1977, David Bowie había dejado atrás su periodo de estrella del glam-rock, y su incursión en el soul blanco de mediados de la década. No obstante, su espíritu inquieto le hacía tener ganas de experimentar nuevas vías de creación. De la mano de Brian Eno, comenzó a profundizar en los sonidos electrónicos en 1976, con su álbum Low. Pero fue tan sólo un aperitivo de lo que estaba por venir. Un año después, David Bowie publicaba Heroes, y de nuevo se adelantaba varios años a lo que hacían el resto de los músicos mortales de la época.
Hastiado de la vida fácil y vacía de Los Angeles, Bowie se había trasladado a Berlín para desintoxicarse de su adicción a las drogas y sumergirse en una sociedad en permanente tensión política. En la ciudad alemana, Bowie inició con Low una trilogía de discos marcada por la experimentación electrónica, la ambientación tecnológica y la impagable colaboración en los tres álbums del teclista y productor Brian Eno. Los tres trabajos obtuvieron un fuerte respaldo, tanto comercial como por parte de la crítica, aunque todo el mundo está de acuerdo en que el momento álgido de esta etapa se produce con la edición de Heroes.
En Heroes, David Bowie juega con extremos contrapuestos. Yuxtapone texturas sonoras abstractas contra canciones de rock de formato convencional. Asimila los sintetizadores para incluirlos en piezas dominadas por la guitarra eléctrica o el saxofón. Y recurre a las atmósferas frías y tecnológicas para exponer historias de amor imposible, de frustración existencial y, sobre todo, de supervivencia en un mundo cada vez más deshumanizado.
El disco abre con Beauty And The Beast, una pieza rotunda, una carga frontal llena de guitarras y estribillos airados, similar a otros temas como Blackout. El resto de la primera cara del álbum fluctúa entre composiciones dramáticas como Sons Of The Silent Age, trallazos de épica eléctrica como Joe The Lion, y la propia Heroes, la gema indiscutible del álbum. En la segunda cara del disco Bowie apuesta por la vía experimental, con la que Bowie se adelantaría varios años al surgimiento del techno-pop, y por consiguiente a grupos como Depeche Mode o Human League.
Sorprendente (aún hoy todavía), arriesgado, novedoso y valiente, Heroes es uno de los discos más completos y arriesgados de la carrera de David Bowie. Han pasado más de treinta años desde entonces, pero quizá el Bowie de hoy nos reserve alguna sorpresa y consiga convencernos de que su reinado todavía no ha acabado.
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