martes, 6 de enero de 2009

UNA HISTORIA DE REDENCIÓN




La música puede tener un poder redentor. Puede ayudar a que una persona que se ha perdido en el camino se encuentre de nuevo a sí misma. Es lo que le ocurrió a Elvis Presley en 1968. Elvis lleva siete años sin actuar en directo y casi seis en los que no ha publicado más que las bandas sonoras de la mierda de películas que le hacían rodar. Tiene ya treinta y tres años, y gracias al cabrón de su manager, Tom Parker, que sólo tiene ojos para el dinero fácil, su carrera se ha convertido en un desastre. Parker ha conseguido que Elvis deje de ser el huracán que cambió la historia de la música popular. Se ha acomodado, se ha desconectado de la evolución del rock durante los años sesenta. De hecho, casi todo el mundo lo da por acabado, y para la mayor parte de la crítica musical, no es más que una reliquia, un viejo mito, un dinosaurio.



Pero lo importante es que justo en ese momento se produce un hecho que cambia por completo su carrera y su vida. A mitad de 1968, la cadena de televisión NBC le ofrece hacer un especial para la Navidad de ese año a cambio de un pastón. Su manager se relame y empieza a negociar el contrato y a decirle a los ejecutivos de la cadena qué es lo que quiere: villancicos, árboles de Navidad, brindis con champán, etc. Vamos, un horror.



Pero aquí llega lo bueno. El productor del programa era un tipo que se llamaba Steve Binder, un antiguo fan del Elvis de los años cincuenta. Ni corto ni perezoso, Binder convence a Elvis de que el programa de televisión es una excelente oportunidad para recuperar el trono perdido. Elvis le hizo caso, recuperó parte de su viejo repertorio, se montó una banda de acompañamiento que funcionaba a todo trapo, y le vistieron con aquel traje de cuero que todo el mundo ha visto en muchas fotos suyas. Elvis se obsesionó con todo esto, y se convenció de que era la última oportunidad que tenía para volver a ser quien fue.



El programa fue un éxito absoluto. Elvis se sintió tan a gusto que decidió volver a los escenarios y grabar material nuevo que no tuviera nada que ver con las películas. De hecho, aunque muchas personas piensan que su mejor etapa fue a mitad de los años cincuenta, cuando comenzó su carrera, creo que 1969 fue su mejor año en todos los sentidos. Grabó un par de discos increíbles en Memphis, con músicos que lo habían adorado durante toda su vida, y volvió a los escenarios en el verano de aquel año. Y, lo mejor de todo, se reencontró a sí mismo.



Elvis no era ningún intelectual, ni tenía demasiada cultura. Pero era alguien que había nacido con un don especial, alguien a quien el destino había elegido para que con su voz y su arte cambiara la historia de la música. Y lo hizo al principio de su carrera. Lo cambió todo, y después de eso estuvo a punto de perderse. De hecho, se perdió durante años. Pero cuando grabó ese programa seguro que algo se rompió en su interior, que hizo algo así como un examen de conciencia y se dijo que aquello no podía seguir así. Y lo logró. Hasta entonces siempre se le había llamado el rey del rock, y lo había sido. Pero a partir de ese momento se convirtió en algo más grande aún. Se convirtió en el rey de los cantantes, y lo fue durante años, hasta que su cuerpo no pudo más. Pero incluso consiguió algo más grande que eso: por primera vez, y sin ningún género de dudas, supo, y ya nunca más lo olvidó, para qué había venido al mundo. Para cantar. Para cantar y hacer disfrutar a los demás con sus canciones, con su voz, con su música, con sus actuaciones.



Quizá el mejor regalo que persona alguna pueda hacerle a los demás.

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