lunes, 12 de enero de 2009

NUNCA ESTARÁS SOLO CON UN ESQUIZOFRÉNICO


Definitivamente, hay gente que no tiene suerte. Músicos, compositores y bandas que, pese a su innegable calidad y a la capital importancia de sus aportaciones, permanecen en un sempiterno olvido. No importa que la crítica o incluso otros músicos importantes les rindan pleitesía. Simplemente, habitan una especie de limbo que impide su reconocimiento popular, a pesar de que, muchas veces, les dan mil vueltas a otros artistas de medio pelo que sí triunfan en los charts.

Escribo esto a colación de la muerte de Ron Asheton la pasada semana, y por extensión de la desaparición de todos aquellos músicos muertos en el olvido. La historia del rock está llena de pequeños capítulos y notas a pie de página en la que habitan estas estrellas olvidadas. Y, buceando en la abundante producción de los años setenta, me han venido a la memoria dos nombres, ambos unidos de manera indisoluble, que son el más puro ejemplo de gigantes que nunca pudieron lucir toda su imponente estatura. Se trata de Mott The Hoople y de su líder, el gran e inconfundible Ian Hunter.

Formados en 1969, Mott The Hoople fue un grupo que obtuvo cierto reconocimiento gracias al talento de su cantante y principal compositor, Ian Hunter, y a su indomable y rocoso puzzle musical compuesto de influencias de Bob Dylan y del hard rock. Sin embargo, el éxito y las ventas no llegaban, y tras cuatro discos la banda estuvo a punto de desaparecer. Afortunadamente, justo antes de desaparecer se les apareció un ángel.
Ese ángel fue David Bowie, que les produjo su álbum All The Young Dudes, una obra maestra que demostró que la eventual desaparición de la banda hubiera sido una catástrofe para el universo de la música rock. El disco fue todo un éxito, pero situó a Mott The Hoople ante una difícil tesitura. Sin la ayuda de Bowie, tenían que demostrar que eran capaces de mantener el tipo y publicar trabajos que, además de tener calidad, funcionaran comercialmente.

Mott se publicó en 1973 y consiguió establecer a la banda como una de las más importantes de Gran Bretaña, además de abrirles el mercado americano. Su sexto álbum fue producido por ellos mismos, y el resultado fue uno de los más fantásticos discos de rock de los años setenta. La clave de Mott fue una producción soberbia, unos arreglos acertadísimos, una profesionalidad a toda prueba, y sobre todo, grandes e impresionantes canciones de rock.
Y esas canciones, nacidas casi todas de la genial e inspirada pluma del nunca suficientemente reconocido Ian Hunter, son la mejor muestra de cómo utilizar el propio rock’n’roll para desentrañar su propia mitología, para disfrutar de su mera existencia, pero también para descubrir sus miserias internas. En suma, un inteligente y excepcional ejercicio de destrucción de cuanto de mito y leyenda tiene la historia de la música rock.

Por desgracia, dos años después Mott The Hoople desaparecía definitivamente y Ian Hunter emprendía una carrera en solitario sin desperdicio alguno, aunque desde luego alejada de la pompa y de las ventas millonarias. Una verdadera lástima, pues pocos talentos han merecido tanto y han logrado tan poco. Hunter es una de las plumas más creativas y acertadas de toda la historia del rock, y su calidad puede ser comprobada fácilmente en discos como Ian Hunter, All American Alien Boy, You're Never Alone With A Schizophrenic o Short Back'n'Sides, un álbum que contiene una absoluta piedra preciosa en forma de canción llamada Old Records Never Die, y cuya letra sirve de epitafio perfecto para todos esos músicos desaparecidos que la historia y el paso de los años entierran a dos metros de profundidad:

A veces te das cuenta
De que la vida tiene un final.
Ayer oí decir
Que un héroe había caído.
Es muy duro perder
A alguien cercano.
No vi el peligro día tras día.
Pero hay música en el aire,
Y suena en cualquier parte.
Los viejos discos nunca mueren.
Sánate con una canción.
Cuando todo sale mal.
Tócala bien, a través de la noche
Hasta que la mañana te traiga la luz.

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